384
FOLLETIN DE TL MERCANTI
VALENCIANO
terciopelo, y un murmullo general reso-
nó en el salón.
El coronel volvió a meterse la mano
en el pecho, y dirigió una mirada en de-
rredor suyo.
Esta mirada parecía decir a los con-
Currentes:
—Guarden ustedes silencio, porque la
razón está toda de mi parte.
Y efectivamente, el silencio volvió a
restablecerse.
Todo lo que hemos descrito desde el
instante en que el coronel abandonó su
sitio para castigar los insultos que a su
hijo dirigía Andrés de Olmedo, transcu-
frió en menos de un minuto,
Hay actos en la vida que nacen, viven
y $e consuman en un solo instante; y sin
embargo, sería preciso emplear un tomo
para describirlos con verdad, para deta-
Varlos con alguna filosofía.
-—Ahora, joven, sólo me resta decir
qué el coronel Francisco Redondo se ha-
lla dispuesto a honrar a usted dándole
una satisfacción con las armas en la
Ia£no. po
Al oir este eS
contener un gri
—¡Ah! ¿Es ted el padre de Miguel?
. —El mismo; el sargento Redondo, que
ha sabido ganarse en los campos ae it
talla todos sus grados; el sargento Re-
dondo,, que a pesar de sus canas espera
dar a usted una lección saludable que le
haga en adelante respetar como debe a
sus semejantes, y que a pesar de las in-
famias que usted ha cometido en esta
vida le hará el honor de medir con usted
sus armas. |
- ¡Oh! SÍ, sí,
pero a muerte.
- —Cuando usted guste-—contestó Redon-
90 encogiéndose de hombros,
y. —Pasado mañana—añadió Andrés ba-
jando la voz.
—¿Y por qué no.mañana?
- Porque mañana tengo otro duelo,
Andrés no pudo
coronel: nos batiremos,
«Puede usted aplazarlo para otro día.
La gravedad del insulto debe darme a
mí la preferencia.
«¡Oh, no! También el
auien voy a batirme, y a quien mataré,
óigalo usted bien, coronel, a quien rma-
taré, me ha insultado de un modo ho-
rrible. Mañana, pues, a él.
- Y pasado mañana a mi, ¿no es ges.
: E dalladas con cierto desprecio
—Sí, a usted, coronel,
¡hombre con
Y sonriendo de un modo indescript ,
ble, añadió Andrés:
—Serán los dos días mejores de rs
vida. e.
El coronel arrojó una tarjeta sobre tl
diván donde se hallaba Andrés, y dijo:
-—Procure usted no olvidarse de qUe
pasado mañana me toca a mi; porqué
sentiría mucho tener que buscarle de
ruuevo para recordárselo,
—Pierda usted cuidado, coronel; mar:
ñana con Miguel Redondo...
Al oir este nombre el coronel se ese
meció bruscamente, y girando con rapl:
dze sobre sus talones dijo, mirando Aja-
mente a Andrés:
—¿Cómo?
Andrés, como si no hubiese oído la ar
ciamación del coronel, dijo:
—Y pasado mañana con su padre.
Y sóltando una carcajada, cogió el ,
sombrero y salió precipitadamente del
salón, seguido de sus amigos. .
El coronel quedó desorientado por UM.
raomento, pero se repuso pronto y quis
seguir a Andrés; mas al llegar a la puér-
ta, el general Bellver. le estrechó carifió-
samente entre sus brazos, diciéndole:
-—¿Dónde diablos va usted tan deprisa
coronel? ¿Se había usted cansado de eE:
perarme ss
PO a usted que me dispense UM
ante. Voy a buscar a uno que acaba
“y el coronel comenzó a bajar precip
tadamente la escalera, dejando al gent-.
ral Bellver absorto ante aquel arrongié.
inesperado. ;
- Redondo llegó a la puerta de la callo
a tiempo que partía un coche, dentro del
cual oyó carcajadas.
-—Ellos son—se dijo—. Pero sería in
útil que echara a correr detrás del coch€
Y pasándose la máno por la trentó
añadió: E
—¡Mi hijo va a batirse! ¡Aht El honor.
mo prohibe evitarlos pero si le sucede as
guna desgracia, ¡ay de ese infamel
El coronel se serenó y subió de nuevo:
al Casino, encontrando en la puerta al
general Bellver, quien le preguntó:
«Pero, ¿qué le pasa a usted, coronel?
Acabo de. saber que mi hijo se bale
mañana,
—¡Cómo! ¡Eso es grave!
—¡Y tan grave! Sobre todo, tratándose
de mi hijo, que sólo sabe leyes, pués nu
ca ha cogido un arma en las manos
—¿Y usted ia evitar ese > duelo?