170 CAROT
Obedeció Paddy, y puso otra vez los
_papeles en la cartera, sin mirarlos si-
Quiera.
—¡Quitadme las esposas! ¿Cómo que-
réis que escriba ?
Paddy iba a complacerle; el grueso de
“Tom se opuso:
—No, no, nada de eso; el señor se
quedará con las esposas; estos franceses
son muy astutos. Nunca se sabe lo que
van a hacer; escribid, Paddy; tenéis muy
bonita letra: el señor dictará.
—Pero, dictaré en francés.
—Paddy comprende el francés, lo ha-
bla desde niño.
Carot, resignado, suspiró:
—Sea; escribid.
—A vuestras órdenes, caballero.
Carot dictó:
«Cristina, mi querida hermanita:
Estoy prisionero en Londres; el policía
que te entregará esta carta, te dará deta-
lles sobre mi arresto. Os ruego a ti y a
Juan, que entreguéis al dador 2,000 li-
bras, o sea 50,000 francos. Os abrazo».
—¿No hay más ?—dijo, sorprendido, el
policía.
—No—dijo, sonriendo, Carot.
—¿Es sólo para anunciar a vuestra
hermana que estáis prisionero para lo que
le escribís ?
—Ni; es a
—¿Qué nombre precisa poner, para
Hirmar ?
—Ninguno. :
—Vuestra hermana no creerá que la
carta sea vuestra, si no está firmada,
si no es de vuestra letra.
—No temáis; tendréis vuestro dinero;
mi hermana creerá que la carta es mía;
le diréis cómo fué redac tada y en qué
«circunstancias.
Paddy leyó a Tom: la carta, en inglés;
éste mo hizo objeción alguna.
GATE A
AER
— Aquella lady se desesperará al saber
que su hermano está encarcelado; tal vez
querrá encargarnos una palabra para él;
será preciso tomarla, Paddy; por la can-
tidad, puede soportarse una carta.
—Y hasta un paquete, Tom.
—£Sí; un paquete en el que habrá una
lima y una cuerda.
—Nosotros guardamos nuestra consig-
na; entregamos el prisionero; es a los car-
celeros a quienes corresponde guardarlo.
—Ciertamente — dijo Tom; — si
le dejan huir, tanto peor para ellos; eso
no nos incumbe.
—¡Ah! Amigos mios—dijo Carot, ra-
diante, —sois buena gente.
—Calma, calma—dijo Tomi; -—mno os
agitéis así, señor, haréis revolver el «pud-
ding» en mi estómago; no estáis aún fue-
ra de la cárcel; no estáis, siquiera, ence-
rrado aún, y luego, no tenemos todavía
las dos mil libras; vuestra hermana, la
buena lady, a la que Dios bendiga, po-
dría negarse a entregar esta suma...
—La entregará, y si gracias a vosotros
puedo evadirme, os prometo otro tanto.
—Prometer, prometer; se puede pro-
meter siempre—dijo Tom.
Iba a contestar Carot que cumplía siem-
pre su palabra, cuando el coche paró.
—¿Estamos ya en la cárcel?
—No — dijo Tom; — no lo creo. |
Bajó uno de los cristales deslucidos
del coche; el cochero se había apeado.
Acercó a la portezuela su rojo sem-
blente, y sin apartar de sus E la
pipa, dijo:
—Señor, no voy más lejos; ed pres-
tar el coche a un amigo para pasear
con su prometida; el amigo está aquí;
a tomado mi sitio, está en el asiento, es
preciso bajar.
—Pero—dijo Tom, —¿y el prisionero ?
4 El pr ¿Tanta prisa tiene
por ir a la cárcel?