Full text: Tomo segundo (002)

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sa, levándose una mano a la frente, y 
dirigiendo una mirada llena de ternura 
a, Margarita, 
—¡Sí, a latigazos! — repitió el marqués 
con acento nervioso—. La verdad de mis 
palabras la encontrarás escrita en el ros- 
tro de Margarita; y ya comprenderás, 
querida Luisa, que yo no quiero que se. 
repitan estas desagradables escenas; es 
preciso, pues, que yo sepa si soy o no el 
amo de mi casa; si puedo reci 'r en ella 
a quien se me antoje, y ofrecerle la sa- 
grada garantía de la hospitalidad; por 
eso necesito ver mañana a tu esposo; por 
eso, al venir hoy a Madrid, he ido a es- 
tablecerme a una fonda, pues no quiero 
que a tu hija se le ocurra arrojarme de 
su casa, como arrojó esta tarde de la 
mía a Margarita. 
—¡Arrojarte de su casa! — añadió Lui- 
sa exhalando un grito —. ¡Ob! Eso no es 
posible; eso no lo consentiría tu hija; eso 
no lo consentiría mi esposo él conde de 
San Marino. 
_:=|¡Bah! Ya sé yo que tu esposo > un 
cabuioro completo, noble de pura raza; 
pero tiene la debilidad de estar ar 
do por Emilia, y esa hija le dará muchos 
disgustos. 
—Yo sola soy la culpable -—- dijo a su: 
vez Margarita con los. ojos lienos de lá.- 
grimas — de cuantos disgustos ha habi- 
do en casa de mis buenos hienhechores. 
- "Tú NO €res 
-plicó el marqués —, Tú eres un ányel, 
¡Ah! Si todas las mujerés del mundo tu- 
vieran tu carácter, la tierra de los hom». 
brea disfrutaría de una paz octaviana, 
Pero yo te aseguro que 1049 se asrogiarás 
culpable de nada -— re- ! 
  
FOLLETIN DE El MEROANTIL VALENCIANO. 
cada uno. ocupará su puesta y y no see L0-: 
mará más atribuciones que las quele co- 
rrespondan, porque yo prefiero habitar 
en paz en una buhardilla a vivir en guer. 
tra en un palacio, j 
—Pues lo que es eso, señor marqués, 
difícilmente lo conseguirá usted — aña- 
dio Magdalena, que siempre que veía la 
señal del látigo en el rostro de su hija 
no podía menos de recordar le mala vo-. 
luntad que le profesaba Emilia, y 
——Esa desconfianza, Magdalena, es 11- 
motivada — dijo-la condesa. 
—¡Ah, señora! Hace mucho tiempo que 
Margarita y yo venimos observando qué 
la señorita Emilia nos odia entrañable- 
mente. ] 
—lso es una preocupación vuestra 
—repuso Luisa, que desde el fondo de 
su alma deseaba ver concluida aquella 
lúcha fratricida, 
—En fin, puede que lo sea, señora; 
pero nosotras tenemos pruebas para creer 
lo contrario, y bien sabe Dios que a pe" 
sar del profundo agradecimiento que 
guardan nuestros corazones para uste 
des, no podemos menos de lamentar lo 
que sucede, 
--Pues yo prometo a ustedes que todo 
esto se arreglará. Emilia es una niña, Y 
yo la haré comprender hasta dónde e-. 
gan sus deberes. 
La presencia del marqués, y de Miguel 
coartaba visiblemente a la condesa, 
Miguel fué el primero que lo compren ' 
dió, y con el pretexto de que su madre 
se encontraba. un poco-delisada, se des- 
pió de aquella: honrada familia. 
 
	        
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