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sa, levándose una mano a la frente, y
dirigiendo una mirada llena de ternura
a, Margarita,
—¡Sí, a latigazos! — repitió el marqués
con acento nervioso—. La verdad de mis
palabras la encontrarás escrita en el ros-
tro de Margarita; y ya comprenderás,
querida Luisa, que yo no quiero que se.
repitan estas desagradables escenas; es
preciso, pues, que yo sepa si soy o no el
amo de mi casa; si puedo reci 'r en ella
a quien se me antoje, y ofrecerle la sa-
grada garantía de la hospitalidad; por
eso necesito ver mañana a tu esposo; por
eso, al venir hoy a Madrid, he ido a es-
tablecerme a una fonda, pues no quiero
que a tu hija se le ocurra arrojarme de
su casa, como arrojó esta tarde de la
mía a Margarita.
—¡Arrojarte de su casa! — añadió Lui-
sa exhalando un grito —. ¡Ob! Eso no es
posible; eso no lo consentiría tu hija; eso
no lo consentiría mi esposo él conde de
San Marino.
_:=|¡Bah! Ya sé yo que tu esposo > un
cabuioro completo, noble de pura raza;
pero tiene la debilidad de estar ar
do por Emilia, y esa hija le dará muchos
disgustos.
—Yo sola soy la culpable -—- dijo a su:
vez Margarita con los. ojos lienos de lá.-
grimas — de cuantos disgustos ha habi-
do en casa de mis buenos hienhechores.
- "Tú NO €res
-plicó el marqués —, Tú eres un ányel,
¡Ah! Si todas las mujerés del mundo tu-
vieran tu carácter, la tierra de los hom».
brea disfrutaría de una paz octaviana,
Pero yo te aseguro que 1049 se asrogiarás
culpable de nada -— re- !
FOLLETIN DE El MEROANTIL VALENCIANO.
cada uno. ocupará su puesta y y no see L0-:
mará más atribuciones que las quele co-
rrespondan, porque yo prefiero habitar
en paz en una buhardilla a vivir en guer.
tra en un palacio, j
—Pues lo que es eso, señor marqués,
difícilmente lo conseguirá usted — aña-
dio Magdalena, que siempre que veía la
señal del látigo en el rostro de su hija
no podía menos de recordar le mala vo-.
luntad que le profesaba Emilia, y
——Esa desconfianza, Magdalena, es 11-
motivada — dijo-la condesa.
—¡Ah, señora! Hace mucho tiempo que
Margarita y yo venimos observando qué
la señorita Emilia nos odia entrañable-
mente. ]
—lso es una preocupación vuestra
—repuso Luisa, que desde el fondo de
su alma deseaba ver concluida aquella
lúcha fratricida,
—En fin, puede que lo sea, señora;
pero nosotras tenemos pruebas para creer
lo contrario, y bien sabe Dios que a pe"
sar del profundo agradecimiento que
guardan nuestros corazones para uste
des, no podemos menos de lamentar lo
que sucede,
--Pues yo prometo a ustedes que todo
esto se arreglará. Emilia es una niña, Y
yo la haré comprender hasta dónde e-.
gan sus deberes.
La presencia del marqués, y de Miguel
coartaba visiblemente a la condesa,
Miguel fué el primero que lo compren '
dió, y con el pretexto de que su madre
se encontraba. un poco-delisada, se des-
pió de aquella: honrada familia.