EL ORO SANGRIENTO
Para hacer más ardiente su súplica y
para obligar á Vauthier á que le escu:
chase, el obrero agarró las riendas del
ballo. Un latigazo le hizo soltarlas.
-—¿Está usted loco? ¿Acaso doy yo au-
diencias en mitad del arroyo?...
Diciendo esto picó espuelas desaparecien
do muy pronto de la vista de Claudio.
El obrero rechazado tan bruscamente
quedóse inmóvil y mudo de dolor. Claudio
se acercó á él. :
--No es muy amable el señor Vauthier,
¿verdad? Y yo que pensaba pedirle tra:
baso, .. ¿Trabajaba usted en el arsenal ?
-—Sí, señor; pero me han echado por
una tontuna.
=¿Y ha sida M.
ha despedido?
—¿El?... ¡Ah! se ocupa IMUy pO00 de
nosotros; ¿No lo ha visto usted? Con se-
guridad que no sabe mi nombre ni cuál
“es mi clase de trabajo, Me parece que mé
malhechor. ¡Y hace
en su casa!
Vauthier el que le
ha tomado por un
cinco años que estoy
—¿Por qué no entra usted á ver si con:
Sigue hablarle?
El obrero, desconfiado, miró fijamente á
Claudio,
-—Tenglio mis razones,
—¡Oh! yo no le pido” á usted que me
las ue Yo hablaba con usted como con
un compañero, con un obrero como yo.
¿Y usted será tan amable que me dé al-
gunos informes ? “Me han dicho que aquí
habría trabajo para un ajustdor mecánico.
¿Es eso verdad? ¿A quién debo dirigirme?
El obrero examinó silenciosamente | e
Claudio, Al cabo de un rato repuso:
- Parece usted un hombre honrado y
tengo mucho gusto en contestarle. Creo que
lo mejor será que espere usted á eta
vuelva M. Chabrial,
ey] M. Chabrial ?—repitió Ramerie, recor-
- dndo de pronto la pareja que había ve.
nido con él en el barco.
-—¿Le conoce usted ? 0 '
o mo. No: hace: yeEna días que estoy,
en Marsella
—M. Chabrial es el. ingeniero de estos
talleres y como quien dice, el subdirector,
A el brazo derecho del director, el que
hace y deshace... ns Vauthier. está: cl
el pan,
queda con este último.
rea muy preocupado con otros negocios Lal
4 este propósito.se dice por ahí...
—¿Qué se dice? e
—Que está tan distraído porque sólo-
piensa en la próxima boda ' de su hija.
Un camión cargado de planchas de hies 0
rro legó en aquel momento; los dos
hombres callaron. El carretero gritó al im-
terlocutor de Claudio:
—Grauger, ¿es así cómo cumples tu obli-
gación? Ten cul :dado de que el contr: amaes- :
tre no te vea aquí.
-—Ya no estoy en la fábrica —replicó Grau-
ger que echó 4 andar inmediatamente.
Claudio empezó á caminar á su lado. |
— Tomaremos una Copa, amigo y Char”
laremos un rato. Yo AE tengo nadan
que hacer, :
— Ese contramestre -— dijo Grauger cuya
meaitación estallaba en una cólera tardia=*e4
a tenido la culpa de que me hayan des-
pedido. Yo había sorprendido por casuas
lidad algunás de sus maquinaciones, en”,
tre ellas la que emplea para guardarse la
parte de nuestro jornal que debía ingresak, |
en la caja de retiros... SA '
le cuenta al ama hazañas que punca EN :
mos cometido.
¿Es que tiene influencia ?
Eo lo creo. Como que casi estoy po
asegurar que sl al amo le dan á elegú
entre M. Chabrial, que eS más bueno que
y el contramestre Armandon se,
¿Y por qué tiene tanto apego e E
hombre? ER
“Yo que de psa Grauger con un
misterioso tono de voz.
- - ¿Por qué no. entramos aquí >—pro
so Ramerie que deseaba á todo tra
retener á aquel colega que le había
parado el acaso. La- circunspección
Crauger tal vez se borrase bajo la infla -
cla. de un aperitivo,
Ya, desde que le hizo la primera
de posición de beber una copa, en tiro
recía más expansivo.
Aquel desgraciado, que seguramente pe
sabi con terror en el efecto que cau
' ría. en su casa la tri ste. nueva de su de
pedida: de los: talleres, se - dejó. seducir.