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FOLLETIN DE EL MERCANTI! VALENCIANO
—Indudablemente algún amigo.
—¡Quién sabe, madre mía, quién sabel
Pero seguiremos en parte su consejo,
guardando la mayor prudencia.
—¿Y de qué servirá la prudencia de dos
mujeres desvalidas si se empeñan en
perderlas enemigos tan poderosos?
—Mientras la conciencia no tenga na-
da de qué acusarnos, mientras nuestras
frentes puedan levantarse sin rubor, de-
jemos todo el oprobio, toda la intran-
quilidad de espíritu, todos los remordi-
mientos para nuestros enemigos, Dios no
abandona a los justos; confiemos, pues,
en él; vivamos en el seno de la honradez
y del trabajo, ya que la Providencia no
ha querido que heredáramos de nuestros
padres una gran fortuna.
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Al día siguiente, a eso de las doce
de la mañana, una señora que frisaba
- en los cuarenta años, de rostro bonda-
doso y vestida de negro, se presentó en
casa de Magdalena.
Esta señora llevaba el «Diario de
Avisos» en la mano, y preguntó si vivía
allí una profesora de piano que se había
anunciado al público en aquel perió-
dico.
Sí señora, aquí vive—le contestó
Magdalena, asombrada de que tan pron-
to hubiera producido efecto el anun-
cio. : :
—¿Podría verla? :
—No hay inconveniente. Pase usted.
Magdalena condujo a la enlutada has-
ta la sala, donde se hallaba Margarita,
.o. ..o o... 0... ...
la cual, al ver una persona desconocida,
dejó el piano y salió a su encuentro,
- —Esta señora pregunta por ti, hija
A
—He leído el anuncio que usted ha
puesto en el «Diario de Avisos», y Ve-
nía a ver si nos arreglábamos.
—Tenga usted la bondad de tomar
asiento. - :
Yo soy directora de un colégio de
- niñas, donde he podido reunir, a fuerza
de desvelos y de afanes, cuarenta y tan-
tas discípulas; tengo dWnce a pensión
entera y ocho a media pensión; hace al-
gunos días reñí con el profesor de pia-
no, porque su carácter era brusco y po-
co conveniente para enseñar, y quisiera
' que usted se encargara de la educación
musical de mis alumnas.
-—Con mucho gusto, señora—contetó
ES Margarita,
—Para que no nos engañemos ni la
una ni la otra, creo conveniente no Ce-
rrar el trato hasta que termine el pri-
mer mes; y entonces las dos, con pleno
conocimiento, podremos convenir el suel-
do mensual que ha de percibir usted.
—Acepto la proposición, pues veo en:
ella un principio de justicia,
—Sin embargo, por estos veinte días
que quedan de mes, como no es justo
que usted trabaje de balde, satisfaré
una onza en el caso de que no n0O5
arreglemos. Ss
—Como usted guste, Se,
.—Yo creo, sin embargo, que nos en-
tenderemos. Hay algo en la fisonomía
de usted que inspira confianza, que Fé- |
vela la bondad de su alma. 2
—Doy a usted las gracias, señora, por.
sus apreciaciones antes de conocerme.
—Yo tengo un carácter franco y dig0
lc que siento. Para mí será una gral
satisfación el que usted sea profesora eM |
mi colegio.
Y la directora sacó de su cartera un2
tarjeta litografiada y la entregó a Mar-
garita, diciendo: e)
—Aquí tiene usted las señas de
casa. Puede usted ir desde mañana 2.
las diez, y convendremos las horas d8
lección de piano que sean más convé-
nientes a las otras clases. Excuso declP.
a usted que en mi colegio se almuerza
a las doce, y si le viene mal venir a SU
casa a esa hora podrá almorzar con sus.
discípulas, :
—;¡0h! ¡Gracias, señora, gracias!
—Ahora, ya que veo ahí un piano Y
que usted me parece tan amable, mé
atrevo a suplicarle que me haga oír al
guna pieza musical.
—Con mucho gusto. E
Margarita se sentó al piano y t00%
una fantasía de «La Sonámbula».
La directora la escuchó con profub”
: de atención.
De vez en cuando aprobaba con UM
movimiento de cabeza la admirable eje”
cución de Margarita. E
Cuando concluyó la pieza, no pudo
contener un grito de entusiasmo, y dijo*
—Confieso a usted, hija mía, que nu”
ca he oído tocar con tanta limpieza, Con
“tanto sentimiento, con tanta seguridad»
Al lado de usted el profesor que habÍ
antes en el colegio era un aporreador
de pianos. NS Es
Margarita se sonrió ante la espon
nea franqueza de aquella señora,
PS