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TfuLO
A
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DIUS LOS CRIA...
—¿Da usted 4u permiso, señor don An-
drést——preguntó el lacayo de Eniila,
—Adelante, Bonifacio. ¿Que ocurre?
Boniiacio avanzó hasta colocarse a dos
pasos de distancia de Andrés, y dejando
asomar a sus labios una hipocrita sonri-
ga, añadió:
—Muchas cosas, señorito.
—Y vienes a contármelas, ¿no es eso?
—Efectivamente.
—Pues bien: siéntate, porque estarás
cansado.
—Como la señorita es tan buena-—aña-
dió Bonifacio—, me ha dado permiso pa-
ra venir con uno de sus caballos.
—¡Ah! ¿Es ella la que te e
Si, señor.
—Eso redobla mi interés. Te escucho
con impaciencia.
- —Ante todo, señorito, permítame usted
que le felicite por el buen estado de su
herida, pues ya, libre de vendas e
le veo caminar rápidamente a su cura-
ción.
—SÍ, efectivamente—contestó Andrés—;
el peligro ha desaparecido; las cicatrices
Se han cerrado, pero la marca. queda en
el rostro para siempre.
--—¿Y quién sabe si desaparecerá con
el tiempo?
—IEn cuanto a eso,: tengo la completa.
seguridad de que es una herencia eterna
que me ha regalado el coronel Redondo.
Pero háblame de tu ama.
. —Empezaré entregando una caría ¡qee :
me ha dado para usted. pe
Andrés rompió el. sobre y
ignamos:
«Esta tarde pondada Verla, pero me lo
ha impedido una circunstancia fatal que
e explicará Bonifacio de palabra. Si el.
estado de tu salud te lo
a Madrid lo más pronto
ermite, vuelve
hilas,,
y se puso a
er para sí lo que a continuación con-
: osible; es pre-
¿eiso que hablemos, que nos > pongara0d:
de acuerdo para castigar -la insolencia
de una mujer a quien la fatalidad co-
loca ante nuestro paso.
Por ella has luchado tú un mes entre
la vida y la muerte; por ella quedará pa-
ra siempre en tu rostro una profunda ci-
catriz; pues bien, Andres: por ella tengo
yo también marcada la frente de un m0-
do indeleble. No tengo tiempo para escri-.
birte más, pero Bonifacio te enterará de
todo.
Espero con impaciencia, el día que
abandones tu retiro y vengas a verme.»
Andrés, que había disimulado el asom-
bro que la lectura de aquella carta le
causaba, la guardó en el bolsillo de su
bata y dijo:
—Según me dice en su carta tu ¿Dis
rita, tienes que darme algunas explica
ciones.
—Sí, señor; tengo que decir a usted la
causa inesperada que ha motivado el
que esta tarde no viniera a verle la seño-
rita,
—Etfectivamente, cuando su padre es-
tuvo a enterarse del estado de mi salud,
prometió volver muy en breve con ella.
—Y mientras el conde se hallaba aquí,
la señorita corría grave riesgo. de ser ase.
sinada.
-—¡Cómo!—preguntó con viveza Andrés,
Aquí Bonifacio hizo a su manera un.
relato. de la escena que ya conocen nues-
tros lectores, y que sería ocioso repetir.
Andrés escuchó con profundo interés
a Bonifacio, sin interrumpirle una vez
“sola, y cuando el lacayo PracadA la res.
lación le preguntó: -
—Pero, ¿es de gravedad la herida. e
2milia?
—¡Oh! No, señor; es una cosa leve; está
completamente buena, si se exceptúa el
susto y el mal efecto que produjo el brus-
co ataque de la ase tos MEE
ia caer
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