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FOLLETIN DE
pra MERO ANTI
VALENCIANO
los brazos de su hijo, prorrumpiendo en
lianto.
—Miguel—exclamó Francisco—, espero
que defenderás tu vida, que es para tus
padres la alegría; piensa en la santá
mujer que te ha llevado en sus entrañas,
y ten valor, puesto que yo no puedo ba-
tirme por ti, ni aconsejarte que cometas
una cobardía, y ya te he visto y te he
abrazado. Buenas noches, hijo mío.
Y el coronel, sin esperar respuesta, se
- retiró de la habitación de Miguel.
Poco después el hijo del coronel Re-
dondo se acostaba para pensar más en
Margarita que en el duelo que debía te-
ner lugar dentro de breves horas.
Insensiblemente fueron cerrándose sus
párpados, y se quedó dormido, :
La juventud ni aun en las horas de
mayor peligro puede dominar las nece-.
sidades de la naturaleza.
Mientras tanto, el coronel se paseaba
por la habitación inmediata, mirando
ca frecuencia la esfera de su reloj.
A las seis de la mañana entró en el
cuarto de su hijo.
Miguel dormía profundamente.
E! coronel le estuvo contemplando
con amorosos ojos durante algunos se-
- gundos, y después, colocándole. una ma-
“nc cariñosamente en la cabeza, le dijo:
- —Miguel, ha llegado la hora; despierta,
Miguel se incorporó rápidamente en la
cama y empezó a vestirse.
El coronel entretanto continuó dando.
páseos por el gabinete.
- Miguel no se atrevía a dirigirle la pa-
labra.
Cuando estaba dándose la última ma-
_no delante del espejo entró el asistente
a decir que unos señores le esperaban
en un coche a la puerta de la calle,
—Adiós, padre mío — añadió Miguel
abrazando a Francisco,
—Que Dios te dé buena suerte.
—Despídame usted de mi madre,
Miguel se guardó en el bolsillo las di
cartas que había escrito y salió del ga
Quería librarse de la despedida de 8
madre, pero no le fué posible, pues la en-.
centró en la antesala. 3
Micaela no sospechaba nada; así 8
que abrazó a su hijo, diciéndole:
—Que os divirtáis mucho, y cuidado
con hacer calaveradas.
—Descuide usted—respondió el joven:
Miguel salió de su casa, y poco despula
se reunía. con sus padrinos,
E! coche partió al trote. :
Micaela, que tenía la costumbre de
limpiar por su mano el gabinete de su
hijo, penetró en él. E
—¡Calla! ¿Estás tú aquí?—dijo, viendo
al coronel, que con el rostro pegado a
los cristales miraba hacia la calle, sin
duda para ver por última vez a su hijo.
Y como el coronel no le contestará,
Micaela añadió con extrañeza:
—Pero, ¿qué te pasa? Desde que has.
tenido la entrevista con el general Bell:
ver estás desconocido.
El coronel, que temía que la inquietud
y la incertidumbre le hicieran cometer
alguna imprudencia, salió de la habi
tación sin decir ni una palabra.
—Es extraño todo lo que mi marido
hace desde anoche—se dijo Micaela—
¿Si le habrá propuesto : el general que Se
pronuncie?
Y la esposa de Redondo se quedó in-
móvil y con la mirada fija en el suelo.
Así permaneció por espacio de 260
segundos. :
Por fin alzó la cabeza y. dijo e con acen-
to tranquilo:
—No tardará en contarme lo gue le
sucede.