Full text: Tomo segundo (002)

  
CAPITULO Xi 
UN TRATADO SECRETO 
Cuando el coche se detuvo, Luisa sacó 
una tarjela y escribió en ella estas pa- 
labras: 
«Desea ver a la señora de Redondo su 
amiga la condesa de San Marino.» 
E. lacayó subió, con la tarjeta. 
- Un momento después el criado bajaba 
diciendo que la señora de Redondo espe- 
raba a la señora condesa. 
Luisa subió. 
Micaela la esperaba a la Dlistiá: 
—¿Ha sabido usted mi desgracia, se- 
_ñora condesa?—preguntó Micaela. 
—Si, amiga mía, sí; lo he sabido por 
una casualidad, y vengo a ofrecerle todo 
cuanto valgo. ¡Ah! ¡Si supieran los hijos 
cuántas lágrimas cuestan a sus madres! 
Micaela condujo hasta la sala a la con- 
- desa. 
Aquellas dos madres lloraban, Ye du- 
rante algunos minutos PEranOciA on 
abrazadas, sin poder hablar, 
Por fin Luisa se enjugó Jos ojos, y di- 
- rigiendo algunas palabras de consuelo 
a Micaela, le habló de este modo: 
-—Dios querrá que Miguel se restablez- 
ca pronto, y en ello tengo un vivo inte- 
rés, porque una acción tan noble como 
la que ha llevado a cabo merece recom- 
pensa y eterna gratitud. Ya he dicho a 
Margarita todo lo que ocurría, y tanto 
ella como Magdalena no tardarán en ve- 
nir a ponerse a las órdenes de usted. 
¡Oh! Serían muy dichosas si se les con- 
ed cediera la honra de servir de enfermeras 
al herido. 
Y la condesa, anda  cariñosa- 
- mente una de las manos de Micaela y 
-—yairándola al mismo Pia as un ¿Modo 
- suplicante, añadió: 
No olvide usted, amiga. es que 
- Margarita es la hija del capitán. Alva- 
+. T6Z, y que debemos velar las dos está su 
felicidad y por su porvenir. 
E velaremos, nor Bues 9 espero 
que usted me ayudará con todas sus 
fuerzas pará que lo consigamos. de 
—¡Oh! ¿Quién lo duda, Micaela? ¿A 
quién puede interesar más que a mí el. 
porvenir de esa joven? 
—Dice usted bien, condesa. ás 
—No hace mucho, cuando le refería 
con lágrimas en los ojos la desgracia de 
Miguel; cuando ella me contaba con en- 
tusiasmo la nobleza y el valor de su jo- 
ven defensor, creí notar en su hermoso 
y expresivo semblante algo más que la 
gratitud; y lo confieso, una esperanza 
brotó en mi alma, porque si ellos se ama- 
ran. ... 3 
Una sonrisa asomó a los labios de Mi- 
caela. 
—No debo tener secretos para usted, 
puesto que me honra con su confianza— 
dijo—. Cuando registré los bolsillos de 
la levita de Miguel me encontré en uno. 
de ellos dos cartas; la una decía en el. 
=sobre: «A mis queridos padres.» La otra: 
«A Margarita, después de mi muerte». 
Yo he leído esas cartas; en la que nos 
: dirige a nosotrós se despide como un hi- 
_jo cariñoso; en la que dirige a Marga 
rita he “encontrado una declaración d 
amor. 
—Entonces, se aman: 
.—Tal creo. 
- —Pues bien, amiga “mía: ya que son 
por sus virtudes dignos el uno del o 
aseguremos su felicidad. 
Y la condesa se arrojó en los brazos 
d de Micaela, permaneciendo entrambas 
dulcemente es algunos minu- 
tos. y 
- Después de esté eatincdo. abeazo. PA dos 
madres continuaron hablando en voz ba- 
ja por espacio de media hora; pero esta 
conversación es todavía un secreto PAra: 
a de autor de estas páginas. 
cer on, agÓn, e alg 
 
	        
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