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tra amistad es antigua; usted había
sido ya amigo de mi padre. Comprendo
que ha venido usted aquí para cumplir
con una obligación, y á despecho de
sus sentimientos. Yo le he afirmado un
hecho, una verdad; que Paolina es ino-
cente del crimen de que se la acusa.
¿Quiere usted permitirme que vaya á
encontrarla particularmente y que le
hable? Conmigo se mostrará más explí-
cita que con usted. Le suplicaré que
me ponga al corriente de todo, que me
confíe cuanto sepa.
El detective movió gravemente la ca-
beza y replicó:
—¡Ah! Es demasiado ladina para con-
fesarlo, y por otra parte, usted la ama,
querido Jorge, y ella lo sabe, y podría
hacerle creer lo que se le antojase.
—Pero no la amaría si no estuviese
convencido de su inocencia. Es preciso
que se lo demuestre á usted, Ayúdeme
usted en esta circunstancia, se lo ruego.
Es el momento más decisivo de mi vida.
-—Zoli permaneció silencioso durante un
momento. Temía, evidentemente, que
mi intervención bea á escapar: á
Paolina.
- —Bien, bien—repuso con voz un poco
alterada. — Comprendo lo que usted ha-
brá sufrido. Usted la ama, y por tanto
la cree inocente. Es natural, porque el
amor no reconoce faltas ni leyes. *