Full text: Tomo segundo (002)

¿ILLIA 
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FOLLETIN DE EL MERCANTIL 
VALENCIANO 
  
—Una cosa horrible, 
Pues bien, dila. 
—Esa pícara de Margarita... 
—Pero, ¿es posible, Emilia, que odies 
de ese modo a una pobre m: ichacha? 
—Tengo motivos para ello. 
—Son infundados; yo te lo asegufo, y 
tu madre ño tiene interés en engañarte. 
_—Pero lo tienes, según se ve, en defen- 
der a Margarita. 
—Emilia, di lo que sucede, sin meterle 
a juzgar mis intenciones — repuso con 
gravedad la condesa, 
—Indudablemente, tú no sabes lo que 
Ocurre. 
—LEspero que me lo cuentes, 
* Pues bien: esta mañana ha tenido 
lugar otro desatío, por culpa de Marga- 
rita. 
La condesa hizo un movimiento de 
asombro: 
<¡Por culpa de Margarita!—exclamó=, 
¡Ah! Tú no la conoces, puesto que la juz- 
gas tan desventajosamente: 
<¡Vamos! Está visto qué es imposible 
hablar de Margarita contigo. Siempre 
has de defenderla. 
Me precio de justa; pero Bopámos qué 
és lo que ha pasado. 
—¡Una friolera! Que esta mañana 86 
han batido el coronel Redondo y Andrés, 
¿Es 680 "eel eo oias sobresalta- 
-da la condesa. 
<¡Toma! Tan cierto como que el pobre 
nárés sé halla gravemente herido; de 
_ modo que por Margarita yo me voy a 
ver siempre expuesta a qué todos los 
hombres que fijen en mí su atención y 
- me hablen de amores se batan y se ina- 
- 1en; 
—Emilia, ño sabes lo que te dices, Y 
sólo pueden disculpar tu conducta tus 
pocos años. Pero yo tengo como madre 
deberes que cumplir, y uno de ellos es 
librarte de malas inclinaciones, : 
Y Luisa, cogiendo cariñosamente und 
mano de su hija, añadió: 
—De los dos desafíos que en estos días 
har tenido lugar entre personas que 108 
son conocidas, no debe en justicia cul. 
parse a la pobre Margarita, que es ¡mo- | 
cente, sino a Andrés de Olmedo, cuya 
conducta ha sido tan infame como ver» 
gOnzosa. 
—¡Cómo! ¿Vas a echar las culpas a An 
drés, al pobre ve ul que está herido 
de un modo horrible con un balazo en 
la cara y que tanto me ama? 
—Sí, porque él sólo la tiene; porque su 
conducta criminal no puede disculparse 
nunca entre personas honradas. 
—Pues bien, madre mía: si postergas : 
al hombre que es Mi prometido, si m9 
-postergas a mí por defender a una píca- 
ra que nada debe importarte, no quiero 
continuar esta cuestión. 
Y Emilia, levantándose precipitada- 
mente, salió corriendo de la habitación 
de su madre para buscar apoyo en el cod- 
de de San Marino. 
Luisa la vió partir sin detenerla, pero 
un profundo suspiró se escapó de Su pe- 
thu y dos lágrimas asomaron a sus 008. 
—¡Está escritol—s8 dijo=. ¡Hay culpas E 
qee no se expían nunta bastantel 
4 dejando caer la frente entre las mar 
168, comenzó a llorar amargámente. 
La condesa de San Marino tenía razón. 
Ciertas faltas nó se expían jamás, por- 
que nunca se borran de la memoria. Es 
cuestión de conciencia, 
 
	        
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