EL ANGEL DE
LA GUARDA ES.
pasar un día conmigo; de lo contrario,
Jré yo a verla. He callado tanto tiempo
porque sabía que, cumpliendo con un de-
ber de gratitud y de caridad, estaba asis-
tiendo a Miguel, al genéroso joven que
la salvó de la deshonra; pero hoy, que
ya ha vuelto a su casa, no espero más;
per consiguiente, mañana, cuando ter-
Mine usted la visita, estará mi coche en-
—ganchado y se irá a Madrid a buscarla.
- —Haré lo que usted me mande—contes- '
tó el doctor, pues sabía que era inutil
evarle la contraria al marques,
Pues sí; irá usted a Madrid a traer-
la, y pasaremos juntos el día, como en
Otro tienpo,
Y deteniéndose en su paseo y mirando
con fijeza al doctor, añadió, en un ver-
—dadero arranque de ternura;
—¡Ah! ¡Si viera usted, amigo don Mar-
célino, qué ganas tengo de verla a mi
ado, de oir*su hermosa voz! Porque ella
es mi alegría, mi felicidad, ¡Qué crueles
son los que me obligan a pasar los úiti-
mos días de mi vida separado de mi que-
rida Margarita!
—Conozto, señor marqués, que ha sido
na verdadera desgracia para todos el
antagonismo que se ha establecido enire
Margarita y Emilla. .
—Pero, ¿qué está usted diciendo, doc-
tor? Margarita no tiene la culpa de nada '
de lo que sucede. Ella es un ángel; su
ima es tan noble y tan bella que no sa-
bs odiar. Quien tiene la culpa de todo es
Emilia; sí, Emilia, que la aborrece de
muerte. AN
—Vamos, vamos, marqués, un poco de
prudencia—añadió el doctor, dirigiendo
una mirada en tor:
bras de don Pablo.
- ¡Prudencia! ¡Ah! Demasiada ' tengó
“cuando veo que se trata de postergar a
“Margarita y no me levanto irritado di-
ciendo... Ad a ] Pd
—Bien, bien, marqués; no hay necesi-
dad de decir nada—repuso interrumpién-
dol+ el doctor. | | po
-—Tiene usted razón, callaré; pero ya
“estoy harto de injusticias. a
- —Piense usted en la condesa,
¡Pobre Luisa! Es verdad; es una már-
tir ¿Y por quién? Por culpa mía.
Aquí hubo un momento de pausa. |
- Luego el marqués volvió a decir: |
Cuando pienso que después de obli-
garla a abandonar Ja quinta ha tenido el.
torno suyo, como si ie-
rajera que alguien- escuchara las pala-
en que mañana le man daré
coche a las siete de la mañana.
conde el pensamiento de desterrarla de
Madrid... : :
Confieso que ese es un pensamiento
que no está en armonía con la probada
robleza del señor conde.
—Es que Emilia tiene dominado a su
padre, y temo que le haga cometer algún
acto indigno de su buen nombre,
Parece increíble que Emilia odig tan»
to a Margarita.
—Lo confieso con vergúenza, ¡amigo
don Marcelino: mi nieta Emilia tiene mal
corazón.
—¡Bah! Yo creo que más que mal co-
razón son caprichos de los pocos años,
No, no; es envidia, la pasión más
bastarda y peor de corregir en la criatu-
ra. Pero la inexplicable condu.:a de Emi-
lia hace más noble, más grande y Irás
admirable la de Margarita, que se sacri-
fica sin pronunciar una queja; que aban-
dona esta casa cuando sospecha que 1n0-
lesta a Emilia; que rechaza a Andrés,
aconsejándole que se case con mi nieta...
¡Ah! Daría las dos terceras partes de los
díaz que me quedan de vida por decirle
a la hija del conde de San Marino: «Esa
joven, a quien tanto aborreces; esa jo-
ven, a quien con tanto afán pretender
perder, es tu hermana.»
Marqués, permítame usted que le di-
ga que está cometiendo una impruden-
cia. Podrían oirnos.. si pedo
El marqués guardó silencio, y. conti-
nuaron paseando hasta el extremo. del ,
jardín, donde había un trozo de huerta.
Don Pablo, cuando llegó alí, reconoció
el terreno con una mirada y dijo:
—Yo veo poco, pero me parece que aquí
no hay nadie.
-—Efectivamente, estamos solos.
-—Me alegro; porque así podremos ha-
blar todo lo que nos parezca. ;
—¿Hablar de lo mismo? — añadió el
_doctor sonriendo.
—Sí; pues aunque me llame usted pe-
“ sado, yo no sé hablar más que de ela.
- Margarita llena por completo mi alma
y mi pensamiento, y como me obligan a
vivir separado de ella, no sé: hablar de -
otra cosa. Con que quedamos convenidos,
a usted el
—¡Por Dios,
prano!
—Pues, ¿a qué hora? os sn
——Conociendo la justa impaciencia de
usted, haré la visita de siete a nueve.
—¡Tan tarde! A o ON
El ángel de la guarda.—T.
marqués! ¡No tan tem
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