CAPITULO Xi
UN TRATADO SECRETO
Cuando el coche se detuvo, Luisa sacó
una tarjela y escribió en ella estas pa-
labras:
«Desea ver a la señora de Redondo su
amiga la condesa de San Marino.»
E. lacayó subió, con la tarjeta.
- Un momento después el criado bajaba
diciendo que la señora de Redondo espe-
raba a la señora condesa.
Luisa subió.
Micaela la esperaba a la Dlistiá:
—¿Ha sabido usted mi desgracia, se-
_ñora condesa?—preguntó Micaela.
—Si, amiga mía, sí; lo he sabido por
una casualidad, y vengo a ofrecerle todo
cuanto valgo. ¡Ah! ¡Si supieran los hijos
cuántas lágrimas cuestan a sus madres!
Micaela condujo hasta la sala a la con-
- desa.
Aquellas dos madres lloraban, Ye du-
rante algunos minutos PEranOciA on
abrazadas, sin poder hablar,
Por fin Luisa se enjugó Jos ojos, y di-
- rigiendo algunas palabras de consuelo
a Micaela, le habló de este modo:
-—Dios querrá que Miguel se restablez-
ca pronto, y en ello tengo un vivo inte-
rés, porque una acción tan noble como
la que ha llevado a cabo merece recom-
pensa y eterna gratitud. Ya he dicho a
Margarita todo lo que ocurría, y tanto
ella como Magdalena no tardarán en ve-
nir a ponerse a las órdenes de usted.
¡Oh! Serían muy dichosas si se les con-
ed cediera la honra de servir de enfermeras
al herido.
Y la condesa, anda cariñosa-
- mente una de las manos de Micaela y
-—yairándola al mismo Pia as un ¿Modo
- suplicante, añadió:
No olvide usted, amiga. es que
- Margarita es la hija del capitán. Alva-
+. T6Z, y que debemos velar las dos está su
felicidad y por su porvenir.
E velaremos, nor Bues 9 espero
que usted me ayudará con todas sus
fuerzas pará que lo consigamos. de
—¡Oh! ¿Quién lo duda, Micaela? ¿A
quién puede interesar más que a mí el.
porvenir de esa joven?
—Dice usted bien, condesa. ás
—No hace mucho, cuando le refería
con lágrimas en los ojos la desgracia de
Miguel; cuando ella me contaba con en-
tusiasmo la nobleza y el valor de su jo-
ven defensor, creí notar en su hermoso
y expresivo semblante algo más que la
gratitud; y lo confieso, una esperanza
brotó en mi alma, porque si ellos se ama-
ran. ... 3
Una sonrisa asomó a los labios de Mi-
caela.
—No debo tener secretos para usted,
puesto que me honra con su confianza—
dijo—. Cuando registré los bolsillos de
la levita de Miguel me encontré en uno.
de ellos dos cartas; la una decía en el.
=sobre: «A mis queridos padres.» La otra:
«A Margarita, después de mi muerte».
Yo he leído esas cartas; en la que nos
: dirige a nosotrós se despide como un hi-
_jo cariñoso; en la que dirige a Marga
rita he “encontrado una declaración d
amor.
—Entonces, se aman:
.—Tal creo.
- —Pues bien, amiga “mía: ya que son
por sus virtudes dignos el uno del o
aseguremos su felicidad.
Y la condesa se arrojó en los brazos
d de Micaela, permaneciendo entrambas
dulcemente es algunos minu-
tos. y
- Después de esté eatincdo. abeazo. PA dos
madres continuaron hablando en voz ba-
ja por espacio de media hora; pero esta
conversación es todavía un secreto PAra:
a de autor de estas páginas.
cer on, agÓn, e alg