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FOLLETIN DE EL M-ROANTIL VALENCIANO
mó Margarita, arrojándase en los bra-
zos del anciano y cubriéndole el rostro
de lágrimas y besos—. ¡Bendito seas tú,
que, siempre bueno y misericordioso,
me permites demostrar a mi querido
hienhechor cuánto amor y cuánto agra-
decimiento encierra para él mi pecho!
—¿Luego me das hospitalidad en tu
casa?—preguntó el marqués con infan-
til alegría.
—SÍ, padre mío, sí; y no puede usted
imaginarse la inmen ,sa satisfacción que
experimenta mi alma.
Y Margarita, volviéndose adonde a
taba su madre, añadió:
—¿No es verdad que admitimos con
gran gozo y contento al señor marqués?
—Hoy será el día más feliz de mi ple
- da—contestó Magdalena.
El doctor, que había irisinciado en
silencio aquella escena, dijo, sin poder-
se contener: .
—Pero ¿se han vuelto ustedes locos?
—¡Locos, sí, amigo mío, sí, esa es la
palabra!l—repuso el marqués riendo y
Norando a un tiempo—, ¡Locos de ale-
gría, de felicidad, pues ya no voy a se-
pararme bunca de mi querida. e: >
rita!
pre marqués, y no considera us
ted que este caso se paomtiad de ad propone, señor doctor—dijo' Margarit
modo ruidoso? Hb
¿Y qué me importa?
- —La maledicencia...
Me río de ella,
'—Sin embargo...
Yo no puedo vivir PA Mijail! y
Margarita no puede vivir conmigo; pues 63
-ciano,
El doctor agitó con melancolía la €
beza, y repuso con acento grave:
—Señor don Pablo, yo creo que
ha meditado usted bien el paso que Y
a dar.
—Pero ¿no sabe usted que yo no pué-:
do vivir sin Margarita?—exclamó el an-
golpeando el suelo con el pie con
la tenacidad de un niño, :
—Todo podrá conciliarse.
—No veo la manera.
—Yo la propondré,
—Sepamos.
Mientras tanto, Margarita y Magd
dalena no decían una palabra, come
_prendiendo que la resolución del ma
qués de quedarse en la casa disgu
taría grandemente a los condes de Sa
Marino; pero pensaban al mismo ti
po también que ellas no podían neg
la hospitalidad que les había pedi
—Pues el medio que a mí se me '
- rre—añadió el doctor—, es que el ma
qués venga todos los días a ver a Mar-
garita, a pasar aquí un par de hor
'oyéndola tocar el piano; y si no bastal
dos horas, qué sean cuatro; todo, 0.
abandonar su casa.
Don Pablo miró a Margarita.
La idea del doctor le disgustaba. 4
—Yo no puedo aceptar eso que usté
- —¿Por qué, hija mía? :
—Porque entonces daríamos - dobl
mente pábulo a la murmuración, exte
de diéndose. la calumnia. hasta en la
de esta casa.
-No e a —replicó a doc or
bien: yo me vengo a vivir con + ala, Y Yo.
; asunto senado. A
- «Pero 0 ¿y la señora
gun el