EL ANGEL DE (A GUARDA
A
Después nos pidió juramento de que cum-
—Pliríamos cuanto nos mandara, y nOS-
Otros lo juramos, Convencido, pues DOS
—Sonocía, de que no faltaríamos a la pala»
bra empeñada, nos entregó una cartera,
—Tecomendándonos muy especialmente que
leyéramos una carta cuyo sobre iba diri-
gido a mi esposo, y que hiciéramos cuan-
do en ella nos mandaba.
¿Y esa carta?...—preguntó Luisa,
lista en mi poder, y sólo se reducé a
—Ebcargarnos que, terminada la guerra,
pidiera mi marido un mes de licencia y
hos viniéramos a Madrid a entregar ul
Paquete de cartas selladas al doctor don
Marcelino Tarancón, que vivía en Cara-
—banchel, y que buscáramos a una tal
Magdalena y diésemos a una niña que vi-
Wa con ella, llamada Margarita, el me-
dallón y el retrato que he tenido el honos
de entregar a usted. Además, nos encar-
¡Saba muy especialmente que defendiéra-
oe siempre y en todas ocasiones a Mar-
garita, que era eu hija. :
=:Hios mío! ¡Dios mio!--murmuró la
tondesa,.
«Llegamos a Madrid, vimos al doctor
Tarancón y le entregamos el paquete de
tartas selladas. Fuimos a buscara Mag-
dalena y la encontramos desesperda, pues
le habían robado la niña.
Luisa suspiró,
«Confieso que en aquel momento esta»
va irritada; temí que hubiesen cometido
in crimen con la inocente niña; pero tu-
Ve que dejar las cosas en tal estado, pues
há orden del ministro de la Guerra man-
dé a mi marido que se incorporase a su
Tegimiento, y poco tiempo después un
uque nos conducía a Manila; y aseguro
4 usted, señora, que abandoné las playas
Españolas llevando una espina en el al-
ma, pues ignoraba el paradero de Mar-
Sarita, que tanto me había recomendado
$u padre al morir,
¡Oh! Yo no podía abandonar a mi hi-
Ja Sólo Dios sabe los desvelos que por
€lle he pasado, los dolores que por ella
ho sufrido, ahogando en el fondo del al-
ha la voz de la naturaleza.
Lo sé, señora, lo Sé. Al regresar de mi
largo viaje procuré buscar a Margarita y
A Magdalena, y entonces supe que se han
Vaban en casa del marqués de Malfi, que
Margarita había recibido una brillante
educación y que su porvenir estaba ase-
-gurado, y mi.alma se llenó de alegría,
Mi corazón de gozo; para nada necesita-
ba esa hermosa niña de la protección de
$
la mujer del corónel Redondo. Y puedo
asegurar a usted que yo hubiera sepul-
tado en el fondo de mi pecho este Secre-
to que en parte me habían revelado ¡as
últimas palabras del moribundo capitán
Alvarez y en parte las averiguaciones he.
chas por mi para encontrar el original
del reirato que yo conservaba, si- una
circunstancia especial no me hubiera
puesto en el cago, como madre, de veulr
a hacer a usted esta visita,
Luisa miró a Micaela, porque en la
raenor palabra encontraba un motivo de
sobresalio,
La mujer del coronel Redondo cCora-
prendió que había llegado el momento de
revesar la verdadera causa de su visita,
y continuó:
«Yo tengo un hijo, señora, he hecho.
todos los sacrificios de que es capaz una
madre para darle una brillante edu 'a-
ción, y hoy me enorgullece, pues veo que
no ha sido infructuoso cuanto he gasta-
do para conseguir mi objeto; y espero,,
señora condesa, que usted, que ya habrá
comprendido que mi carácter es franco,
no formará de mí una mala opinión al
oír lo que voy a decirle, y tolerará que,
madre cariñosa, no me canse de prodi-
sar elogios a mi hijo.
Micaela hizo una pausa como para to-
mar aliento, y luego repuso de esta ma-
nera:
——Mi hijo Miguel, educado en uno de
los colegios más distinguidos de Madrid,
«e halla relacionado con la clase más ele.
vada de la sociedad: usted misma, seño-
ra, lo recihe en su casa, y 'no Creo qua
tenga queja de su comportamiento,
¡Oh! Al contrario, señora; su hijo de
usted es un joven simpático a quien re.»
cibimos con mucho gusto, y cuya voz pri-
vilegiada y notables conocimientos musi-
cales han causado más de una vez nues-
tra admiración.
Doy a usted las gracias por el buen
concepto que le merece, y con la seguri-
dad de que usted apreciará en lo que vale .
la revelación que voy a hacerle, no va:
cilaré un momento en decirle que rai hijo
Miguel está locamente enamorado de la
señorita Emilia de San Marino. É
«¡De mi hijal-—exclamé Luisa, temien-
du una nueva complicación. 2
Sí, de gu hija de usted, señora 00n-
CI cats : AA
_—Pero ¿Emilia le ama? o
—Ruego a usted que se tranquilice. Yo
nunca hubiera venido a hacer esta de.
El ángel de la guarda.—T. 11.81