El ANDE DE
LA GUARDA 325
0 el de los tontos, que es lo mismo.
Andres soltó una ruidosa carcajada.
Miguel, que deseaba no inspirar descon-
fianza a su amigo, se rió también.
Apuesto doble contra sencillo a que
: durante estas dos noches que no te he
acompañado a casa del conde de San
Marino no has adelantado un solo pa-
50 en tus pretensiones,
'**Pues perderías la apuesta,
*—¡Holal ¿Ganas terreno?
«Tengo el sentimiento de anunciarte .
que Emilia me ama,
¿El sentimiento? Al contrario, que-
tido Miguel; te doy la más completa en-
horabuena por tus progresos, y deseo
Que atrapes lo más pronto posible los
as del ilustre conde de San Marl-
¿ '0,
- ¡0h! Ep cuanto a eso, aun está bas-
tate lejos, porque costumbre peculiar de
de las mujeres es la mudanza,
¿Crees tú que Emilia se arrepentirá
Ttuañana del amor que te manifiesta
Roy? |
—Eso es lo más probable.
“Siento que des cabida en tu pecho
a. la desconfianza, porque eso te hará
Perder mucho terreno.
—En fin, el tiempo, que es el gran re-
velador de verdades, nos dirá lo que
Suceda. )
Y como Miguel aun no se había ente-
tado de los maquiavélicos planes de su
BMigo, trató de conducir de nuevo la
Conversación adonde estaba antes de
po a Emilia de San Marino, y di-
-—Pero lo que me admira a mí, queri-
do Andrés, es el pensar cómo diablos en-
Cuentras siempre una persona que S€-
Cunde tus pensamientos, por atrevidos
que sean.
=-Eso no falta nunca en las grandes
Capitales; porque, desengáñate, Miguel:
€ joven que puede tirar a cualquier ho-
Ya una onza, encuentra siempre quien
€ sirva en todo.,
_—Pues yo estoy seguro de que si ma-
Tiana necesitase una de esas personas,
Me sería imposible encontrarla.
o Porque tú no conoces una familia
QUe existe en Madrid y que es la pode-
E a palanca para las aventuras amoro-
-—Sí, por ejemplo, tu amiga Serafina.
—De ella precisamente me he servido,
O por mejor decir, me estoy sirviendo,
ara el asunto de Margarita, |
Andrés comenzaba a soltar prendas
que Miguel se disponía a recoger sin ha-
cerse sospechoso.
—¡Diantre!—exclamó Miguel soltando
una carcajada—. ¿Hábrá sido capaz ia
Serafina, con aquella cara biliosa y tras-
nochada, de disfrazarse de, niña para
que le enseñe a tocar el piano Margarita?
—Veo que eres un neóñio en estos
asuntos. Serafina no puede representar
el papel de niña, pero puede hacer adini-
rablmente el de madre. Sus cuarenta
años le conceden ese derecho,
—¡Ah! ¿Luego es la madre?
—Sí; la madre de una niña que he-
mos alquilado por dos meses.
—¡Hombre! He ahí una cosa que ig-
noraba, que se pudieran alquilar los
hijos—dijo Miguel, haciéndose el ino-
cente,
--Tú ignoras muchas cosas, Miguel, y,
por eso te permites dudar de mi triunfo,
-—No, no, perdona; voy creyéndoio,
porque hay mucho ingenio en eso de
alquilar una niña, sin otro «objeto que
el de enseñar los primeros rudimentos
de música, y mientras la niña aprende
el solfeo conquistar el corazón de la
profesora que la enseña. Confieso, que-
rido Andrés, que a mí no se me hubiera
ocurrido nunca semejante cosa. Si la
pobre Margarita supiera lo que le es:
pera en la calle del Olmo...
—¡Bah! Era una imprudencia llevarla
a una casa tan conocida y que tan bue-
na fama ha adquirido entre los vecinos
del barrio; he elegido otro sitio menos
sospechoso y muy inmediato a la casa
que ocupa Margarita, para que alguna
que otra vez pueda ir a dar lección 60-
la a la niña sin que la acompañe su ma-
dre.
«Veo con asombro que piensas en
todo. :
—Así es que no es posible que nadie
sospeche mal viéndola entrar en una
casa de buena apariencia de la calle de
los Caños. :
Miguel sabía ya todo cuanto deseaba:
el día y la calle, Para saber la casa no
tenía más que embozarse en 6u capa y,
esperar a Margarita.
-—Pues, chico—dijo—, te deseo con al-
ma y vida que salgas vencedor en tu
EIMPpTesa. ta ; 1
—Saldré, querido Miguel, saldré, El
día de Santa Teresa «por la noche come-
remos juntos y te relataré mi triunfo.
El ángel de la guarda.—T, I=82.