CAPITULO X
e
LA VERDAD
¿La condesa se dispuso a oir el relato
Ue de los puros de labios de Margarita
lba a brotar. :
" —Sé que me ama usted derasiado pa-
a oir sin afectarse lo que mi boca va
ecirle; pero usted lo desea y yo debo
omplacerla.
Así comenzó Margarita su relato,
-—El anuncio que pusimos en los pe-
lódicos ofreciéndome como
e piano, no sólo me proporcionó la pla-
de maestra de música en un cole; io,
que al día siguiente de publicarse
Imos entrar a una señora que me ofre-
5 la educación musical de su hija, me-
diante la retribución de ciento sesenta
reales al mes. Yo acepté gustosa, calcu-
lando que con la renta del colegio y la
Media onza de la discípula contaba ya
con una cantidad suficiente para cubrir
huestras modestas necesidades; y puedo
jurar a usted, señora condesa, que a
Pesar de la pena que me causaba vivir
parada de mis buenos protectores, no
dejaba de sentir alguna satisfacción,
Pues iba con mi trabajo a ser útil a mi
buena y pobre madre.
—Eso te honra mucho, hija mía—Jdijo |
Luisa—. Continúa.
—Durante los ocho primeros días que
di lección a mi discípula Teresita, no
Observé nada: de particular en la casa.
oña Serafina, su madre, me pareció
a buena señora, y confieso que no
ntí el menor recelo. Además, siempre
le acompañaba mi madre, y nada podía
mer viéndola a mi lado. A
—Sí; pero los miserables que trataban
e perderte—repuso Magdalena indigna-
a—buscaban la ocasión de que un día
''presentaras sola en casa de esa infa-
' Serafina. MOS
-—Y por eso escribieron una carta que :
taba firmada por el doctor don-Marce-
o, diciéndole que fuese a verle sin fal»
profesora:
DESNUDA
ta, pues tenía que comunicarle un asun-
to de la mayor importancia — añadió
Margarita.
—Yo di crédito a la carta-—dijo Mag-
dalena—, y salí de mi cása después de'
almorzar, tomé la diligencia de Lega-
nés, llegué a casa del doctor, quien, con
gran asombro mío, me dijo que ni él
me había escrito ni aquella letra era la
suya.
—Pero, ¿con qué objeto es”ribieron esa
faisa carta?—preguntó la condesa. .
—¡Toma! Con el objeto de que Marga-
rita fuese aquel día sola a dar la lec-
ción de piano a casa de doña Serafina
—contestó Magdalena.
—Sospecho, hija mía, que has sido vÍc-
tima de alguna trama infernal. Pero con-:
tinúa. :
-—Cuando llegó la hora de dar lección
a mi discípula Teresita, como su casa"
estaba cerca, y además no tenía motivo
para abrigar la menor desconfianza, me
dirigí tranquila a la calle de los Caños.
Doña Serafina me recibió, como siempre,
“con la mayor amabilidad.
d —¡Infamel—murmuró en voz baja Mag-
dalena.
—Yo comencé a dar lección a su hija
- Teresita; cuando ésta terminó, doña Se-
rafina entró en la sala con una bandeja
- de dulces y una botella con licor. La ni-
fia, a quien sin duda aquella mala mujer.
había adiestrado para que la sirviera de
“cómplice, me presentó una yema de coco,
diciéndome que la comiese a su salud,
pues aquel día era el de su cumpleaños.:
La condesa escuchaba con la mayor
atención; y por los cambios d: fisonomía |
que demostraba podía, comprenderse que
iba adivinando toda la horrible trama.
-—Yo comi la yema y bebí un pequeño
sorbo de licor a fuerza de ruegos, por
no aparecer en ridículo a los ojos de do-
ña Serafina y de su hija, a las que creía