REE ER DEA A DE
-—¡ Hum! Comienzo a tener algunas dudas.
—¿ Y cuales? si me permite que le pregunte.
—Te las expondré luego, cuando conozca los pormeno-
res de la historia. Ahora no sé todavía a qué clase de
monstruo te refieres.
—¿ Habéis oído hablar de la serpiente marina ?
—$1, sí, —respondieron todos.
—¿ Creéis que existe?
Á esta pregunta nadie se atrevió a contestar ni afirma-
tiva ni negativamente; pero estoy seguro de que la mayoría,
con tendencias muy marcadas a la superstición, como todos
los marineros, hubieran respondido que sí creían, a no
refrenarlos un poco las observaciones del capitán.
-—Quizás no creéis—prosiguió Catrame;—pero hacéis
mal, porque, os lo repito, la he visto yo con mis propios ojos.
Como he dicho, la existencia de ese monstruo ha sido
puesta en duda mucho tiempo hasta por los mismos mari-
neros; pero algunos afirmaron en épocas diversas haberlo
visto. Las noticias que corren maturalmente son diversas
y difieren entre sí: unas le dan más de quinientas brazas de
largo, otras no más de doscientas, y otras la rebajan a
ciento, y las más modestas han llegado a concederle sola-
mente veinticinco.
"Respecto a los otros puntos reina la misma discon-
formidad : quién afirma que esa serpiente está dotada de
tal fuerza que puede destruir una nave apretándola entre
sus anillos; quién que se trata de un pólipo y que carece
de fuerza por ser gelatinoso ; unos afirman que fueron asal-
tados por ella, y otros que la han visto huir cobardemen-
te al acercarse. La tripulación de un buque danés afirmó
123