Bb? LORD IFE LA
—Dime, Langevinay—dijo, de pron-
to.—¿has oído alguna vez hablar de un
tal Chantero1?
—¿ Quién es ese Chanteroi ?—preguntó
el interpelado.
—Eso es lo que quisiera saber.
—¿Por qué?
—Porque hace un rato, antes de co-
mer, cuando vosotros os quedasteis aqui
con Orso y Antonia, estuve paseando
por el jardín con Mateo, y he aprove-
chado que estábamos solos para interro-
garle sobre su vida pasada. Sin dificul-
tad alguna me ha confesado que, emparen-
tado. lejanamente con Bonaparte, cuando
se enteraron de su encumbramiento ha-
- bían salido de Córcega para solicitar su
protección, pero al llegar a Tolón el ge-
neral había caído en desgracia y mo su-
pieron dónde hallarle. Como se les ago-
taron los recursos, Antonia entró a tra-
bajar en una mercería, mientras los dos
hermanos, cansados de no hallar trabajo,
decidieron no ser una carga para su her-
mana, con cuyo sueldo tenían que vivir los
tres, y tomaron la resolución de alistarse
en el ejército. El mismo día que adop-
taron esta decisión, al volver a su casa,
hallaron a un hombre hablando con An-
_tonia. Dijo llamarse Chanteroi y ser emi-
grado, confesando que hacía varios días
que había conocido a la joven; que se
habia prendado de ella, y que pedía per-
miso a sus hermanos para hsoerdo la
- corte, prometiendo casarse a la mayor
brevedad. Los dos hermanos, sorprendi-
dos, no supieron qué contestar en el
primer momiento; por lo demás, Antonia
no les dió tiempo, declarando en el acto,
que amaba a Chanteroi, y que si no se
le permitía casarse con él se mataría.
Conociendo el genio violento de su her-
mana, y además, no teniendo ninguna ra-
zón para oponerse al amor de un hombre
que sólo con hablarles demostraba sus
buenas intenciones, los Sinibaldi accedie-
MASCARA VERDE dis
ron al noviazgo, pensando, también, que
si ellos se alistaban en el ejército, Anto-
nia tendría quien velase por ella y la de-
fendiese. Y aunque el aspecto de Chan-
teroi, sus modales y su calidad de emi-
grado mo les satisfacía más que a medias,
eran tan pobres, ganaba su vida Antonia
tan penosamente, que no supieron decir
que no, y se inclinaron ante la voluntad
de su hermana. Pero...
—Adivino la continuación — interrumpió
Langevinay;—un día ese Chanteroi no
apareció más.
—Sin dejar huellas; exacto.
—¡Después de haberla deshonrado!—
exclamó Cristina.—S1 le amaba, compren-
do ahora su actitud entristecida y reser-
vada. Ha debido sufrir mucho.
—Me extraña—dijo Langevinay —que
ese Mateo, que parece tan orgulloso, haya
declarado con tanta facilidad el deshonor
de su hermana.
—Es que busca a Chanteroi, y espe-
raba tener de mí algún indicio que le pu-
siera sobre la pista. Me ha hecho jurar
que si alguna vez encuentro al seductor
de su hermana, le prevenga. Los corsos
son rencorosos. du venganza es terrible.
—Tiene razón—d:jo Cristina; — debe
obligar a ese miserable a que repare su
falta.
Carot sacudió la cabeza.
—No es eso lo que él quiere—repli-
có:—busca a ese Chanteroi para matar-
le. No le quiere por cuñado. e prohibido
a su hermana que piense en él. El y Orso
se han juramentado para darle de puñala-
das.
—Pero—1msistió Cristina, —tal vez An-
tonia le ama todavía.
—Mateo me ha asegurado que su her-
mana le adora como antes.
—Siendo así, se matará, si ellos le ma-
tan. :
—Eso es lo que temo que pasará, si no
puede salvarle. Permanece al lado de