Full text: Tomo segundo (002)

FOLLETIN DE El 
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MERCANTIL VALENCIANO 
  
sica, ha hecho que en casa de los con:es 
de San Marino se me reciba con alguna 
amabilidad; si logro que Emilia me ame, 
con sus millones tengo asegurado mi por- 
venir.» Pero él, al hacer estos cáiculos, 
olvidó que yo no podía mirar con indife- 
rencia que el hijo de una cantinera y de 
un sargento engañara a la hija de los 
condes de San Marino. Yo, pues, 1e he 
preparado una emboscada, porque sabía 
que el interés le inclinaba hacia esta ca- 
sa, y el amor a la de Margarita, La em- 
boscada ha producido su efecto; le he 
arrancado la careta, y mañana le man- 
daré mis padrinos para castigar su in- 
solencia. 
—¡Un duelo! 
—Sí; creo que usted bien vale que yo 
castigue a un atrevido. 
—Pero, ¿va usted a batirse por mí? 
—¡Está claro! Nunca arriesgaré mi vi- 
da con más derecho ni con más razón; 
porque después de todo, si, como espero, 
salgo bien del lance, mi padre vendrá a 
pedir al conde de San Marino la mano 
de su bija, si usted me auloriza para 
elo. 
—Pero yo no quiero que usted se bata. 
—Es indispensable, Emilia. 
—¿Y no podría arteglarse este asunto 
de otra manera? 
—No hay más solución que un desafío, 
Miguel me ha faltado gravemente, y eso 
no pueden dejarlo impune los hombres 
que se precian en algo. 
Emilia escuchaba con verdadera satis- 
facción las palabras de Andrés, porque 
después de todo no le disgustaba que por 
ella se batieran dos hombres. 
—Pero tranquilícese usted—añadió An- 
drés—; la razón está de mi parte, y sal- 
dré vencedor en esta empresa; digo, a 
no ser que usted tenga tanto interés por 
Miguel... 
—¡Yo interés por un hombre que ha 
tenido el atrevimiento 0d decir que me 
amaba y que después de haberle concés. 
dido una distinción que no merecía, 8 
porta como él se ha portado! ¡Oh! NO, 
no me inspira ningún interés Sia pesar : 
de lo que ha ocurrido tiene e) atrevimicn- 
to de presentarse. en casa, le recibiré con. 
el más frío desdén, 
—¡Oh! ¿De veras, Emilia? 
—Puede usted creerlo. : 
—Esas palabras me devuelven la vid: 
y hacen renacer la esperanza en el fondo 
de mi alma. E 
—Yo no sé fingir, Odio a Margarita, 
porque ella, que todo cuanto es se lo de- 
be a mi familia, ha querido sobreponerse 
a mí en todas ocasiones; y al hombre 
que me posterga por enaltecerla le miro. 
como a un enemigo. 
—Si usted quisiera, podríamos vengat- 
nos de los dos—añadió Andrés bajando 
la voz. 
—¿Y cómo puede ser eso? 
—Autorizándome usted para que mi 
padre pida formalmente al conde de San 
Marino la mano de su hija. 
—Pues bien; está usted autorizado, 
—Pero, ¿y Miguel, que ya se creía dut- 
ño de esa mano y de los millones his 
llevaba en dcte? 
—Miguel es un necio si ha pensado €€” 
mejante cosa; y si hasta hoy le he reu 
bido con cierta amabilidad, de hoy €M 
adelante le trataré con un desdén tal 
marcado, que espero no se tome la mo- 
lestia de venir a importunarme más. 
En aquel momento un criado levan! 
el portier diciendo: 
—El señor don Miguel Redondo pid* 
permisc para ver a las señoras, ; 
Este nombre produjo un disgusto mal- 
cado a Emilia y algo de sobresalto a AN- 
drés, mientras que la condesa, dejand0 
el libro sobre el velador, dijo con «ue 
nidad: 
—Que pase adelante. 
 
	        
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