Full text: Tomo segundo (002)

EL ANGEL DE (A GUARDA 
A 
  
Después nos pidió juramento de que cum- 
—Pliríamos cuanto nos mandara, y nOS- 
Otros lo juramos, Convencido, pues DOS 
—Sonocía, de que no faltaríamos a la pala» 
bra empeñada, nos entregó una cartera, 
—Tecomendándonos muy especialmente que 
leyéramos una carta cuyo sobre iba diri- 
gido a mi esposo, y que hiciéramos cuan- 
do en ella nos mandaba. 
¿Y esa carta?...—preguntó Luisa, 
lista en mi poder, y sólo se reducé a 
—Ebcargarnos que, terminada la guerra, 
pidiera mi marido un mes de licencia y 
hos viniéramos a Madrid a entregar ul 
Paquete de cartas selladas al doctor don 
Marcelino Tarancón, que vivía en Cara- 
—banchel, y que buscáramos a una tal 
Magdalena y diésemos a una niña que vi- 
Wa con ella, llamada Margarita, el me- 
dallón y el retrato que he tenido el honos 
de entregar a usted. Además, nos encar- 
¡Saba muy especialmente que defendiéra- 
oe siempre y en todas ocasiones a Mar- 
garita, que era eu hija. : 
=:Hios mío! ¡Dios mio!--murmuró la 
tondesa,. 
«Llegamos a Madrid, vimos al doctor 
Tarancón y le entregamos el paquete de 
tartas selladas. Fuimos a buscara Mag- 
dalena y la encontramos desesperda, pues 
le habían robado la niña. 
Luisa suspiró, 
«Confieso que en aquel momento esta» 
va irritada; temí que hubiesen cometido 
in crimen con la inocente niña; pero tu- 
Ve que dejar las cosas en tal estado, pues 
há orden del ministro de la Guerra man- 
dé a mi marido que se incorporase a su 
Tegimiento, y poco tiempo después un 
uque nos conducía a Manila; y aseguro 
4 usted, señora, que abandoné las playas 
Españolas llevando una espina en el al- 
ma, pues ignoraba el paradero de Mar- 
Sarita, que tanto me había recomendado 
$u padre al morir, 
¡Oh! Yo no podía abandonar a mi hi- 
Ja Sólo Dios sabe los desvelos que por 
€lle he pasado, los dolores que por ella 
ho sufrido, ahogando en el fondo del al- 
ha la voz de la naturaleza. 
Lo sé, señora, lo Sé. Al regresar de mi 
largo viaje procuré buscar a Margarita y 
A Magdalena, y entonces supe que se han 
Vaban en casa del marqués de Malfi, que 
Margarita había recibido una brillante 
educación y que su porvenir estaba ase- 
-gurado, y mi.alma se llenó de alegría, 
Mi corazón de gozo; para nada necesita- 
ba esa hermosa niña de la protección de 
$ 
la mujer del corónel Redondo. Y puedo 
asegurar a usted que yo hubiera sepul- 
tado en el fondo de mi pecho este Secre- 
to que en parte me habían revelado ¡as 
últimas palabras del moribundo capitán 
Alvarez y en parte las averiguaciones he. 
chas por mi para encontrar el original 
del reirato que yo conservaba, si- una 
circunstancia especial no me hubiera 
puesto en el cago, como madre, de veulr 
a hacer a usted esta visita, 
Luisa miró a Micaela, porque en la 
raenor palabra encontraba un motivo de 
sobresalio, 
La mujer del coronel Redondo cCora- 
prendió que había llegado el momento de 
revesar la verdadera causa de su visita, 
y continuó: 
«Yo tengo un hijo, señora, he hecho. 
todos los sacrificios de que es capaz una 
madre para darle una brillante edu 'a- 
ción, y hoy me enorgullece, pues veo que 
no ha sido infructuoso cuanto he gasta- 
do para conseguir mi objeto; y espero,, 
señora condesa, que usted, que ya habrá 
comprendido que mi carácter es franco, 
no formará de mí una mala opinión al 
oír lo que voy a decirle, y tolerará que, 
madre cariñosa, no me canse de prodi- 
sar elogios a mi hijo. 
Micaela hizo una pausa como para to- 
mar aliento, y luego repuso de esta ma- 
nera: 
——Mi hijo Miguel, educado en uno de 
los colegios más distinguidos de Madrid, 
«e halla relacionado con la clase más ele. 
vada de la sociedad: usted misma, seño- 
ra, lo recihe en su casa, y 'no Creo qua 
tenga queja de su comportamiento, 
¡Oh! Al contrario, señora; su hijo de 
usted es un joven simpático a quien re.» 
cibimos con mucho gusto, y cuya voz pri- 
vilegiada y notables conocimientos musi- 
cales han causado más de una vez nues- 
tra admiración. 
Doy a usted las gracias por el buen 
concepto que le merece, y con la seguri- 
dad de que usted apreciará en lo que vale . 
la revelación que voy a hacerle, no va: 
cilaré un momento en decirle que rai hijo 
Miguel está locamente enamorado de la 
señorita Emilia de San Marino. É 
«¡De mi hijal-—exclamé Luisa, temien- 
du una nueva complicación. 2 
Sí, de gu hija de usted, señora 00n- 
CI cats : AA 
_—Pero ¿Emilia le ama? o 
—Ruego a usted que se tranquilice. Yo 
nunca hubiera venido a hacer esta de. 
El ángel de la guarda.—T. 11.81 
 
	        
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