4
mesita en cuyos labios se dibujaba una es-
- túpida sonrisa. Cuando el negro hubo des-
E aparecido y después que el señor Josselín
- con las manos en la cabeza, hubo caído en
_ sus meditaciones, la sombra se dejó ver
24 i :
negros, Bangwakesth, por ejemplo, cuyo
lenguaje es muy diferente del de esos ne-
gros que los colonos vuestros vecinos em:
plean comunmente.
—¡ Vuestro consejo es admirable.
—Son las nueve de la noche. A las diez
debemos estar en marcha.
—Voy á dar órdenes.
—Lo más discretamente posible. Por mí
parte, no voy á buscar ciertos prepara-
tivos; de aquí á una hora os aguardaré cer-
ca del «Kraal» con los caballos.
Y con calma, casi frío, como si acabase
de tener con el señor Josselín la conver-
_sación más banal, Zimbo salió para dedi-
Case ála busca de los objetos pose de eran
_ indispensables.
Mas el viejo cafre después que ho
perdido algo de su serenidad, antes de
- marchar del despacho del señor Josselin, ha-
_bía echado una mirada por la ventana que
a la cortina había quedado entreabierta.
Había visto una sombra arrimada á la
en el suelo y se reflejó 4 lo. largo de las
- murallas hasta la puerta de los carros.
- Era el vizconde de Blaisois que estaba
atendiendo y que en adelante sabía á qué
atenerse respecto á la existencia del tesoro.
-—¡Necio de los necios I—exclamó el mise-
a rable—, he aquí una conversación en la
que cada palabra tiene peso de oro. ¡ Deci-
d ididamente, la partida rom bien; y. nos-
¡Otros es el triunfo!
Y el espía se dirigió ladá! la mina OS
de. se apresuró - :d Poner á los Blackbaern
al corriente ea lo qe at oído. 1
CARLOS SOLO Lite
Ni un soplo pasaba por la atmóstera;
pero al gran calor del día había sucedido
esa frescura que es propia de noches sud-
africanas.
Era tuna noche tal como la descala Zim:
bo para su expedición.
Mientras que sus acompañantes se habían
echado sobre las pieles de carnero, el hijo
del rey de los cafres, insensible al frío,
avanzaba con el busto apenas cubierto dé
un fragmento de indiana.
Con su largo : cuchillo en la cintura y una
antorcha de resina en la mano, precedía
á la pequeña columna. :
El señor Josselin seguía, con la carabina
á la espalda y los revólveres en su e
: dolera.
Los dos Bangwaketti cerraban la mar:
cha llevando suspendida una barra de hie-
rro, un cofre de roble, cubierto de cerradu:
ras de una solidez. á toda prueba.
Los cuatro hombres marchaban en si:
lencio, en fila y con paso rápido.
Así llegaron al borde de Sterkstom en
una encrucijada donde las aguas, habien:
do franqueado la catarata corrieron entre
dos ribazos casi planos.
_ Desde este punto y comprendiendo un
espacio de cerca de tres millas en aluvión
el torrente volvía al río y era navegable
Zimbo se détuvo, se echó en el suelo
aplicó su oído en la grava y escuchó aten-
tamente... OS ]
AMA Nadie nos ha seguido. Po
demos. 'Apresurarnos..
? Penetró en el agua que le te has-
ta la cintura y desapareció en las aún
que cubrían el río.
Algunos instantes después el señor - Jos:
selin percibió una ligera agitación de las
da aguas, y pronto llegó un bote de corteza
muy ligero, pero cuya extensión permitía
embarcar un peso considerable.
el Embarcad !—exclamó Zimbo.
A tres hombres embarcaron en el bot
y el cofre fué colocado. en medio; el vi
jo negro con un remo en la mano se a
due
des. aibndol, ados pel una mano po-
derosa. bajo. una «cúpula gigantesca. de n
Pe navegación silenciosa, los viajeros oyero
locó en la popa y, dirigió. por la corri
“te, el remo pasando suavemente sobre
agua. Después. de un cuarto de hora d