FOLLETIN DE El
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MERCANTIL VALENCIANO
sica, ha hecho que en casa de los con:es
de San Marino se me reciba con alguna
amabilidad; si logro que Emilia me ame,
con sus millones tengo asegurado mi por-
venir.» Pero él, al hacer estos cáiculos,
olvidó que yo no podía mirar con indife-
rencia que el hijo de una cantinera y de
un sargento engañara a la hija de los
condes de San Marino. Yo, pues, 1e he
preparado una emboscada, porque sabía
que el interés le inclinaba hacia esta ca-
sa, y el amor a la de Margarita, La em-
boscada ha producido su efecto; le he
arrancado la careta, y mañana le man-
daré mis padrinos para castigar su in-
solencia.
—¡Un duelo!
—Sí; creo que usted bien vale que yo
castigue a un atrevido.
—Pero, ¿va usted a batirse por mí?
—¡Está claro! Nunca arriesgaré mi vi-
da con más derecho ni con más razón;
porque después de todo, si, como espero,
salgo bien del lance, mi padre vendrá a
pedir al conde de San Marino la mano
de su bija, si usted me auloriza para
elo.
—Pero yo no quiero que usted se bata.
—Es indispensable, Emilia.
—¿Y no podría arteglarse este asunto
de otra manera?
—No hay más solución que un desafío,
Miguel me ha faltado gravemente, y eso
no pueden dejarlo impune los hombres
que se precian en algo.
Emilia escuchaba con verdadera satis-
facción las palabras de Andrés, porque
después de todo no le disgustaba que por
ella se batieran dos hombres.
—Pero tranquilícese usted—añadió An-
drés—; la razón está de mi parte, y sal-
dré vencedor en esta empresa; digo, a
no ser que usted tenga tanto interés por
Miguel...
—¡Yo interés por un hombre que ha
tenido el atrevimiento 0d decir que me
amaba y que después de haberle concés.
dido una distinción que no merecía, 8
porta como él se ha portado! ¡Oh! NO,
no me inspira ningún interés Sia pesar :
de lo que ha ocurrido tiene e) atrevimicn-
to de presentarse. en casa, le recibiré con.
el más frío desdén,
—¡Oh! ¿De veras, Emilia?
—Puede usted creerlo. :
—Esas palabras me devuelven la vid:
y hacen renacer la esperanza en el fondo
de mi alma. E
—Yo no sé fingir, Odio a Margarita,
porque ella, que todo cuanto es se lo de-
be a mi familia, ha querido sobreponerse
a mí en todas ocasiones; y al hombre
que me posterga por enaltecerla le miro.
como a un enemigo.
—Si usted quisiera, podríamos vengat-
nos de los dos—añadió Andrés bajando
la voz.
—¿Y cómo puede ser eso?
—Autorizándome usted para que mi
padre pida formalmente al conde de San
Marino la mano de su hija.
—Pues bien; está usted autorizado,
—Pero, ¿y Miguel, que ya se creía dut-
ño de esa mano y de los millones his
llevaba en dcte?
—Miguel es un necio si ha pensado €€”
mejante cosa; y si hasta hoy le he reu
bido con cierta amabilidad, de hoy €M
adelante le trataré con un desdén tal
marcado, que espero no se tome la mo-
lestia de venir a importunarme más.
En aquel momento un criado levan!
el portier diciendo:
—El señor don Miguel Redondo pid*
permisc para ver a las señoras, ;
Este nombre produjo un disgusto mal-
cado a Emilia y algo de sobresalto a AN-
drés, mientras que la condesa, dejand0
el libro sobre el velador, dijo con «ue
nidad:
—Que pase adelante.