vs APITULO
LX
AU
MOMENTOS DE EXPANSION
Apenas había salido Miguel de la ha-
bitación, la condesa, comprendiendo que
el marqués no le dejaría el campo libre,
se decidió a abordar resueltamente la
cuestión que allí le había conducido.
Por otra parte, confiaba en que su pa-
dre, tan interesado como ella en el por-
venir de Margarita, le ayudaría en su
empeño.
Conocidas son de nuestros lectores las
angustias, las noches de dolor y de in-
somnio que había pasado Luisa por
guardar un secreto que turbaba su Ccon-
ciencia y quemaba su alma.
La fatalidad iba acumulando los acon-
tecimientos en derredor de aquella pobre
mártir, que había sacrificado la paz de
su alma por salvar a su padre.
La condesa observaba que había una
parte de egoísmo en la conducta de su
padre; pero este egoísmo es tolerable en
un anciano, porque nada tan lógico ni
tan justo como que un abuelo ame en-
trañablemente a su nieta.
Lo más terrible y lo más cruel de la
situación de la condesa era pensar que
después de tantos y tan grandes sacrifi-
cios podía llegar un día que, obedecien-
do al poderoso mandato de la conciencia,
tuviera que revelar al conde de San Ma-
rino toda la verdad.
Esta verdad, para una mujer como Lul-
sa, era una sentencia de muerte,
Conociendo el inmenso, el grande amor
que la condesa sentía por Margarita, por
aquel trozo de sus entrañas a quien nun-
ca había podido dar el nombre de hija,
sa comprenderán todos los sufrimientos
de aquella mujer.
La condesa cogió cariñosamente a Mar.
garita por la cintura y la condujo hasta
el sofá, sentándose a su lado.
El marqués ocupaba una butaca; Mag>
dalena se hallaba de pie junto al mar-
qués, porque aquella buena mujer, 2un-
que se hallaba en su casa, tenía tal res-
peto a sus amos, que no se atrevía a s8n-
tarse en su presencia,
Luisa besó con ternura la frente de
Margarita, y esforzándose por sonreir,
dijo:
—Puesto que nos hallamos en familia,
vamos a convenir lo más prudente para
todos; pero exijo que cada uno de por sí
diga con entera franqueza su opinión, y
de este modo nos iremos ilustrando para
salir del trance poco agradable en que
nos encontramos.
Las palabras de la condesa, aunque
fueron escuchadas con profunda atención
por los que la rodeaban, no encontraron
respuesta alguna; bien es verdad que
Magdalena y Margarita se hallaban dis-
puestas a obedecer a la condesa, y en
cuanto al marqués, o no comprendió lo
que dijo su hija, o quiso dejarla que ex-
planara su pensamiento,
Después de una ligera pausa Luisa
volvió a decir: 3
-—El acontecimiento de esta tarde ha
sido una verdadera desgracia para to-
dos, y sin que haya motivo para tachar
al conde de San Marino de injusto, debe-
mos confesar que es lo lógico verle colo-
cado al lado de su hija, dispuesto a de-
tenderla y apoyarla.
—La defiende porque ignora la verdad
—dijo el marqués.
"Bien, padre mío, bien - contestó
Luisa con algún disgusto —; ya sé yo
que la razón y la justicia están de parte
de Margarita; pero Alejandro e6 el pa-
dre de Emilia, y al encontrarla con el
rostro ensangrentado, nadie debe exira-
far su conducta,
Y la condesa, fijando una mirada en
su padre, mirada cuya significación sólo.
él podía comprender, añadió:
=-Lo importante aquí, padre mío, 65
encontrar una solución pacífica a este
El ángel de la guarda.-—-T. 1.122