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LAS VISITAS DE ISABEL
pues, en él toda sonriente, y al tropezar con la señora Clarke, la
abrazó diciendo: ““¡ Cuánto celebro ver a usted, Honoria! ¡ Hace un
siglo que no nos hemos visto! ¡ Vaya, vaya! ¿Y todas estas son sus
lindas hijas? — y miraba a las dos Clarke que habían llegado las
últimas. — ¡ Bien claro está! ¡ Qué semejanza tan extraordinaria con
el pobre Arturo!” Miss Clarke, cuyas hijas vienen a ser de mi
edad, no cesaba de echar miradas furiosas. “Esta es seguramente
Millecent — añadió la tía, cogiendo la mano de la otra solterona. —
¡Jesús qué parecidísima! ¡Ésta otra es su vivo retrato, Honoria!”
y estrechaba la mano de la turbada burguesa, sonriendo con la ma-
yor amabilidad. Mistress Clarke, reventando de cólera, le dijo que
aquellas señoritas nada tenían que ver con ella, y que ni siquiera
eran parientas. La tía no oyó más que la palabra parientas, mien-
tras sus ojos se fijaban en las estiradas muchachas que estaban en
el fondo del salón y añadió: “¡Ah! Ya comprendo ahora; aquéllas
son sus hijas, las había confundido con estas otras parientas”; y
volviéndose a las solteronas, cuyos alegres rostros parecieron agra-
darle, prosiguió: “No se puede negar que son de la familia; ahora
que recuerdo, deben de ser las hijas del pobre Enrique.” En este
momento le acometió a lord Valmond un violento golpe de tos, que
a pesar de su sordera, llegó a oídos de la tía Luisa. Al verle ésta,
le saludó afectuosamente; y esto dió otro giro a la conversación.
Momentos después oí a lady Fárrington que a grandes gritos le de-
cía al oído las diferencias de clase que separaban a las dos familias
allí presentes. Mi pobre tía se quedó de una pieza; pero su bonda-
doso corazón la movió a mostrarse amable y cariñosa con las dos
Clarke plebeyas. Éstas tomaron el buen acuerdo de retirarse pronto,
y las otras no tardaron en seguir su ejemplo. Entonces lord Val-
mond se sentó a su lado en el sofá y empezó a vocearle, con toda
la fuerza de sus pulmones, cumplidos tan finos y corteses como si
fuera mistress Smith. La tía estaba encantada, y le convidó a comer
el sábado próximo (es decir, mañana). Él me dirigió una tímida e in-
terrogadora mirada, yo sonreí con dulzura, y entonces se apresuró
a aceptar con la mayor alegría. ¿Verdad que todo ello es muy gra-
cioso? Para entonces estaré yo a tu lado, y lady Fárrington y el
mayor también se marchan. De modo que no tendrá más remedio que
jugar la partida de wuhist con los tíos, y comer a las seis y media.
¡ Buenas noches, mamá! “Te abraza tu hija,
ISABEL.