Full text: Tomo segundo (002)

EL ANGEL DE 
LA GUARDA 
  
—¡Bah! No nos ocupemos más de se- 
Mejante gente. 
—Mira, hija mía: Dios, que es tan bue- 
ho y tan previsor, todo lo tiene compen- 
Sado, 
Eso es verdad. 
—Por eso ha hecho que la picardía 
—Vergonzosa de Andrés sea causa de que, 
conozcamos a Miguel y a su madre, 
-—Con lo que hemos ganado y no poco. 
«—Veo que Miguel te gusta, ¿no es ver- 
dad? — preguntó "Magdalena sencilla” 
Inente. 
Margarita se ruborizó y dijo: 
—Le estoy muy agradecida, porque sin 
- Su generosa protección, Dios sabe lo que 
- Sería de mí a estas horas, 
- —Efectivamente, Miguel llegó a tiempo 
- para evitar un crimen. 
-—¡Ah! ¡Y si viera usted con qué dureza. 
-—Castigó la infamia que tramaba Andrés 
Debe ser un joven muy valiente, 
—¡Quién lo duda! 
-—""Luego, durante mi desmayo, perma- 
neció de centinela junto a mí, 
—¡Dios le pague tan noble acción! 
—Siempre se lleva mucho adelantado 
cuando se tienen buenos sentimientos. 
Ni Miguel ni su madre me conocían a4pe- 
has; pero la buena señora, sabiendo por 
-Su hijo lo que Andrés proyectaba, y de- 
jándose llevar de su bondadoso corazón, 
dijo a Miguel: «Quiero que veles por esa 
- Pobre muchacha a quien se trata de pet- 
der; sé su hermano.» Y Miguel cumplió 
Su palabra. ¡Bendito sea! 
Esta última exclamación, nacida del 
fondo de su alma, era un poema de gra- 
pod que asomaba a los labios de Mar- 
garita. 
Magdalena la escuchaba con compla- 
cencia, pues aquella buena mujer no veía 
on disgusto la inclinación que demos- 
raba Margarita hacia Miguel. 
Las madres siempre ven algo más allá 
del presente para sus hijos, y aunque 
Magdalena no conocía a Miguel, le era 
—“Sumamente simpático por la bella y no- 
ble acción que había llevado a cabo. 
Cuando terminó el almuerzo, Marga- 
Tita se sentó al piano y Magdalena se 
fué a la cocina. 
Una hora después llamaron a la puer- 
ta, y Magdalena, al abrir, no pudo ccn- 
tener un grito de gozo. 
Margarita percibió este grito y creyó 
que eran Micaela y su hijo Miguel que 
venían a visitarlas; pero des decir a su 
Madre: 
—¡Ah! ¡Señora condesa! 
Entonces corrió precipitadamente : ha- 
cia la puerta, porque Margarita amaba 
a Luisa por gratitud y por inclinación 
de su alma. 
—Buenos días, hija mía—dijo la con- 
desa, que gozaba dando ese dulce nom- 
bre a Margarita—. Te pido perdón por 
haber estado dos días sin venir a verle, 
—¡Ah! ¡Qué buena es usted! Pero va- 
mos a la sala, 
Y Margarita, cogiendo por la mano a 
la coridesa, la condujo hasta el sofá, 
Luisa contempló un instante a su hija, 
y al ver aquellos ojos azules como el cie» 
lo en un día seréno, aquella frente pu 
rísima, aquellos cabellos rubios como las 
espigas de Egipto y aquella sonrica de 
ángel, no pudo creer que Margarita fue- 
ra “culpable, 
Ni una sola línea se veía en aquel her- 
moso y dulce semblante que indicara la 
envidia y la perversidad que el conde 
de San Marino le atribuía, 
—Vengo, hija mía, a verte, porque ne- 
cesito saber qué vida es la tuya—dijo 
Luisa, dominando su emoción con una 
sonrisa—; y además para demostrarte 
que no te olvido, aunque te has empeña- 
do en abandonar nuestra casa. 
—¡0h! Ya sé yo que usted me quiere 
nee señora, pues de ello me ha dado 
| pruebas, y es para mí un deber no 
Pell nada. . 
—Eso deseo. 
—En primer lugar, le diré que me he 
anunciado en los periódicos como pro- 
fesora de piano. 
—Sí, eso ya lo sé—contestó Luisa, anho- 
gando un doloroso suspiro, 
—Tengo, por consiguiente, necesidad 
de ganarme la vida honradamente; y en. 
verdad que no puedo quejarme de mi 
suerte, pues al día siguiente de publicar 
el anuncio me coloqué como profesora - 
en un colegio de señoritas. 
—¡Pobre hija mía!—exclamó la conde- 
sa besando en la frente a Margarita, 
—El que nace pobre tiene que traba- 
jar, y yo me siento con euenos ánimos 
para el trabajo. 
—Pero me han dicho que has tenido 
un grave disgusto—añadió Luisa, que 
deseaba conducir la conversación a Gtro 
terreno. A 
Margarita miró a Magdalena, como 
preguntándole si convendría revelar la. 
verdad a la condesa. 
—Hija mía, la señora condesa es nUes- 
El ángel de la guarda.—T. 11.101 | 
 
	        
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