DESAPARECIDO 157
—¿Que no la tienen...? ¡Vaya por Dios. ..! ¡Pobres mucha-
chos!
Sonrojóse Cecilia y replicó:
—Por supuesto, que usted cree que. no tengo derecho a
criticar a nadie que vaya de uniforme khaki.
—Nada de eso. La crítica es la sal de la vida.—Y, al de-
cirlo, guiñó un poco Mársworth, maliciosamente.
—Pues yo niego eso en absoluto—objetó Cecilia con fir-
meza. i
Sentada cerca de la ventana, recibiendo de lleno la luz de
aquella tarde de marzo, resultaba su figura algo fantástica,
pero agradable. Sobre su negra toca elevábase una pluma
que llegaba casi al techo, bastante bajo, de la habitación, un
- panache que parecía erguirse como con aire de reto, mientras
su corta falda gris dejaba ver los bien formados tobillos y los
pies, cubiertos por polainas grises y altas botas que eran mo-
- delo perfecto de la última moda.
—¿Qué es lo que tú niegas, Cecilia?—preguntó su her-
mano como distraído, pero sin perder de vista, en medio de la
conversación, la diminuta y casi infantil forma de Nelly Sá-
rratt que, hundida en su sillón, después de las fugaces sonri-
sas que Fárrell le arrancara, mostraba de nuevo su habitual
melancolía en los velados ojos, que parecían decir: «henos
aquí, inseparables, al dolor y a mí». Las palabras fatídicas
resonaron un instante en su mente, para ser rechazadas en
seguida. ¡No! ¡Joven era ella... y dilatado campo ofrecía la
vida! Era preciso que olvidara, y olvidaría. :
Cecilia, ante la pregunta de su hermano, contentóse con
encogerse de hombros.
-—Ya ve usted... su hermana estaba criticando—dijo Márs-
worth riéndose— y ahora niega el derecho a la crítica.
. —Del modo que la emplea cierta gente, sí—replicó con
toda intención Cecilia.
Frunció los labios Mársworth... pero nada objetó.
Viendo entonces Ester que la atmósfera parecía estar
algo cargada y amenazaba tempestad, llevó la conversación
hacia algunos de los asuntos que suelen disminuir en tales
casos la tensión nerviosa: el tiempo... la posibilidad de que
hubiera una invasión de turistas en los lagos... los narcisos
que comenzaban ya a florecer, hermoseando los jardines en
que estaban protegidos del frío. Ayudóla Mársworth en su.
tarea pacificadora, al paso que Cecilia, sentándose junto a