Full text: La mano sangrienta

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Esta interjección la motivaba gemi- 
dos dolorosos que se dejaron oir, y € 
sonido de una voz femenina. 
—¡Torturan a una mujer! — exclamó 
Carot.—¿Quién .es el miserable? 
Subió rápidamente la escalera, y hallóse 
ante una puerta cerrada. 
Detrás de aquella puerta se encontraban 
los actores del drama. 
Carot dió la vuelta al pestillo. 
La puerta estaba cerrada con llave. 
—¿Sois vos, Compañero de la No- 
che?—preguntó una voz, del interior. 
—¡Abrid! — dijo rudamente Carot.— 
¡Abrid, o hundo la puerta! E 
— ¿Quién sois? 
—¡A mí! ¡Socorro! —exclamó la voz 
de mujer. 
Carot tomó impulso, y embistiendo con 
fuerza la puerta, hizo saltar la cerradura. 
La puerta se abrió. 
En el mismo instante, una bala silbó, 
agujereándole el sombrero. Carot, de un 
salto, se echó sobre el agresor. 
Oyóse un nuevo tiro. 
La bala destrozó el vestido de Carot, 
- rozándole la espalda. 
—i¡ Torpe!—dijo Carot. 
Dispúsose a su vez a tirar. 
—¡No le matéis!—exclamó una mujer 
que, atada en un canapé, mo había sido 
advertida hasta entonces por Carot.—No 
le matéis. Es mi hermano. 
Carot iba a poner la pistola en la cin- 
tura, cuando el hombre que por dos veces 
había intentado matarle, se echó sobre él 
con un puñal en la mano. 
Carot cogió la pistola por el cañón, y 
evitó el golpe que le destinaba su agre- 
sor, el cual, llevado por el impulso, fué a 
caer lejos de él. 
Carot se volvió y le asestó un culatazo 
en la cabeza. 
El hombre tenía el cráneo abierto. 
La prisionera lanzó un grito de espanto. 
-—Tranquilizaos — díjole Carot. — Vol- 
COTA OSA DEL An 
verá en sí... Sólo está desvanecido... La 
herida, a pesar de su aspecto terrible, 
no es grave... Permitidme que desate vues- 
tras ligaduras. 
Y arrodillándose cerca del canapé, cor- 
tó las cuerdas que inmovilizaban a la 
joven. 
—Caballero—dijo ella, levantándose y 
tendiéndole las manos, —os debo la liber- 
tad, la vida quizá. En todo caso, os de- 
beré la vida del que amo... ¿Puedo saber 
el nombre de mi salvador...? 
—Me llamo Carot de Estrange, 
—Y yo, Andrea de Symeuse. 
Carot depositó un respetuoso beso en 
la mano que le tendían, y miró atenta- 
mente a su interlocutora. 
Era ésta una joven alta, de cabellos 
negros, facciones conrectas, OJOS OSCUros y 
resueltos ademanes. Era muy linda y dis- 
tinguida. 
Una cosa sorprendió a Carot. | 
Después de haber manifestado un gran 
temor de que Carot matara al hombre 
que estaba con ella, parecía de pronto ha- 
ber olvidado su existencia. 
Carot levantó al hombre y lo tendió 
en el sofá. 
—Mi hermano—dijo Andrea, —+el viz- 
conde de Symeuse, es un miserable, pero 
es mi hermano, y mo quisiera ser la causa 
indirecta de su muerte, aun cuando él no 
vacilaría en deshacerse de mí, si yo con- 
tinuara haciendo fracasar sus designios. 
Carot, haciendo trizas un pañuelo, puso 
al herido un somero vendaje. 
—Pronto volverá en sí —dijo. 
--No nos preocupemos por él—con- 
testó Andrea.—Huyamos cuanto antes. 
- —Sin embargo... . 
—¡Oh! Tranquilizaos; no quedará 
abandonado. De un momento a otro lle- 
garán los dos hombres que debían ser 
mis carceleros durante unos días... Ellos 
se ocuparán de él. 
  
 
	        
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