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atrás aludidos. Adviértense tales bancos por el color par-
duzco de las aguas, distinto del azulado o verdoso que de
ordinario tienen. James kSwatters se dirigió hacia el
Sudoeste, disponiendo de paso que se tuvieran listos los
botes balleneros.
La noche cerró muy obscura y nebulosa, y a eso de las
once tropezó el bergantín con una masa enorme y flotan-
te, la cual no hizo resistencia, sino que se apartó a un
lado despidiendo un sonido agudo y de timbre metálico
como si fuera producido por el paso de una potentísima
columna de aire por un largo y estrecho tubo de
bronce.
Precipitóse el capitán a la proa seguido por el contra-
maestre, audaz arponero. El timonel hizo dar a la nave
una virada a estribor y los marineros acudieron a la ma-
niobra.
—:¿ Ves algo?—preguntó el capitán al contramaestre.
—Nada—le contestó el interpelado.
—Sin embargo, hemos chocado con algo.
—Ciertamente; pero no caigo en lo que haya podido ser.
—Si hubiera sido un banco o un escollo no habríamos
escapado sanos. Tampoco puede haber sido un témpano.
Lo que más me ha chocado ha sido ese extraño sonido
metálico...
—¡ Ya sé lo que es! —exclamó de pronto el contramaes-
trb,
—¿Qué se te ocurre?—le preguntó el capitán.
—Creo firmemente—dijo el contramaestre—que hemos
chocado con una ballena o un gran delfín que estaban
durmiendo a flor de agua.
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