EL ANGEL --
LA GUARDA 3655
- Andrés sacó unas monedas de oro del
Cajón y las pusó en las manos de Boni-
lacio, diciéndole:
—Toma estos
buena cuenta,
—Es usted el señorito más rumboso que
CONOZCO, :
—Y tú el lacayo más listo de cuantos
visten librea.
—Hasta muñana, señorito.
-. —Que cumplas con tu deber,
-—Pierda usted cuidado.
Bonifacio salió del gabinete,
Cuando llegó a la antesala, los dos
criados que allí se hallaban le miraron
Con cierta curiosidad.
—¿Sales entero?—Je preguntó uno de
ellos.
-—Sin la menor lesión, ya lo veis,
- —De manera que la tempestad ha pa-
sado, ¿no es eso? '
cuatrocientos reales a
—Completamente, Vuestro señorito es-
tá tranquilo y suave como un guante,
y hasta me atrevería a decir que se en-
cuentra dispuesto a la tolerancia,
—Vaya, pues, más vale asi,
—Bonifacio, voy a pedirte un favor—
dijo el otro criado.
—Si puedo hacerlo...
—Que me digas qué procedimiento em-
pleas para tranquilizar a! señorito cuan-
do se halla irritado,
—Eso no es fácil,
—¿Por qué? 24%
—¡Toma! Porque tú no has estudiado
moral ni latín en un seminario, como yo,
—¡Ah!
Esta exclamación fué pronunciada a un
tiempo por los dos criados, mientras que
Bonifacio, soltando una carcajada, se di-
rigió precipitadamente hacia la escalera.
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a El ángel de la guarda. —