Full text: Tomo segundo (002)

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FOLLETIN DE EL M-ROANTIL VALENCIANO 
  
mó Margarita, arrojándase en los bra- 
zos del anciano y cubriéndole el rostro 
de lágrimas y besos—. ¡Bendito seas tú, 
que, siempre bueno y misericordioso, 
me permites demostrar a mi querido 
hienhechor cuánto amor y cuánto agra- 
decimiento encierra para él mi pecho! 
—¿Luego me das hospitalidad en tu 
casa?—preguntó el marqués con infan- 
til alegría. 
—SÍ, padre mío, sí; y no puede usted 
imaginarse la inmen ,sa satisfacción que 
experimenta mi alma. 
Y Margarita, volviéndose adonde a 
taba su madre, añadió: 
—¿No es verdad que admitimos con 
gran gozo y contento al señor marqués? 
—Hoy será el día más feliz de mi ple 
- da—contestó Magdalena. 
El doctor, que había irisinciado en 
silencio aquella escena, dijo, sin poder- 
se contener: . 
—Pero ¿se han vuelto ustedes locos? 
—¡Locos, sí, amigo mío, sí, esa es la 
palabra!l—repuso el marqués riendo y 
Norando a un tiempo—, ¡Locos de ale- 
gría, de felicidad, pues ya no voy a se- 
pararme bunca de mi querida. e: > 
rita! 
pre marqués, y no considera us 
ted que este caso se paomtiad de ad propone, señor doctor—dijo' Margarit 
modo ruidoso? Hb 
¿Y qué me importa? 
- —La maledicencia... 
Me río de ella, 
'—Sin embargo... 
Yo no puedo vivir PA Mijail! y 
Margarita no puede vivir conmigo; pues 63 
-ciano, 
El doctor agitó con melancolía la € 
beza, y repuso con acento grave: 
—Señor don Pablo, yo creo que 
ha meditado usted bien el paso que Y 
a dar. 
—Pero ¿no sabe usted que yo no pué-: 
do vivir sin Margarita?—exclamó el an- 
golpeando el suelo con el pie con 
la tenacidad de un niño, : 
—Todo podrá conciliarse. 
—No veo la manera. 
—Yo la propondré, 
—Sepamos. 
Mientras tanto, Margarita y Magd 
dalena no decían una palabra, come 
_prendiendo que la resolución del ma 
qués de quedarse en la casa  disgu 
taría grandemente a los condes de Sa 
Marino; pero pensaban al mismo ti 
po también que ellas no podían neg 
la hospitalidad que les había pedi 
—Pues el medio que a mí se me ' 
- rre—añadió el doctor—, es que el ma 
qués venga todos los días a ver a Mar- 
garita, a pasar aquí un par de hor 
'oyéndola tocar el piano; y si no bastal 
dos horas, qué sean cuatro; todo, 0. 
abandonar su casa. 
Don Pablo miró a Margarita. 
La idea del doctor le disgustaba. 4 
—Yo no puedo aceptar eso que usté 
- —¿Por qué, hija mía? : 
—Porque entonces daríamos - dobl 
mente pábulo a la murmuración, exte 
de diéndose. la calumnia. hasta en la 
de esta casa. 
-No e a —replicó a doc or 
bien: yo me vengo a vivir con + ala, Y Yo. 
; asunto senado. A 
- «Pero 0 ¿y la señora 
gun el 
 
	        
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