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MERCANTI!
VALENCIANO |
bruscamente cogida por la cintura, y
Ulia Voz femenina, trémula por la ira,
murmuró a sus oídos estas palabras:
—¡Y así castigan las madres las afren-
tas que hacen a sus hijos!
"La que acababa de interponerse tan
rapidamente no era otra que Magdalena,
que oculta en la espesura había oído una
gran parte de la escena que estamos na-
rrando.
edalena, mujer del pueblo, corazón
noble y generoso, había sabido dominar-
s2 mientras los insultos dirigidos a su
hija sólo fueron palabras.
La antigua ama de llaves del marqués
de Malfi respetaba a la condesita de San
Marino, y le fué preciso bacerse una
gran violencia para dominarse; pero des-
de el momento que vió que un látigo ke-
ría cruelmente el rostro de su hija, lo
Olvidó todo, y como la leona que defiende
a sus cachorros, se lanzó rápida como el
pensamiento sobre Emilia.
Por eso ni Bonifacio, que contemplaba
la escena, ni la misma Margarita, pudie-
ron evitar la agresión de Magdalena, a
quien el amor maternal había prestado
una fuerza tan extraordinaria, que arro-
jó como si fuera una muñeca el cuerpo
de Emilia a algunos pasus de distancia,
pero con tan mala suerte, que el rostro
de la condesita fué a chocar con el añoso .
tronco de un árbol, y la sangre bro de
la frente de la hija de los condes de San
Marino.
Mientras Bonifacio procuraba id
y socorrer a su ama dando voces y pi-
diendo socorro, Magdalena, con novle
fiereza, cogió a "Margarita por el hraan
y le dijo:
—Ven, hija mía, ven; salgamos de esta
Casa, cuyas puertas deben cerrarse para
siempre para nosotras. Dejemos a esa
orgullosa señorita devorada por la envi-
dia; nosotras no la necesitamos peta
nada.
Y Magdalena arrastró, por decirlo así,
a su hija hacia la puerta y salieron de
la quinta,