Full text: Tomo segundo (002)

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DOLOR MATERNAL 
El momento más grave, la situación 
más: difícil para los padrinos de un desá- 
fíc es el momenio en que se presentan 
en la casa de su ahijado, llevándole he- 
rido o muerto. 
Generalmente, la familia del hombre 
que se bate no sabe nada, pues se pro- 
cura ocultárselo, y al verle conducido 
por sus amigos, moribundo y cubierto de 
sangre, la madre, la esposa o los hijos 
de la víctima se revuelven en su dolor 
coritra los amigos, que no han sabido 
cota la desgracia, 
En estos casos los padrinos pasan un 
mal rato; y comprendiendo que no es 
ocasión de dar explicaciones tranquili- 
zadoras, pues no es posible tranquilizar 
a una madre que contempla a su hijo 
gravemente herido, se encierran en el 
más profundo silencio, sufriendo con re- 
signación la tempestad que ruge sobre 
e cabezas.  ' e 
i doctor que acompañaba a Miguel 
o procurado, a fuerza de éter, ha- 
-cerle recobrar el conocimiento, con el 
objeto de que al entrar en su casa no le 
creyera muerto su madre. 
Miguel había recobrado el conocimien- 
to dos veces durante el camino; pero los 
movimientos del coche le trastornaban. 
Cuando llegaron a la casa, el capitán 
Lara dijo a su camarada: 
—Está desmayado. ¿Qué hacemos? 
—¡Toma! Subirlo entre los tres. 
—Temo que su madre nos reciba de 
un modo poco cariñoso. 
—¡Qué remedio! Cumplimos con nues- 
tro deber, y lo demás importa poco. 
El médico, mientras tanto, rociaba las 
sienes del herido y le hacía mad pe 
frasquito de espíritus. 
Afortunadamente, 
ojos y dijo: : 
- —¿Hemos llegado? 
— 
A abrió los. 
—Mi pobre madre va a tener un gran 
disgusto, En fin, subamos. 
Miguel había perdido bastante sangre, 
y apoyado en los brazos de sus padri-. 
nos, comenzó a subir la escalera. a 
El médico subía detrás, por si volvía a 
cesmayarse. : 
Así llegaron, no sin fatigas, hasta el 
cuarto segundo. 
Llamaron, y el asistente que abrió la 
puerta, al ver a su señorito en semejan- 
te estado, ño pudo contener un grito. 
Como el coronel esperaba de un mo- 
mento a otro una mala noticia, al oir. 
la campanilla y el grito, corrió hacia la. 
puerta aropcladolo todo. E 
—-¡Hijo mío!, ¡hijo mío! — exclamó— 
¡Ah! ¡Yo te vengaré! A 
—rendaallicado usted, coronel—dijo el 
doctor—. Viene solamente herido. ¡A la. 
cama!, ¡a la cama! 
En aquel momento apareció en la an- 
tesala Micaela. 
Al ver a su hijo con el brazo izquierdo , 
fuera de la manga de la levita y la ca- 
misa llena de sangre, lanzó un grito es- 
pantoso, indescriptible, uno de esos gri-. 
tos. que no pueden pintarse con la plu-. 
ma ni con el pincel; el grito de una ma- 
dre que ve morir a su hijo, que sorpren- 
de a su asesino clavando un puñal en el: 
trozo de sus entrañas, 
—¡Miguel! ¡Miguel de m! almat—excla-. 
mó abriéndose paso como una pantera, 
«con el semblante pálido, los ojos brillan- 
tes y el rostro descompuesto. 
Y sus ojos giraron, despidiendo mirar 
das amenazadoras en derredor suyo. 
—Tranquilícese usted, señora—dijo el 
médico—. Lo que más importa en est 
momento es que el herido tenga sosiego: 
¿Dónde está su cama? 
-—Pero, ¿quién le ha herido?—pregun 
tó Micaela, besándole con méternal cas 
uno. ¡Quiero saberlo! 
 
	        
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