Full text: Tomo segundo (002)

EL ANGEL DE 
LA GUARDA ES. 
  
pasar un día conmigo; de lo contrario, 
Jré yo a verla. He callado tanto tiempo 
porque sabía que, cumpliendo con un de- 
ber de gratitud y de caridad, estaba asis- 
tiendo a Miguel, al genéroso joven que 
la salvó de la deshonra; pero hoy, que 
ya ha vuelto a su casa, no espero más; 
per consiguiente, mañana, cuando ter- 
Mine usted la visita, estará mi coche en- 
—ganchado y se irá a Madrid a buscarla. 
- —Haré lo que usted me mande—contes- ' 
tó el doctor, pues sabía que era inutil 
evarle la contraria al marques, 
Pues sí; irá usted a Madrid a traer- 
la, y pasaremos juntos el día, como en 
Otro tienpo, 
Y deteniéndose en su paseo y mirando 
con fijeza al doctor, añadió, en un ver- 
—dadero arranque de ternura; 
—¡Ah! ¡Si viera usted, amigo don Mar- 
célino, qué ganas tengo de verla a mi 
ado, de oir*su hermosa voz! Porque ella 
es mi alegría, mi felicidad, ¡Qué crueles 
son los que me obligan a pasar los úiti- 
mos días de mi vida separado de mi que- 
rida Margarita! 
—Conozto, señor marqués, que ha sido 
na verdadera desgracia para todos el 
antagonismo que se ha establecido enire 
Margarita y Emilla. . 
—Pero, ¿qué está usted diciendo, doc- 
tor? Margarita no tiene la culpa de nada ' 
de lo que sucede. Ella es un ángel; su 
ima es tan noble y tan bella que no sa- 
bs odiar. Quien tiene la culpa de todo es 
Emilia; sí, Emilia, que la aborrece de 
muerte. AN 
—Vamos, vamos, marqués, un poco de 
prudencia—añadió el doctor, dirigiendo 
una mirada en tor: 
bras de don Pablo. 
- ¡Prudencia! ¡Ah! Demasiada ' tengó 
“cuando veo que se trata de postergar a 
“Margarita y no me levanto irritado di- 
ciendo... Ad a ] Pd 
—Bien, bien, marqués; no hay necesi- 
dad de decir nada—repuso interrumpién- 
dol+ el doctor. | | po 
-—Tiene usted razón, callaré; pero ya 
“estoy harto de injusticias. a 
- —Piense usted en la condesa, 
¡Pobre Luisa! Es verdad; es una már- 
tir ¿Y por quién? Por culpa mía. 
Aquí hubo un momento de pausa. | 
- Luego el marqués volvió a decir: | 
Cuando pienso que después de obli- 
garla a abandonar Ja quinta ha tenido el. 
torno suyo, como si ie- 
rajera que alguien- escuchara las pala- 
en que mañana le man daré 
coche a las siete de la mañana. 
conde el pensamiento de desterrarla de 
Madrid... : : 
Confieso que ese es un pensamiento 
que no está en armonía con la probada 
robleza del señor conde. 
—Es que Emilia tiene dominado a su 
padre, y temo que le haga cometer algún 
acto indigno de su buen nombre, 
Parece increíble que Emilia odig tan» 
to a Margarita. 
—Lo confieso con vergúenza, ¡amigo 
don Marcelino: mi nieta Emilia tiene mal 
corazón. 
—¡Bah! Yo creo que más que mal co- 
razón son caprichos de los pocos años, 
No, no; es envidia, la pasión más 
bastarda y peor de corregir en la criatu- 
ra. Pero la inexplicable condu.:a de Emi- 
lia hace más noble, más grande y Irás 
admirable la de Margarita, que se sacri- 
fica sin pronunciar una queja; que aban- 
dona esta casa cuando sospecha que 1n0- 
lesta a Emilia; que rechaza a Andrés, 
aconsejándole que se case con mi nieta... 
¡Ah! Daría las dos terceras partes de los 
díaz que me quedan de vida por decirle 
a la hija del conde de San Marino: «Esa 
joven, a quien tanto aborreces; esa jo- 
ven, a quien con tanto afán pretender 
perder, es tu hermana.» 
Marqués, permítame usted que le di- 
ga que está cometiendo una impruden- 
cia. Podrían oirnos.. si pedo 
El marqués guardó silencio, y. conti- 
nuaron paseando hasta el extremo. del , 
jardín, donde había un trozo de huerta. 
Don Pablo, cuando llegó alí, reconoció 
el terreno con una mirada y dijo: 
—Yo veo poco, pero me parece que aquí 
no hay nadie. 
-—Efectivamente, estamos solos. 
-—Me alegro; porque así podremos ha- 
blar todo lo que nos parezca. ; 
—¿Hablar de lo mismo? — añadió el 
_doctor sonriendo. 
—Sí; pues aunque me llame usted pe- 
“ sado, yo no sé hablar más que de ela. 
- Margarita llena por completo mi alma 
y mi pensamiento, y como me obligan a 
vivir separado de ella, no sé: hablar de - 
otra cosa. Con que quedamos convenidos, 
a usted el 
—¡Por Dios, 
prano! 
—Pues, ¿a qué hora? os sn 
——Conociendo la justa impaciencia de 
usted, haré la visita de siete a nueve. 
—¡Tan tarde! A o ON 
El ángel de la guarda.—T. 
marqués! ¡No tan tem 
1,107. 
 
	        
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