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sus hermanos con la vaga esperanza de
hacerles desistir de su propósito, o de
oponerse a él. Pero creo que esa pobre
muchacha se hace ilusiones: Mateo y
Orsa mo perdonarán jamás.
Los tres quedaron silenciosos, imagi-
nando el cuadro de Antonia, desmelenada
y trágica, aullando de desesperación jun-
to al cadáver de su amado.
Llemaron a la puerta; entró Orso.
—Agquel a quien esperabas — dijo a
Carat, —acaba de llegar.
— (Jue entre.
MM
El que se esperaba... y el que
no se esperaba
El mensajero que venía de París era
un hombre de fisonomía simpática y as-
pecto robusto.
Pareció sorprendido, al entrar, de ver
una mujer allí donde esperaba encontrar
nada más que a dos hombres.
— (¿Sois vosotros, realmente, los ciu-
dadanos Carot y Hemneville ?
—$Sí, ciudadano—contestó Carot.
Orso había desaparecido, cerrando tras
sí la puerta.
Carot examinó al mensajero, cuyos ves-
tidos estaban manchados de fango.
—¿No has venido a caballo?—le pre-
guntó.
—No, ciudadano; me haa matado
cuando salía de Calais.
—¿Que te lo han ar abrors Cá-
rot.—¿Qué quieres decir?
IEA e e E
Mesabrochado su chaqueta y sacado de
ADELA
—(Quiero decir—contestó el mensaje-
ro, —que la bala que me habían destinado
dió en la cabeza de mi caballo, y que
yo he rodado por tierra, teniendo la suer-
to de haber podido desprender los pies
de los estribos y ser proyectado a algunos
pasos de mi cabalgadura. En seguida corrí
a las pistoleras, y una vez armado, me
he lanzado en persecución de mi agresor;
pero mis grandes botas de montar me
han impedido alcanzarle, y renuncié a
perseguirle al ver que se había inter-
nado en un bosque. Sabía que los papeles
de que soy portador debían serte entre-
gados con la mayor rapidez posible, y
he continuado mi camino. En el Ayude
miento pregunté por el emplazamiento de
esta casa, y habiendo sido debidamente
informado, he venido directamente.
—¿Viste a tu agresor? — preguntó
Carot.
—No; había demasiada oscuridad. No
obstante, creo que el hombre que ha dis-
parado contra. mí es el mismo que mie ha
seguido cuando, yendo por el puerto, pre-
guntaba dónde estaba el Ayuntamiento.
Estaba preguntándolo a un pescador,
cuando vi que un hombre, envuelto en
una amplia capa, se acercaba a nosotros,
escuchando lo que yo decía y siguién-
dome luego hasta la Alcaldía. No dí
importancia a la cosa, creyendo que se
trataba de un desocupado que buscaba
ocasión de trabar conocimiento conmigo,
deseoso de tener noticias frescas de los
acontecinientos de Paris. Debe haber su-
frido una decepción al ver que me dirigía
por la playa, del lado de las dunas.
Como yo iba al paso, nada tendrla de
extraño que el hombre me haya adelan-
tado por algún atajo, y me esté esperan-
do en la carretera. Poco me importa,
puesto que he podido cumplir la misión
que se me había confiado.
Mientras hablaba, el mensajero había