o : DANIEL LESUEUR
hinchado, aparecía de un. color verde le-
choso, ?
El bote oscilaba apenas y cuando Clau-
dio se levantó, el silencio y la desolación
de la inmensidad parecieron recogerse como
ante la opresión de una atención solemne.
—Muriac — exclamó Claudio con voz
fuerte—, eres un incendiario y un asesino.
Tú has sido quien prendió fuego al na-
vío. ¡Yo te he visto!
El criminal alzó el rostro lleno de es-
panto.
Ante la mirada terrible de Claudio sus
ojos quedaron inmóviles, aterrados. Su piel
ya decolorada por las privaciones de los
últimos cuatro días, caíale deformada; su
boca se entreabrió' convulsiva... ¡ Horrible
sacudimiento el de aquel miserable
Sorprendido cuando la perspectiva de la
muerte próxima aterrorizaba su concien-
Cia, no tuvo valor para hacer un gesto ni
pronunciar 'una mas en contra de aque-
lla acusación. :
Era: el eco de su propio pensamiento.
¿Lo había odo en efecto Ó tal vez una
alucinación le obligó á escuchar tales pa-
labras? En la ue no 0só arriesgar la
protesta.
Su estupor y su espanto como autor de
tantas agonías como le rodeaban, no de-
jaron duda alguna á Yves Loaguern que,
al pronto, había credo á Claudio dd
«de un acceso de locura. |
¿CÓMO Po. .] Miserable!
¡Ah,.
Yo te he visto. Yo te digo: «Te he vis-
to». ¿Para qué has de mentir si «Yo lo
sé»? ¿Lo' haces por este que es el único
de todas tus víctimas que puede Omte lr...
No lo convencerás. Te has vendido y no
hay duda, Tu alma odiosa ha asomado -
tu rostro, con la fealdad del miedo, cuan-
do yo te he acusado de tu crimen,
Eso no es verdad... es insensato...—re-
plicó. Muriac esforzándose en. asegurarlo.
. —Después de todo ¿ ¿qué importa ?—dijo
Claudio encogiéndose de .hombros—. Que
este te crea ó no. Gein más cla Lo a
¿Ha ds a?
infame! ¡Infame!l—gritaba el marr
nero en una explosión de furor, |
¡Falso! ¡Juro que es falso |—balbucea-
j ba Murias: tembloroso, e
—Jura lo que quieras repuso Cru pal
he resuelto hacer lo haré delante de él...
y aunque él se opusiera. Y puesto que
somos 'unos condenados á muerte, puesto
que nos hallamos fuera de la humanidad
viviente, ¿cómo quieres que me preocupe
de las mentiras que salgan de tu boca?
—Pues si debemos morir no te preocu-
pes y déjame en paz. ¿A qué esas diva-
gaciones si vamos á verle los dos la cara
á la muerte dentro de unas cuantas horas?
Aquella ironía terrible hizo temblar 4
Claudio y á Yves. :
Hubo un corto sjelad ias el cual
se Oyó la dulce sonrisa de una de las
mujeres que había perdido la razón.
—¡ Morir en paz! —dijo Claudio re cpitien-
do las palabras de Muriac—. ¿Te atre-
ves á hablarme de morir en paz? ¿Tendrás
tan duro el corazón que: los remordimiea-
tos. del desastre de que eres autor no te
torturen en tu último momento? ¿Morir
tú en paz como yo he sufrido una ago-
nía más horrible que la propia agonía ?
Y volvió sus ojos á Julieta, con la voz
entrecortada por los sollozos, lanzándose
á abrazar á la muerta y estallando después
en gritos de dolorosa desesperación.
Muriac le vió inclinarse y observó que.
aquel movimiento había vencido la barca
hacia un lado; el menor descuido hubiera :
hecho caer á Claudio al mar. mo
Una idea brilló en sus ojos. ¡Se arras- 3
tró coma un gato y se acercó á. Claudio; ó a
iba á hacer un supremo 'esfuerzo. a
Pero aquel crímen no pudo consumarlo.
Por rápido que quiso ser en la acción,
hubo otro más rápido que él ¿200 se in-
terpuso y le detuvo. '
Yves Loanguern ldliáuidose e Mu-
.mac le volvió con mano mis piero al fon-
do de la barca. An Ds
—¡ Maldito bretón !|-—gruñó el criminal y
siguió lanzando horribles juramentos.
La: Cólera estalló en. él al verse e
| cubierto,
El rostro Ss. y severo de Clau |
dio que se había incorporado, vino á col
mar su furor.
—¡ Infames!. ¡ Vosotros idos: sois 108. in
carac No tenéis el valor de soportar la
desgracia como los demás. Necesitáis pas