LA MANSIÓN MISTERIOSA 07
El jardín se extendía ante ellos, semiobscuro, y se en-
treveía la mole del hotel, al que no iluminaba luz al-
_guna. Las persianas debían estar cerradas.
De igual modo que Arlette, pero en sentido contra-
rio, siguieron la línea más sombría de los arbustos, y
ya se encontraban a diez pasos de la casa cuando una
mano brutal se aferró al hombro de D' Enneris.
—¡Eh, quién !—murmuró poniéndose en seguida a
la defensiva. (
—Soy yo—dijo una voz. y
—¿Quién es? ¡Ah! Van Houben... ¿Qué quiere, ,
diantre?> |
—Mis diamantes...
—¿ Sus diamantes? | |
—Todo me hace creer que los va a descubrir. Palo i
_Júreme... d9S dad
—Tengamos paz—refunfuñó D'Enneris exasperado,
sujetando a Van Houben, que tropezó en un maci-.
zo—. Y permanezcan aquí.. Nos estorban... Estén al
acecho... |
—Me jura..
bp)" Enneris arcada: de nuevo su carrera con Be-
choux. Las persianas del salón estaban cerradas. In-
mediatamente trepó hasta el balcón, echó una mirada,
No escuchó y saltó a tierra. E j
do Hay luz, pero no se ve nada en E interior. mise.
Ñ oye nada. |
E nue pues, ha fallado?