El ÁANCE: OE
LA GUARDA 353.
- —Júreme usted antes que no me de-
Dunciará.
—¡Venga ese frasco! Yo no juro nada
2 una mujer de tan mala ralea como
Usted.
—Pero, ¿usted no recuerda que yo le
abría la puerta voluntariamente?
—Porque me juzgó usted un cómplice
de Andrés,
—Peru si yo no hubiera abierto...
—Como yo sabía lo que iba a suceder
aquí, habría venido con la policia, y a
estas horas usted se hallaría en la ga-
era y Andrés en el Saladero. Venga,
Pues, ese frasco, y retírese usted a su
cuarto, del gue no saldrá hasta que Mar-
garita se haya ausentado de esta casa.
—Está bien; pero, ¡tenga usted lásti-
Ma de mí!
Serafina entregó el frasquito a Miguel,
Y éste entró en la sala.
Margarita permanecía desmayada.
El elegante y modesto so:.brerito ne-
rv se había desprendido de su hermosa
abeza, y los rubios rizos de su abun-
dante cabellera flotaban con encantador
lesorden, cayendo por sus hombros y
€spalda,
- Miguel fijó su mirada en aquella joven,
y se estremeció.
Nunca hanía visto una mujer más her-
Mosa, una figura más interesante,
Tenía en sus manos el remedio para
devolver la vida a Margarita, y pernia-
_Necía inmóvil, como si estuviera encla-
vado en el suelo, y con la mirada fija
A aquel rostro lleno de dulce poesía, en
Aquella frente pura y radiante, como la
de una Venus de > Murillo,
Contemplando aquella mujer desmaya-
da, Miguel sintió afectos desconucidos
para él; Su curazón latía con viulencia;
su cuerpo se agitaba, obedeciendo a una
extraña inquietud.
Tenian para é: algo aquellos labios en-
treabiertos que no habían perdido del to-
do su vivo carmín, y la blanca y muda
línea de nacarados dientes gue por enire
ellos asomaba, y le hacían quedarse ex-
tasiado avarempepdo Y una belleza tan so-
brenatural.
Si en aquel momento Andrés u otro
hombre hubiera entrado en la habitacion
con el intento de ofender a Margarita,
indudablemente Miguel le habría despe-
dazado.
De repente se llevó la mano al. pecho
y suspiró con fuerza, Cumo sj hubiera
sentido un gran peso sobre el corazón.
—¿Qué es lo que siento?—se dijo.
¿Qué misteriosa influencia ejerce en mí
esta joven?
Y moviendo tristemente la cabeza,
añadió:
Verdaderamente estoy afectado; no
sé si es la lucha que acabo de sostener
con ese canalla de Andrés, que induda-
blemente me valdrá un desafio en toda .
regla, o la hermosura de esa joven, que.
no tiene igual entre todas las mujeres
que he visto en mi vida, lo que me tiene
tan agitado. Pero no perdamos el tien”
po; veamos la influencia de este antí-
doto.
Y Miguel, destapando el frasquito, Ver-
tió en los entreabiertos labios de Marga-
rita algunas gotas. dal licor que conte-
nía.
El ángel de la guarda, —T. M-89