a O. HENRY
no quisisteis aducir pruebas por no a
ter a alguien que figuraba entre la aristocra-
cia? ¿O fué quizá culpa de la inexperiencia del
viejo jurado ? Siempre tenéis una excusa u otra,
¡pobres víctimas inocentes! !
-_—Yo, señor alcaide, jamás estuve en Spring-
field —repuso Jimmy con expresión de inocencia.
—Llevadle y que le den la ropa de calle—or-
denó al carcelero el alcaide—. Debéis ponerle
en libertad a las siete de la mañana—añadió—,
y que entre en la oficina antes de marcharse
Para que firme. No olvidéis mi Consejo, Valen-
tine.
¡ A las siete 1 menos cuarto de la mañana si- 0
- guiente ya se hallaba Ji immy en el antedespacho E
del alcaide. Llevaba puesto un traje tosco y
unos zapatones fuertes, prendas que el Estado
da a sus huéspedes libertos. - |
- Un escribiente le puso en la. mano un billete en
- del ferrocarril y otro de cinco dólares, con cu- pS
yas cosas esperaba la ley que se. rehabilitara, FS
convirtiéndose en un buen ciudadano y próspe-- ee
- ro por añadidura. El alcaide le dió un cigarro :
y le estrechó la mano; después buscó su nom-
bre y número en el libro de registros, y puso:
“Perdonado por el gobernador.” El señor James
Valentine pasó en un momento de las tinieblas
del penal a la luz del sol. ee
Sin hacer caso del cántico de los pájaros, del
ve verdor de los árboles ni de aroma de las flores, :