CA PITULO X
A
EL DIA MAS FELIZ DE LA VIDA
—Vamos, despacha querido Vicente,
despacha; te estás recreando con el arre-
glo de mi persona con la misma compla-.
- cencia que si yo fuera el novio.
- —Y yo me gozo en contemplar al se-
ñor marqués, que está mucho mejor que *
algunos jóvenes de treinta años,
. —Te vuelves adulador, E
. —Es que estoy contento. -
-_—¡Ya lo creo! Como que tenemos boda
en casa.
—Hoy es un día feliz para todos.
—Vamos, hombre, acaba, pues de un
- momento a Otro han de llegar el novio
y los testigos y no quiero que me e€n-
—cuentren sin vestir. y
Esta conversación mantenían el viejo
- marqués de Malfi y su no menos viejo
raayordomo y ayuda de cámara Vicente
delante de un espejo de cuerpo entero,
El marqués se había puesto su traje
de etiqueta: frac negro, corbata y una.
brillante placa de Isabel la Católica, de
cuya orden era comendador.
Hacía muchos años que
-queta; así es que cuando decidió honrar
con su presencia el casamiento de Mar-
garita y Miguel, el sastre tuvo que ha-
una hechura anticuada,
—Vaya, ya hemos concluído, gracias
a Dios. Ahora, vamos a ver en qué esta-
do se encuentra la novia—dijo el mar-
- cerle un traje negro, pues su frac tenía
A a PS
—¡Toma! Hace una hora que está ves-
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tida y esperando. e E
- —Como que la pobre no habrá dormi-
do er toda la noche. :
Y el marqués añadió: -
--—¿Ha venido el señor cura?
—Sí; antes de las seis. —.
—¿Está corriente la capilla?
partes. 00
—Adornada de rosas y flores por todas
| 1e el marqués .
no se había ocupado de su traje de eti-
“Buena contribución le habrán im-
puesto Micaela y Magdalena al jardín.
—No han respetado nada, señor.
- —En fin, boy es preciso ser tolerante.
Dame el brazo; tengo muchas ganas de .
vera Margarita; debe estar hermosísima.
-—Como un ángel, EAS
El marqués salió de su habitación,
apoyado en el brazo de su ayuda de cá- |
mara. AS
Margarita, Magdalena, Micaela y el
sacerdote que debía bendecir la unión
de los dos jóvenes, esperaban en el gran
salón de familia de la quinta. E
Margarita, al ver entrar al marqués,
corrió a su encuentro y se arrojó en $us
brazos. : e 3
-—¡Oh! ¡Qué hermosa estás, hija mía,
qué hermosa estás! ¡No tiens poca suerte
el bribón de Miguel!-—dijo el anciano,
besando la frente de la prometida esposa,
_—Poco a poco, señor marqués—contes-
tó Micaela en son de broma—. Mi hijo
es un buen mozo, y puedo asegurar a us-
ted que formarán una linda pareja, A
Magdalena no cesaba de enjugarse los
ojos viendo a eu hija. Su felicidad era
tan inmensa, que para no ahogarse ne-.
cesitaba llorar. o
—¿Ha visto usted, señor marqués, qué
bien le sienta a Margarita la corona de
rosas blancas y el collar de perlas que
usted le ha regalado?-—dijo Micaela. ps
—Si el señor don Miguel Redondo, su
hijo de usted, supiera lo que aquí le
aguarda, no se retrasaría tanto—Tepuso
el marqués.
-——Aun no es tarde. Quedamos en que
se celebraría el casamiento a las siete,
Falta media hora. : ER
Y Micaela, diciendo esto, se asomó al
- Halcón, porque no tra ella la menos im-
paciente por la tardanza de su Hijo.
El marqués cambió algunas palabras
en voz baja con el sacerdote, y mientras
A