174 - MRS. HUMPHRY WARD
—Tendrá usted que cuidarla mucho—díjole Howson a Brí-
gida.—No me parece que esté en disposición de resistir el
menor esfuerzo.
—Pues lo que es aquí no ha de hacer ninguno. ¡Sitio más
tranquilo que éste...! Habló ella de ayudar en la fabricación
de municiones, pero, por supuesto, no se lo hemos permitido.
Llevóse a un lado al joven, Cecilia, y le explicó el plan
que tenía su hermano, referente a lo de la granja situada al
Oeste de Loughrigg. Hizo Howson algunas preguntas res-
pecto a cómo era y qué comodidades ofrecía, acabando por
aprobar el proyecto.
—¡Oh! Ella saldrá de este amargo trance—dijo con bonda-
dosa expresión, —pero es preciso ir despacio. Una pérdida de
esta clase es más difícil aún de soportar en lo físico, que la
muerte, averiguada clara y terminantemente. Le he prome-
tido—y al decirlo volvióse hacia Brígida, como para que lo
oyera—verificar cuantas investigaciones pueda. En cuanto
-empezamos a hablar me lo pidió ella.
Terminada la cena, y cuando Howson se preparaba a mar-
charse, presentóse Fárrell, que llegaba en automóvil, después
de dar un paseo para disfrutar de aquel largo atardecer de
mayo, y aunque aparentemente iba allí a recoger a Cecilia y
llevarla a casa, en rigor su objeto no era otro que el de pasar
una hora en compañía de Nelly.
Sentóse a su lado en el jardín, una vez hubo partido
Howson, para leerle, a la escasa ltz crepuscular que aún iba
prolongándose, las poesías de un íntimo amigo suyo muerto
en la guerra recientemente, en Gallípoli. Nelly se entretenía
en hacer calceta; pero con frecuencia las agujas se quedaban
sobre sus rodillas, mientras concentraba toda su atención en
lo que oía, y a veces se le llenaban de lágrimas los ojos, que
velaba la incipiente obscuridad. Escasas eran sus palabras,
pero las que pronunciaba eran hijas de momentos de intensí-
sima vida interior y de lucidez intelectual, al paso que aquel en-
canto que le era propio, su voz, sus movimientos todos, ejer-
cían su poderoso influjo en Fárrell, de suerte que aquella hora
pasada a su lado resultó para él deliciosa después de todo un
día de pesado trabajo. Y también a ella le servía de descanso
su presencia, el goce de su amistad. No le era ya posible el
desairarle, el rechazar sus cuidados. Probó, probó honrada-
mente, como había podido ver la misma Cecilia, el vivir con
entera independencia... «el sufrir toda la dureza de la vida».