Full text: Tomo segundo (002)

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FOLLETIN DE 
pra MERO ANTI 
VALENCIANO 
  
los brazos de su hijo, prorrumpiendo en 
lianto. 
—Miguel—exclamó Francisco—, espero 
que defenderás tu vida, que es para tus 
padres la alegría; piensa en la santá 
mujer que te ha llevado en sus entrañas, 
y ten valor, puesto que yo no puedo ba- 
tirme por ti, ni aconsejarte que cometas 
una cobardía, y ya te he visto y te he 
abrazado. Buenas noches, hijo mío. 
Y el coronel, sin esperar respuesta, se 
- retiró de la habitación de Miguel. 
Poco después el hijo del coronel Re- 
dondo se acostaba para pensar más en 
Margarita que en el duelo que debía te- 
ner lugar dentro de breves horas. 
Insensiblemente fueron cerrándose sus 
párpados, y se quedó dormido, : 
La juventud ni aun en las horas de 
mayor peligro puede dominar las nece-. 
sidades de la naturaleza. 
Mientras tanto, el coronel se paseaba 
por la habitación inmediata, mirando 
ca frecuencia la esfera de su reloj. 
A las seis de la mañana entró en el 
cuarto de su hijo. 
Miguel dormía profundamente. 
E! coronel le estuvo contemplando 
con amorosos ojos durante algunos se- 
- gundos, y después, colocándole. una ma- 
“nc cariñosamente en la cabeza, le dijo: 
- —Miguel, ha llegado la hora; despierta, 
Miguel se incorporó rápidamente en la 
cama y empezó a vestirse. 
El coronel entretanto continuó dando. 
páseos por el gabinete. 
- Miguel no se atrevía a dirigirle la pa- 
labra. 
Cuando estaba dándose la última ma- 
_no delante del espejo entró el asistente 
a decir que unos señores le esperaban 
en un coche a la puerta de la calle, 
—Adiós, padre mío — añadió Miguel 
abrazando a Francisco, 
—Que Dios te dé buena suerte. 
—Despídame usted de mi madre, 
Miguel se guardó en el bolsillo las di 
cartas que había escrito y salió del ga 
Quería librarse de la despedida de 8 
madre, pero no le fué posible, pues la en-. 
centró en la antesala. 3 
Micaela no sospechaba nada; así 8 
que abrazó a su hijo, diciéndole: 
—Que os divirtáis mucho, y cuidado 
con hacer calaveradas. 
—Descuide usted—respondió el joven: 
Miguel salió de su casa, y poco despula 
se reunía. con sus padrinos, 
E! coche partió al trote. : 
Micaela, que tenía la costumbre de 
limpiar por su mano el gabinete de su 
hijo, penetró en él. E 
—¡Calla! ¿Estás tú aquí?—dijo, viendo 
al coronel, que con el rostro pegado a 
los cristales miraba hacia la calle, sin 
duda para ver por última vez a su hijo. 
Y como el coronel no le contestará, 
Micaela añadió con extrañeza: 
—Pero, ¿qué te pasa? Desde que has. 
tenido la entrevista con el general Bell: 
ver estás desconocido. 
El coronel, que temía que la inquietud 
y la incertidumbre le hicieran cometer 
alguna imprudencia, salió de la habi 
tación sin decir ni una palabra. 
—Es extraño todo lo que mi marido 
hace desde anoche—se dijo Micaela— 
¿Si le habrá propuesto : el general que Se 
pronuncie? 
Y la esposa de Redondo se quedó in- 
móvil y con la mirada fija en el suelo. 
Así permaneció por espacio de 260 
segundos. : 
Por fin alzó la cabeza y. dijo e con acen- 
to tranquilo: 
—No tardará en contarme lo gue le 
sucede. 
 
	        
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