Full text: Tomo segundo (002)

EL ANGE! DE 
LA GUARDA 315 
  
—Ahora—volvió a decir la directora—, 
Pido a usted permiso para retirarme, 
Pues tengo que hacer aun algunas com- 
Pras y a las dos comienzan las clases 
€n mi colegio, 
, Margarita y Magdalena acompañaron 
a aquella señora hasta la puerta, ofre- 
Ciéndola ir al día siguiente a la hora 
Convenida, 
- —Ya lo ve usted, madre mía—excla- 
Mé Margarita cuando es quedaron £o- 
_las—; Dios se acuerda de nosotras, y 
hos envía trabajo para que podamos 
—Sanarnos el pan de cada día. 
Magdalena abrazó a su hija. 
La alegría y la satisfación rebosaba 
£n aquellas dos almas sencillas, 
—¡Oh! ¡Qué útil es recibir buena edu- 
—Cación! — exclamó Margarita—. Nunca 
Podré olvidar lo mucho que debo a mis 
Protectores, 
Pero estaba escrito que aquel día de- 
bía ser de gratas emociones para Mar- 
Sarita y Magdalena. 
A las tres de la tarde volvieron a lla- 
Mar a la puerta. 
Era una señora pálida y delgada; pa- 
_Tecía algo enferma, y en su mirada se 
Notaba la debilidad de su cuerpo. Ves- 
Ma de negro, como la directora del coule- 
Rio, y preguntaba también por una pro- 
Ysora de piano que se había anuncia- 
do en el «Diario de Avisos», 
- Magdalena, que apenas podía domi- 
Mar su alegría, introdujo hasta la sala 
4 la señora. 
-—Suponiendo que es usted la señorl- 
' QUe ha puesto este anuncio en el 
«Diario», quisiera que se encargara us- 
ted de la educación musical de mi hi- 
Nuestros lectores ya habrán  sospe- 
ado que la señora pálida no era otra 
le Serafina, la amiga de Andrés de 
Olmedo. 
-_—No tengo inconveniente alguno en 
fhcargarme de la educación de su hija 
de usted—dijo Margarita. 
—Entonces, espero que me diga cuán- 
to ha de costarme la mensualidad a lec- 
Ción diaria. 
—Por eso no reñiremos, señora, 
í in embargo, yo quisiera saber... 
-—Ya ve usted, yo soy una profesora, 
Por decirlo así, nueva, que busca discí-. 
ulas y desea “adquirir una reputación; 
tengo, por consiguiente, grandes pre- 
tensiones, y aceptaré lo que usted quie- 
ra asignarme., 
—Esa es una generosidad que me obli- 
ga a decirle con franqueza que yo ten- 
go consignados en mi presupuesto para 
la educación musical de mi hija ocho 
duros mensuales; pero ha de ser lec- 
ción diaria, porque mi niña tiene ya 
cnce años y medio, y quiero que duran- 
te un año se dedique exclusivamente a 
la música, para que cuando venga su 
padre de América sepa tocar: algo de 
provecho; y yo espero que usted lo con- 
seguirá y sacará partido de ella, pues 
aunque se crea una debilidad maternal, 
mi hija tiene mucha pensairación. 
—Yo haré todo lo posible por merecer 
la confianza que usted deposita en mí. 
—Así lo espero. Quedamos, pues, con- 
venidas en que usted dará lección dia- 
ria a mi niña, y yo entregaré a usted 
el día último de cada mes ciento 
sesenta reales. 
—Como usted guste. 
——Entonces no tenemos ya nada más 
que hablar. Puede usted apuntar las se- 
ñas de mi casa: no he traído tarjetas. 
Vivimos cerca: calle de los Caños, nú- 
meró..., piso segundo de la derecha; 
rae llamo Serafina Mendoza. 
Margarita anotó las señas en un pa- 
pel. 
—¿A qué hora irá usted mañana? 
—De cuatro a seis de la tarde, y en- 
tonces convendremos la hora fija para 
los días sucesivos, 
—Estaré en casa Arona a usted. 
—No faltaré. 
—¿Quiere usted que le pague Una 
mensualidad adelantada? : 
—¡Oh! No, señora; la cobraré a su de- 
bido tiempo. 
—Como usted guste. 
La señora enlutada se 
salió. : 
Serafina no había producido. menos 
efecto que la directora del colegio. ; 
Cuando Margarita y Magdalena se 
encontraron solas volvieron a abrazarse 
de nuevo, cayendo de rodillas, excla- 
maron a un mismo tiempo: ZA 
—¡Bendito seas tú, Dios bueno y mi- 
sericordioso, que no abandonas a aque- 
despidió y, 
los que de ti lo esperan todo! . 
¡La buena fe de Margarita y Magdale- 
na les hacía dar gracias a Dios por una 
obra en la gue sólo e tomado aptos e 
el sabio. 
 
	        
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