Full text: Tomo segundo (002)

  
CAPITULO V 
PR 
f 
CONFORMIDAD DE PAREQERES 
» 
Serafina indicó un sofá para que se 
sentara Bonifacio, 
Se comprendía a primera vista que 
aquella habitación estaba amueblada por 
entregas; no había entre todos los mue- 
bles el menor parentesco, ni aun en ter- 
cer grado: una butaca de gutapercha, 
un sofá de tapicería de lana encarnada 
y seis sillas de tapicería de lana azul, 
un velador de pino imitando caoba y. 
una caja de brasero de nogal. Po 
Todo aquello indudablemente se había 
comprado en el Rastro o en las prende- 
rías, aprovechando los momentos en que 
estaban en alza los fondos de Serafina. 
Aquel gabinete era una especie de des- 
ahogo de los jugadores; allí entraban a 
hablar con Serafina de sus alegrías o 
de sus desgracias, y más de un reloj 
había pasado en aquel local de las ma- 
nos de su dueño a las de Serafina para 
que lo empeñara. 
Como nuestros lectores no deben haber 
- olvidado a esta «señora» que nos ocupa, 
es inútil que repitamos que su concien- 
Cia era muy ancha y poco escrupulosa; 
se ganaba, pues, la vida como Dios o el 
- diablo le daban a entender, y tan pronto 
: - desempeñaba el papel de madre con una 
- hija alquilada como el de pobre y des- 
paa viuda. 
Sabido es que no están todos los acto- 
- Tes YX: Jas actrices contratados en los tea- 
dE tros; muchos pululan por el mundo re- 
E ; presentando esta la sa que ge llama. co- E 
; media humana. ] 
—Serafina fué a sentarse al jelo: de Bo- 
e nifacio, Mu usando la más cariñosa son- 
poeta Quevedo dijo a sus contemporá- 
neos, la mejor de todas es la de: «Po- 
deroso caballero es don dinero.» 
-—Indudablemente, señora, usted no 
me recuerda—respondió Bonifacio, 
—Crea usted que desde que entró en 
mi casa le miro y busco... : 
—Usted me ha visto tres o cuatro ves 
ces en su casa de la calle del Olmo. 
—¡Ah! ¿Ha ido usted alguna vez a wi 
casa? 
—SÍ, 
propia. 
Esta contestación tenía esoo de in- 
tencionada, tratándose de la casa que en 
la calle del Olmo poseía Serafina. | 
—Entonces, no recuerdo por quién... 
—Por don Andrés de Olmedo, 
Serafina no había visto a Andrés des- 
de la desgraciada aventura de la calle 
de los Caños; y como era un buen pa- 
rroquiano, temerosa sin duda de que se 
hubiera ofendido, le había faltado valor 
señora, aunque no por cuenta 
para ir a enterarse del desenlace de tan 
desagradable asunto. 
Así es que se quedó mirando a Bonifa- i 
cio como se mira a un emisario cuando 
Se ignora si es amigo 0 enemigo. 
Bonifacio era demasiado listo para 
comprender todo lo que pasaba en la ima- 
ginación de aquella mujer; y para tran 
quilizarla, porque creía más conveniente 
servirse de ella que tener que buscar un 
cómplice nuevo, le dijo: 
- —Pues sí; yo visité alguna vez la casa 
de usted, antes que don Andrés sufriese 
el malhadado percance de la calle de los 
CARO que tan fatales consecuencias 1 
> ha producido. 
- —Crea usted que no me consolaré nunca, 
- de aquella desgraciada aventura. Pero, 
¿quién podía creer que un amigo tan ín- 
des timo como el señorito Miguel?... 
-—Pues ahí verá usted como en ciertos 
A io ide toda RA es poca; | 
 
	        
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