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. MUSEO DE
LOS TRES MOSQUETEROS
(Continuacion).
NOVELAS.
pudo levantar sus baterías para el dia siguiente;
sabia que no le quedaban mas que dos dias, que
una vez firmada por Buckhingham la órden (y
Buckhingham la firmaria con tanta mayor facili-
Milady volvió á su sitio con una sonrisa de | dad, cuanto que aquella órden estaba bajo un
salvaje desprecio en los labios, y repitió blasfe-
mando el nombre terrible de Dios, por el que
habia jurado, sin haber aprendido jamás á cono-
cerlo.
— Mi Dios, repitió, ¡fanático insensato! mi Dios
soy yo, yo y el que me ayude á vengarme.
CAPÍTULO LVI
Quinto dia de cautiverio.
seguir un medio 20 z el
y buen éxito obtenido aumenta-
ba sus fuerzas.
No era difícil vencer, como
y lo habia hecho hasta entonces,
ERAS: 4 hombres prontos á dejarse se-
ducir y á quienes la educacion galante de la cor-
te hacia caer en el lazo; milady era bastante
hermosa para encantar los sentidos, y bastante
diestra para vencer todos los obstáculos del ta-
lento.
Pero esta vez tenia que luchar con un natural
silvestre, concentrado, insensible á fuerza de
austeridad; la religion y la penitencia habian
hecho de Felton un hombre inaccesible á las se-
ducciones ordinarias: rodaban en la cabeza de
este hombre planes tan vastos, tan profundos,
que no quedaba en ella ni un sitio para el amor, |
ese sentimiento que se nutre en la ociosidad y
se acrecienta con la corrupcion. Milady habia
abierto brecha, con su falsa virtud, en la opinion
de un hombre prevenido contra ella, y por su!
hermosura, en el corazon y los sentidos de un jó-
ven puro y cándido. y por último se habia con-
vencido de la eficacia de aquellos medios desco-
nocidos de ella hasta entonces, por la esperiencia
que acababa de hacer sobre el cid mas rebel-
de, que la natureleza y la religion pañierages so-
meter á su estudio.
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habia desesperado de su suerte y de sí misma;
no invocaba jamás á Dios, como sabemos, pero
tenia fe en el genio del mal, esa inmensa sobera-
nía que reina en todas las “circunstancias de la
vida humana, y á la cual, como en la fábula ára-
be, un grano de granada es suficiente para reedi-
ficar un mundo perdido.
Milady, bien preprarada
á recibir á Felton,
nombre supuesto, y no podria reconocer á la mu-
jer para quien estaba destinada), una vez firmada
esta órden, decimos, el baron la haria embarcar
inmediatamente; y sabia que las mujeres conde-
nadas á la deportacion, usan de armas mucho
menos poderosas en sus seducciones que las
pretendidas mujeres virtuosas cuya hermosura
alumbra el sol del mundo, cuyo talento procla-
ma la voz de la moda, y que un reflejo de aris-
tocracia dora sus ercantos. Ser una mujer con—
denada á una pena miserable é infamante, no es
un impedimento para ser hermosa, pero es un
obstáculo para poder volver á ser influyente.
Como todas las personas de genio real y verda-
dero, milady conocia la situacion que mejor con-
venia á su naturaleza y á sus facultades. La po-
breza la repugnaba, y la abyeccion disminuia
en dos terceras partes su grandeza. Milady no
era reína sino entre las reinas, y necesituba
para se dominacion saborear el placer del orgu-
llo satisfecho. El mandar á seres inferiores, era
mas bien para ella una humillacion que un
placer.
Ciertamente volveria de su destierro, esto no
lo dudaba; pero ¿cuánto tiempo podia durar este
destierro? Para un carácler intrigante y ambicio-
so como el de milady, los dias que se emplean
en ascender son dias aciagos. ¿Qué nombre se da-
ria entonces á los que emplean en descender?
Perder un año, dos, tres, es decir, una eternidad;
volver cuando el cardenal hubiese caido en des-
eyracia, ó muerto tal vez; volver cuando d'Artag-
nan y sus amigos, dichosos y triunfantes, hu-
biesen recibido de la reina la recompensa que
tan bien habian ganado por los sevicios que la
habian hecho. Estas son ideas tan destrozadoras,
que una mujer como milady no puede sobrelle-
var. Por lo demás, la tempestad que rugia en su
interior aumentaba su fuerza, y hubiera arrui-
nado los muros de su prision sisu cuerpo hubie-
ra podido tomar por un solo instante las propor-
| A ciones de su espíritu.
Muchas veces, sin embargo, durante la och 1
Y luego lo que mas la' aguijoneaba en medio
de todo esto era el recuerdo del cardenal. ¿Qué
debia pensar, qué debia decir de su silencio, él,
desconfiado, inquieto y sospechoso? El cardenal,
no solamente su único apoyo, su único sosten, su
único protector en el presente, sino tambien el
principal instrumento de su fortuna y de su
venganza para en adelante. Ella lo conocia: sa-
bia que á su regreso, despues de un viaje inútil,