EL ORO SANGRIENTO
Las once de la noche.
Un admirable efecto de luna resplande-
«ciendo sobre el mar, dibujaba en masas
“blancas y negras las casas de Marsella y
envolvía en manto de plata la ¡alta silue-
ta protectora de Notre- Dame de la Garde.
Por el camino de la Cornisa, un hombre
avanzaba llevando de la mano una niña
de siete 4 ocho años tan indiferente ésta
“como preocupado aquél para dejarse in-
fluir por la misteriosa belleza del paisaje.
Sólo un instante, el hombre se detuvo
para cerciorarse de un rumor de música
Jejana que modulaba claramente 1 un tiem-
“po de vals,
—Estamos cerca-—murmuró.
«guntó la niña. :
--Pocos pasos — contestó Él brusca -
“mente, ]
Y siguieron sin. que la pequeña se atre-
viera á
(pudre. ;
_Las notas de la música Bd calido da
á quejarse al qee había llamado su
| baile.
Fl hombre se aproximó á las rocas, es-
Z trecho. parapeto sobre el que batían: las.
olas, y alzó la vista hacia la casa de
«donde escapábanse aquellos efluvios de ale-
gría, singularmente melancólicos ante la so-
Jemnidad del pea y del Dar pe
—¡Oh, qué bonito !-—exclamó la pequeña.
Ante ellos, á la altura de unos diez me-
tro» sobre el camino, alzábase una «villa»
cuyas ventanas aparecían iluminadas: las
ar..fñas de infinitas luces amarilleaban e
la claridad de la luna,
L. terraza, que avanzaba hacia el cá-
mino, aparecía iluminada: á la veneciana
y los globos anaranjados destacándose en-
tre el follaje de las camelias, los gera- '
nio» y los jazmines, parecían frutos extra-
ños que fosforecían apenas bajo el polvo
de plata que en el espacio ardía. |
Pasaban las parejas bailando; otras, des-
lizándose por la terraza iban á perderse
entre los macizos del jardín destacándose
los trajes blancos de ellas sobre el fondo
obscuro de los naranjos, los limoneros y
los mirtos cuyos perfumes mezclábanse con
- el olor fresco y salitroso del mar.
—Me canso, papá. ¿Falta mucho ?—pre-
Oculto tras una roca, aquel hb en
treje de obrero contemplaba con expre-
sión feroz el espectáculo de da «villa» en
fiesta. :
La niña, cansada, : habla ocobada por
dormirse.
- E: padre la sacudió bruscamente e desper-
tándola para decirla:
ez más perceptibles y el eco de los violi-
nes marcaba el movimiento nervioso del
—¡Míralos! Ahí están los causantes á
nuestra desgracia. Se divierten, ríen, bai-
lan... ¡y aman! Ellos son los que arran
Caron la risa de mis labios y el amor
de mi
corazón... ¡Ah! ¡Pero tengo CO
qué destruir su felicidad !... :
La niña, medio dormida, no le escuc
ba; el hombre lanzó una sorda exclama:
: ción y trató de ocultarse más en n la somb: É