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FOLLETIN DE EL MERCANTI!
VALENCIANO
ojos del anciano, a pesar de la sonrisa
que entreabría sus labios.
Margarita nada dijo; pero compren-
diendo la gran pasión que por la músi-
ca tenía el marqués de Malfi, comenzó a
tocar un nuevo nocturno. -
Cuando hablaba. el piano. el marqués
enmudecía, y así fué pasando el tiempo.
agradablemente para aquel noble ancia-
no, hasta que una voz desconocida para
él, una voz que hizo estremecer a: Mar-
garita, le distrajo de su profunda medi- .
tación.
- "Aquella voz-sonora pedía permiso casi
tímidamente para entrar en la sala.
Era Miguel, que, como de costumbre,
- Iba'a hacer su diaria visita. '
—Adelante, Miguel, adelante — dijo
Marg arita, haciendo girar la banqueta
del piano y sonriendo.
El marqués volvió la cabeza hacia la '
puerta lleno de curiosidad, pues él tam-
bién deseaba conocer al hijo de la can- -
tinera, al joven generoso que había sal.
vado de tan gran peligro a Margarita.
'Al fijar los ojos en él, don Pablo no :
pudo menos de decir con una ingenuidad
: verdaderamente infantil:
— ¡Calla! ¿Es usted el hijo del coronel
“Redondo?
—Servidor de usted, caballero.
—¿El que ha salvado de la deshonta a
mi pobre y buena Margarita?
—Señor marqués...—tartamudeó Miguel ,
turbado.
—Pues me alegro doblemente, pues ya
le conocía a usted; y aunque sin tratarle
- muy a fondo, O me había sido
simpático. :
—Esas palabras benévolas me Tlenan
de satisfacción.
—Nada, nada; tengo muchos años, y
: achaque es de los viejes decir verdades
a los jóvenes.
- —Si eso son verdades, confieso que ro-
E suenan dulcemente en mis oídos,
Margarita escuchaba sonriendo las pa-'
labras que el marqués dirigía la Miguel.
_ Aunque son muchos mis años—volvió
a decir don Pablo—, afortunadamente
-—cónservo fresca la memoria, y recuerdo
-— haber visto a usted el año pasado en mi
quinta de Carabanchel, en os batles*qus
- dábamos en el jardín. :
'—Es verdad, señor marqués. Tuve la
hónra de ser presentado por un joven que *
_ eta: entonces mi'amigo.
'—Sf; supongo que se trata ad AÑGjOs
: da sar un pillete, con cat y SFE E
tes blancos; uno de esos hijos de familia
que no han aprendido otra cosa que a
comerse a dos carrillos la fortuna que
ganaron 6us padres; pero usted no será
ya amigo de semejante canalla,
—¿Amigo?—repuso Margarita, tomando
parte en la conversación—.-¿Olvida usted
los desagradables lances que Andrés ha
tenido con Miguel y con su padre el co-
ronel?
—Pues por eso mismo lo digo.
Desde que. había entrado en la sala el
joven, a pesar de que la luz de la lám-
¿para no le permitía distinguir bien los
Objetos, no césaba de mirar a Margari-
ta, en cuyo: hermoso rostro se veía la
huella amoratada del látigo de Emilia.
Margarita, que comprendió lo que Mi-
guel quería decir con aquella mirada, no
hacía otra cosa que sonreirse., a
Por fin el hijo de Micaela no pudo con-
tener por más tiempo su curiosidad, y
preguntó con alguna timidez: :
—¿Qué es.eso, señorita? ¿Se ha dado us-
ted algún golpe en la cara?
—Sí; pero no ha sido nada; no vale la.
pena—contestó turbada Margarita,
—¿Y por qué ocultarle ahora—dijo a
su vez el cri que tendrá que sa-
- ber mañana?
Aquellas palabras avivaron la curiosl-
dad del joven. AO ya
Margarita dirigió una mirada suplí- -
cante a don Pable; pero éste no se de-
tuvo, y refirió en pocas palabras lo que
; había sucedido aquella tarde en la quin- '
ta de Carabanchel.
Redondo escuchó con profunda indig-
nación, pero sin interrumpirie una sola
vez, el relato del anciano.
Margarita escuchaba también,
ocultando el rostro entre las manos.
Cuando el marqués terminó su relato,
tomó Magdalena la palabra, y ana, diri-
giéndose a Miguel:
—Ya ve “usted que sería una gran in-
justicia que, estando la:razón de nues- '
tra parte, pretendiera el conde de San
pero
- Marimo «demandarme porque he dico
do a mi hija. :
Tr anquilícese usted, soñóre ¿contestó
Miguel—. ¿Quién tieme más derecho gue
una madre :a defender a su hija? .
—Es “que ese pillastre ' de Bonifacio—
¿añadió con: “acento cólérico el marqués— *
ha'declárado al conde todo al revés de
cómo:ha sucédido.. Pero así y todo, cón-
fío en que se arreglará amigablemente. .
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