Full text: La mano sangrienta

  
  
  
  
MA-N-0 
Un resplandor vióse surgir de la masa 
sombria. 
Segundos despis, una bala de cañón 
se hundía en el mar, a pocos metros 
de «La Bella Edita». 
Edita y Seymour se acercaron. 
—¿Qué pasa?-—-dijo Edita, asustada. 
— Algún error, sin duda—dijo Rutland, 
inquieto. —Deberías retirarte, Edita. Ned, 
acempaña a tu mujer a su cabina. 
Ned se apresuró a obedecer las órdenes- 
del lord. Pocos momentos después estaba 
de vuelta. ] 
Una segunda bala acababa de 
por encima del yate. 
—¡Son corsarios! —dijo Caro!t. 
—Esto me temo—contestó Ruiland. 
pasar 
—Voy a hacer despertar a los hom-- 
bres—dijo el capitán, —y tocar zafarran= 
cho a 4 todo evento. 
—Es lo más acertado. 
Oyóse silbar una tercera bala, que 
arrancó una de las velas. 
—Esto se pone serio—dijo Carot.— 
La agresión va dirigida a «La Bella 
Edita», no hay la menor duda. 
Los marineros, despertados a toda pri- 
sa, subían, armados ya, sobre el puente. 
—No tenemos más que veinticinco hom- 
bres—dijo Rutland.—Estamos perdidos. 
—£Si, vemticinco hombres, tío —dijo el 
impetuoso Seymour, —sin contar con nos- 
otros | 
— nen tu on Ned; Conozco dl | 
-— de muestro amigo Caroto, pero aun contan- 
do por diez cada umo de los dos, nada po- 
- dremos contra un centenar de bandidos 
armados hasta los dientes. Además, tienen 
cañones. : 
—Nosotros también. 
Si—dijo. Rul land, —tres piezas de pa- 
de : 
Los hombres de la palación estaban 
cada uno en el puesto que les había sido 
: señalado. | EE 
SAN 
OPEN TA >= 0 
Otra bala fué a dr contra el flanco 
del navío. 
Oyóse el 
rompía. 
Casi en el mismo instante, las luces 
del corsario se encendierón, y no sin 
emoción, los pasajeros de «La Bella Edi- 
ta» vieron avanzar hacia ellos un barco de 
tres mástiles que, hendiendo las olas, iba 
a echarse sobre ellos, como un buitre so- 
bre su presa. | 
El capitán, 
una señal. : 
Uno de los cañones disparó. 
—¡Buena punteríal—dijo Carot. 
La bala había caído sobre el puente” 
crujido de la madera, que se 
a un gesto de Rutland, hizo 
- del corsario, matando a va arios hombres. 
Oyéronse gritos de rabia. 
—Estos canallas van a echar los gar- 
fios de abordaje. Tendremos que combatir 
- cuerpo a cuerpo. 
ranza de éxito. Respondo de mis hom= 
Es nuestra única espe- 
bres—dijo el capitán. 
Carot y Rutland pidieron armas. 
Seymour había baja ado ya a la cala, y 
subía trayendo hachas, cuchillos, picas. 
Carot cogió un hacha de abordaje. 
En el modo como la manejó, el ' ¡capitán 
comprendió que aquel hombre sabría ven- 
der cara su vida. 
Carot, con la muerte en el alma, estaba 
resuelto, no sólo a defenderse hasta morir, 
sino a hacer saltar el polvorín de «La 
Bella Edita», para impedir que su hijo 
cayera vivo en manos de aquellos misera- 
bles. 
Al cañonázo de «La Bella Edit PS 
corsario contestó con una lluvia de balas, 
que dejaron malparado el yate de recreo. 
Rutland dijo a los hombros de la tri- 
púlació 'Ón: 
—Amigos, no rodas esperar nt AS sal ? 
vación que de nuestro propio valor. Si cae= 
mos en sus manos, seremos ahorcados. 
Vale más morir que caer en poder de los 
piratas. ¡Viva Ingl aterra! e 
  
 
	        
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