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CAPITULO 11
LA 00SA MARGHA
- «¡Hossana! ¡Aleluyal — exclamó An-
úrés de Ulmedo, viendo ebtrar en su
Sabinete a Miguel Redundu—. ¡El oerco
Se estrecha, la fortaleza vacila, y 60
ha de tardar mucho el venturoso tmo-
Mento en que yo clave con mano tuerto
My vicioriosa enseña sobre el más alto
torreón!
-—Pero ¿a qué viene ese discurso? ¿Te
—€stás ensayando para representar 'algU-
ña tragedia?—preguntó Miguel,
—Sientate y fuma. Tenemos que ha-
blar largamente.
: ¡Hace dus días que no te puedo echar
lá vista encima.
—Es que hace dos días que estoy
abrumado de ocupaciones,
o —¡Tú ocupaciones!
—Sí, las que me proporcionan mis vi-
08.
-—Que no son pocos,
—Todos los conocidos,
¿TT Entonces, Diógenes, comparado con-
tigo, sería un santo. :
—Diógenes fué un infeliz pobrete. ¿Qué
vicios quieres que tuviese un hombre
“QUe no poseía más que una capa rola
“Y mugrienta, una miserable escuilla y
uh tonel viejo que le servía de casa? Pa-
Ya tener vicios es preciso ser rico, de-
Trochar a manos llenas el dinero, porque
los vicios se cansan de €er amigos del
Pobre,
—Pero vamos a ver: ¿qué has hecho
durante esos dos días, que no he pudi-
do verte por ninguna parte? '
Tender las redes, preparar el ojeo,
escribir cartas amorosas y exhalar sus-
- Pirog apasionados.
¿Para quién? Pa
¡Buena preguntal ¿No “sabes. que
amo a Margarita? y
¡Ah! ¿Es la pobre Margarita tu vic-
ma? AS ¿eE
—Di más bien que es la señora de
mis perrsamientos, la hermosa hada que
codicio, la arisca beldau que Mu abul-
menta.
—Si. tú fueras hombre susceptible de
aceptar un consejo, te diría que dejases
ev paz a la popre Marga lia.
—¿Mejarla en paz cuando "me aallo ¡an
próximo a ren.izar mis desews?
—¿Tan adelantados tienes los traba-
jo« de esa conquista?—preguntó con in-
terés Miguel, que no había olvidado la
recomendación de su madre.
—¡Oh, mucho! Te aseguro que muy
pronto caerá rendida en mis brazos esa
raoderna Lucrecia. :
-—Permiteme que lo dude. Margarita
es una de esas muchachas que saben de-
fender su honor, y tiene además la ven-
taja de que te ha conocido.
Alá lo veremos, querido Miguel,
alá lo veremos. Cuando el hombre se
propone conquistar una mujer por 108
trámites usuales, suele a veces encua-
irar obstáculos que agotan Sus. fuerzas
y le hacen desistir de su empeño; pero.
cuando no se reparan en los medios y
se poseen algunas monedas de Oro, €”
tences ya es muy distinto,
—¿Sabes que siento cierta curiosidad
poz saber qué plan es el tuyo que tan-
ta confianza te inspira?
—En primer lugar, te pondré de ma-
nifiesto una buena noticia, o A
- —Oigámosla—contestó Miguel, encen-
_diendo un cigarro y arrellanándose có-
—modamente en una butaca. '
—El marqués de Malfi, especie de pan-
talla que se levantaba ante mi paso, ya
no puede estorbarme para nada, porque
ha vuelto a su quinta de Carabanchel,
separándose de Margarita, tal vez para
siembra 0 : e EE
¡Lo sabla.
*=¿Por dónde?
Es