Full text: Tomo segundo (002)

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Ass OS 
  
CAPITULO 11 
LA 00SA MARGHA 
- «¡Hossana! ¡Aleluyal — exclamó An- 
úrés de Ulmedo, viendo ebtrar en su 
Sabinete a Miguel Redundu—. ¡El oerco 
Se estrecha, la fortaleza vacila, y 60 
ha de tardar mucho el venturoso tmo- 
Mento en que yo clave con mano tuerto 
My vicioriosa enseña sobre el más alto 
torreón! 
-—Pero ¿a qué viene ese discurso? ¿Te 
—€stás ensayando para representar 'algU- 
ña tragedia?—preguntó Miguel, 
 —Sientate y fuma. Tenemos que ha- 
blar largamente. 
: ¡Hace dus días que no te puedo echar 
lá vista encima. 
—Es que hace dos días que estoy 
abrumado de ocupaciones, 
o —¡Tú ocupaciones! 
 —Sí, las que me proporcionan mis vi- 
08. 
-—Que no son pocos, 
—Todos los conocidos, 
¿TT Entonces, Diógenes, comparado con- 
tigo, sería un santo. : 
—Diógenes fué un infeliz pobrete. ¿Qué 
vicios quieres que tuviese un hombre 
“QUe no poseía más que una capa rola 
“Y mugrienta, una miserable escuilla y 
uh tonel viejo que le servía de casa? Pa- 
Ya tener vicios es preciso ser rico, de- 
Trochar a manos llenas el dinero, porque 
los vicios se cansan de €er amigos del 
Pobre, 
—Pero vamos a ver: ¿qué has hecho 
durante esos dos días, que no he pudi- 
do verte por ninguna parte? ' 
Tender las redes, preparar el ojeo, 
escribir cartas amorosas y exhalar sus- 
- Pirog apasionados. 
¿Para quién? Pa 
¡Buena preguntal ¿No “sabes. que 
amo a Margarita? y 
¡Ah! ¿Es la pobre Margarita tu vic- 
ma? AS ¿eE 
—Di más bien que es la señora de 
mis perrsamientos, la hermosa hada que 
codicio, la arisca beldau que Mu abul- 
menta. 
—Si. tú fueras hombre susceptible de 
aceptar un consejo, te diría que dejases 
ev paz a la popre Marga lia. 
—¿Mejarla en paz cuando "me aallo ¡an 
próximo a ren.izar mis desews? 
—¿Tan adelantados tienes los traba- 
jo« de esa conquista?—preguntó con in- 
terés Miguel, que no había olvidado la 
recomendación de su madre. 
—¡Oh, mucho! Te aseguro que muy 
pronto caerá rendida en mis brazos esa 
raoderna Lucrecia. : 
-—Permiteme que lo dude. Margarita 
es una de esas muchachas que saben de- 
fender su honor, y tiene además la ven- 
taja de que te ha conocido. 
Alá lo veremos, querido Miguel, 
alá lo veremos. Cuando el hombre se 
propone conquistar una mujer por 108 
trámites usuales, suele a veces encua- 
irar obstáculos que agotan Sus. fuerzas 
y le hacen desistir de su empeño; pero. 
cuando no se reparan en los medios y 
se poseen algunas monedas de Oro, €” 
tences ya es muy distinto, 
—¿Sabes que siento cierta curiosidad 
poz saber qué plan es el tuyo que tan- 
ta confianza te inspira? 
—En primer lugar, te pondré de ma- 
nifiesto una buena noticia, o A 
- —Oigámosla—contestó Miguel, encen- 
_diendo un cigarro y arrellanándose có- 
—modamente en una butaca. ' 
—El marqués de Malfi, especie de pan- 
talla que se levantaba ante mi paso, ya 
no puede estorbarme para nada, porque 
ha vuelto a su quinta de Carabanchel, 
separándose de Margarita, tal vez para 
siembra 0 : e EE 
¡Lo sabla. 
*=¿Por dónde? 
  
Es
	        
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