¿ILLIA
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FOLLETIN DE EL MERCANTIL
VALENCIANO
—Una cosa horrible,
Pues bien, dila.
—Esa pícara de Margarita...
—Pero, ¿es posible, Emilia, que odies
de ese modo a una pobre m: ichacha?
—Tengo motivos para ello.
—Son infundados; yo te lo asegufo, y
tu madre ño tiene interés en engañarte.
_—Pero lo tienes, según se ve, en defen-
der a Margarita.
—Emilia, di lo que sucede, sin meterle
a juzgar mis intenciones — repuso con
gravedad la condesa,
—Indudablemente, tú no sabes lo que
Ocurre.
—LEspero que me lo cuentes,
* Pues bien: esta mañana ha tenido
lugar otro desatío, por culpa de Marga-
rita.
La condesa hizo un movimiento de
asombro:
<¡Por culpa de Margarita!—exclamó=,
¡Ah! Tú no la conoces, puesto que la juz-
gas tan desventajosamente:
<¡Vamos! Está visto qué es imposible
hablar de Margarita contigo. Siempre
has de defenderla.
Me precio de justa; pero Bopámos qué
és lo que ha pasado.
—¡Una friolera! Que esta mañana 86
han batido el coronel Redondo y Andrés,
¿Es 680 "eel eo oias sobresalta-
-da la condesa.
<¡Toma! Tan cierto como que el pobre
nárés sé halla gravemente herido; de
_ modo que por Margarita yo me voy a
ver siempre expuesta a qué todos los
hombres que fijen en mí su atención y
- me hablen de amores se batan y se ina-
- 1en;
—Emilia, ño sabes lo que te dices, Y
sólo pueden disculpar tu conducta tus
pocos años. Pero yo tengo como madre
deberes que cumplir, y uno de ellos es
librarte de malas inclinaciones, :
Y Luisa, cogiendo cariñosamente und
mano de su hija, añadió:
—De los dos desafíos que en estos días
har tenido lugar entre personas que 108
son conocidas, no debe en justicia cul.
parse a la pobre Margarita, que es ¡mo- |
cente, sino a Andrés de Olmedo, cuya
conducta ha sido tan infame como ver»
gOnzosa.
—¡Cómo! ¿Vas a echar las culpas a An
drés, al pobre ve ul que está herido
de un modo horrible con un balazo en
la cara y que tanto me ama?
—Sí, porque él sólo la tiene; porque su
conducta criminal no puede disculparse
nunca entre personas honradas.
—Pues bien, madre mía: si postergas :
al hombre que es Mi prometido, si m9
-postergas a mí por defender a una píca-
ra que nada debe importarte, no quiero
continuar esta cuestión.
Y Emilia, levantándose precipitada-
mente, salió corriendo de la habitación
de su madre para buscar apoyo en el cod-
de de San Marino.
Luisa la vió partir sin detenerla, pero
un profundo suspiró se escapó de Su pe-
thu y dos lágrimas asomaron a sus 008.
—¡Está escritol—s8 dijo=. ¡Hay culpas E
qee no se expían nunta bastantel
4 dejando caer la frente entre las mar
168, comenzó a llorar amargámente.
La condesa de San Marino tenía razón.
Ciertas faltas nó se expían jamás, por-
que nunca se borran de la memoria. Es
cuestión de conciencia,