Full text: El oro sangriento

Tengo 
AS a A DANIEL LESUEUR ' 
ganas de comer, El sol de Marse- 
lla me ha producido dolor de cabeza. 
2 Y diciendo esto empezó á subir la :es- 
calera: 
Una voz infantil y tímida le preguntó: 
—-Papá, ¿me necesitas para algo? ¿Quie- 
res que te subia á tu cuarto algo: de comer ? 
—Nho!... quédate aquí. 
Deteniéndose de pronto, añadió: 
- --Señora Estievou, si la niña la moles- 
ta, mándela usted á jugar á la calle. No 
tengo hoy humor para ¡uños. > 
Y desapareció. 
Madama  Estievou no 
: volvía de su 
(asombro. 
-—¿Mandarla á la calle?...—gruñó—Si me 
molesta... Y qué molestias me va á cau- 
sar un querubín como este que alegra mi 
Casa y mis días... Ven, Silvania, ven con- 
a : go, Cuando madama Estievóu te seña: 
el camino de la calle, será señal de 
que ha muerto, 
q CA niña olvidó el rigor paternal, 
as manifestaciones de car; ño. 
“Entonces, ¿núnca me - SOPALALE de 
ante 
á ole: en su 
AT TE 
ALO cs nueve años antes os los suc esos 
atados, el jardinillo que 
lo. refugio de citas amorosas! 
Aquel. rincón de París, cercano al Barrio 
ósito para los pasaje- 
tino, era sitio á pr 
) idilios. de obrerillas y estudiantes. 
Entre aquellas efímeras aventuras, ningu-- 
el estudiante Roger Bertelín Í. 
4 4 
lir e todos. e días de la Escudo 
rodea la. igle- 
e San Germán de los Abades, era de- 
esbelto, tez brillante y hermosas pupilas 
azules; pero no le había seducido tanta: 
su belleza comio la ps inexplicable de 
su persona. 
Detenía el paso para verla detrás de los 
cristales del almacén, fascinado: muchas ve- 
ces por la sonrisa con que saludaba la qe l 
ven á las parroquianas. : 
Las compañeras de Julieta se dieron 
cuenta bien pronto de que ésta había hke- 
cho la conquista de aquel desconocido, 
Gastábanle bromas diciéndola: «Ahí está 
ya tu enamorado», o 
Julieta se escondía en el fondo del al-- 
macén pero el joven paseaba la acera ó 
se ponía de plantón hasta que lograba verla. 
Ella se rub orizaba y él mostrábase tí- 
mido. i 
Una mañana, á las doce, al salir Julieta 
con un encargo del almacén, se encontró” 
con el joven en el bulevar. 
Balbuceante se acercó á ella y Julieta 
le interrumpió diciéndole: ' 
—Caballero, puesto que usted se ha acer- 
cado, permítame que sea yo quien de ma-- 
nifieste mi deseo expreso de que no ronde 
el almacén donde trabajo. Las compañe- 
tas me gastan bromas que acabarán por 
ser de mal gusto y la dueña, al enterarse, 
tal vez me despidiera, Usted parece ¿un 
caballero y no creo que quiera pe rjudicar: 
á una infeliz obrera, 
z 
- ¿Cómo resistir Á aquella súplica expre- 
sada tan dulcemente bajo el lencanto de 
- Unos ojos Y punta ya: de cuajarse de lá- ho 
_grimas? | 
Roger, con toda la dins. impetuosi- . e 
dad de su carácter, contestó: de 
- —Perdóneme usted, señorit: Lo reco- 
nozco, y si he pecado, confieso que fué 
' involuntariamente, 
—En ese caso, si no ha de reincidir, se: 
lo agradezco. Adiós: 2 E A 
-Y escapó ligera sintiendo. una emoción: 
intensa mezcla de temor y de alegría. 
Roger la detuvo. 
—No me “abandone así. in: deci ode : 
usted dos palabras tan sólo, y. después, juro: o 
y no importunarla - más, 
- Julieta. no tuvo valor para re sistir, Jaca 
a joven tan distinguido habló con ella. 
a se sintió como aa, y RODIN ay 
 
	        
© 2007 - | IAI SPK
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.