e
al
Lido con la condesa; es decir, todo cuan-
lo a él podía interesarle.
Al concluir, le pagó el «servicio que
acababa de prestarle con otro abrazo y
Otro beso y exclamó:
—¡Ah! No puede usted pensarse, madre
Mía, el gran peso que me quita del cora-
zón; porque si la condesa hubiera reci-
bido a usted con desvío, con desagrado,
- YO no habría tenido valor para presen-
tarme más en su casa,
-—Pues bien: puedes ir sin ningún re-
Célo, con la seguridad de que serás bien
tecibido, pero debes producirte con mu-
cha prudencia, porqué aun nada hemos
- Convenido definitivamente. La condesa
Me ha llamado su amiga y me ha dicho
- Que puedo ir a verla siempre que guste,
Y esto es algo, hijo mío,
—¡On! Diga usted que es mucho,
Esta noche procura estudiar con de-
tención la conducta que contigo observa
la condesa. Ahora, permíteme que te ha-
$% una pregunta. o
El ANGEL "” LA GUARDA
——Todas las que usted quiera.
-—¿Has visto a tu amigo Andrés de Ol-
medo?
—Esta tarde.
—¿Y sigue aun con la infame idea de
perder a Margarita?
«Con más empeño que nunca. *
-—Pues bien, hijo mío: no olvides que
tu madre tiene también más empeño aho-
ra que nunca en salvar a esa pobre mu-
chacha.
—No lo olvidaré. :
—£Si necesitas dinero para contrarres-
tar las prodiga!lidades de ese libertino
despreciable, dispón hasta de toda mi
fortuna.
—No hay necesidad de ello, Andrés me
confía todos $us planes y yo no le pierdo
runca de vista.
—En ti conto.
——Pero, madre mía, me asombra el in-
terés que usted tiene por Margarita.
, —Es un secreto que no puedo revelar-
te: tal vez algún día lo sabrás; así, pues,
espero que tú seas su ángel salvador.
El ángel de la guarda-—T. M.—83