Full text: Tomo segundo (002)

  
  
CAPI 
  
TfuLO 
A 
se 
DIUS LOS CRIA... 
—¿Da usted 4u permiso, señor don An- 
drést——preguntó el lacayo de Eniila, 
—Adelante, Bonifacio. ¿Que ocurre? 
Boniiacio avanzó hasta colocarse a dos 
pasos de distancia de Andrés, y dejando 
asomar a sus labios una hipocrita sonri- 
ga, añadió: 
—Muchas cosas, señorito. 
—Y vienes a contármelas, ¿no es eso? 
—Efectivamente. 
—Pues bien: siéntate, porque estarás 
cansado. 
—Como la señorita es tan buena-—aña- 
dió Bonifacio—, me ha dado permiso pa- 
ra venir con uno de sus caballos. 
—¡Ah! ¿Es ella la que te e 
Si, señor. 
—Eso redobla mi interés. Te escucho 
con impaciencia. 
- —Ante todo, señorito, permítame usted 
que le felicite por el buen estado de su 
herida, pues ya, libre de vendas e 
le veo caminar rápidamente a su cura- 
ción. 
—SÍ, efectivamente—contestó Andrés—; 
el peligro ha desaparecido; las cicatrices 
Se han cerrado, pero la marca. queda en 
el rostro para siempre. 
--—¿Y quién sabe si desaparecerá con 
el tiempo? 
—IEn cuanto a eso,: tengo la completa. 
seguridad de que es una herencia eterna 
que me ha regalado el coronel Redondo. 
Pero háblame de tu ama. 
. —Empezaré entregando una caría ¡qee : 
me ha dado para usted. pe 
Andrés rompió el. sobre y 
ignamos: 
«Esta tarde pondada Verla, pero me lo 
ha impedido una circunstancia fatal que 
e explicará Bonifacio de palabra. Si el. 
estado de tu salud te lo 
a Madrid lo más pronto 
ermite, vuelve 
hilas,, 
y se puso a 
er para sí lo que a continuación con- 
: osible; es pre- 
¿eiso que hablemos, que nos > pongara0d: 
de acuerdo para castigar -la insolencia 
de una mujer a quien la fatalidad co- 
loca ante nuestro paso. 
Por ella has luchado tú un mes entre 
la vida y la muerte; por ella quedará pa- 
ra siempre en tu rostro una profunda ci- 
catriz; pues bien, Andres: por ella tengo 
yo también marcada la frente de un m0- 
do indeleble. No tengo tiempo para escri-. 
birte más, pero Bonifacio te enterará de 
todo. 
Espero con impaciencia, el día que 
abandones tu retiro y vengas a verme.» 
Andrés, que había disimulado el asom- 
bro que la lectura de aquella carta le 
causaba, la guardó en el bolsillo de su 
bata y dijo: 
—Según me dice en su carta tu ¿Dis 
rita, tienes que darme algunas explica 
ciones. 
—Sí, señor; tengo que decir a usted la 
causa inesperada que ha motivado el 
que esta tarde no viniera a verle la seño- 
rita, 
—Etfectivamente, cuando su padre es- 
tuvo a enterarse del estado de mi salud, 
prometió volver muy en breve con ella. 
—Y mientras el conde se hallaba aquí, 
la señorita corría grave riesgo. de ser ase. 
sinada. 
-—¡Cómo!—preguntó con viveza Andrés, 
Aquí Bonifacio hizo a su manera un. 
relato. de la escena que ya conocen nues- 
tros lectores, y que sería ocioso repetir. 
Andrés escuchó con profundo interés 
a Bonifacio, sin interrumpirle una vez 
“sola, y cuando el lacayo PracadA la res. 
lación le preguntó: - 
—Pero, ¿es de gravedad la herida. e 
2milia? 
—¡Oh! No, señor; es una cosa leve; está 
completamente buena, si se exceptúa el 
susto y el mal efecto que produjo el brus- 
co ataque de la ase tos MEE 
ia caer 
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