EE. LORD DE LA
Poole, sobrecogido, miró a Susana.
No la había visto más desde el día
de su llegada, en ocasión de hallarse con
el rostro desfigurado por las ortigas.
—¡Oh! — dijo, admirado. — No os
creía tan hermosa.
Susana le lanzó una mirada de des-
precio.
— ¿Dónde está vuestro compañero ?—
le “preguntó.
¿A El contramaestre ?
—Si; vuestro amigo Rump.
Poole se cruzó de brazos, se adosó
a la jamba de la puerta, la vista fija
en Susana, y en tono burlón, contestó:
—Está donde vos quisierais estar, her-
mosa niña; donde os conduciré, si que-
réis ser amable con este buen Poole, que
ha guardado de vos, bella pequeña, el
más encantador recuerdo.
Susana enrojeció.
—No quiero—dijo, apretando los dien-
bes, —que hagáis alusión a esa infamia.
Habéis abusado de mi desfallecimiento,
pero ahora estoy viva, y bien viva. Tened
cuidado. Cuando veáis a vuestro ami-
- go, decidle que abajo le espero.
diciendo esto, retrocedió hacia la
- escalera, temiendo alguna traición.
Poole se echó a reír.
—No tenéis razón, hermosa sida, de
- creer que quiero atentar a vuestra virtud.
- No quiero nada que sea a la fuerza. Es-
=cuchad, por favor. Ya veis que no me
muevo. No tenéis, pues, nada que temer.
—¿Qué queréis?
OO.
a Vos?
—Yo mismo, Jeremías Poole, aquí pre-
- sente. ¿Os admira? Soy inmensamente
rico, hasta el punto de no saber a cuánto
ascienden mis riquezas.
Susana se encogió de hombros.
—No os creo... Y aun cuando así
- fuese, ¡qué me importa vuestra riqueza!
—Deciros, ee rcraa que soy muy:
Sus sacos,
MASCARA VERDE 181
E! importa mucho más de lo que
creéis, hija mía. El hombre a quien mi-
ráis como a vuestro marido, tiene, qui-
zá, algún dinero en su país, no lo dudo.
Pero tiene, seguramente, menos que yo.
Ahora, pues, os pregunto, ¿qué esperáls
de ese extranjero?
Susana no respondió.
Miró con desprecio a Poole, y volvién-
dose, puso el pie en el primer escalón.
—Susana — dijo Poole, sin moverse, —
Susana, puesto que así os llamáis, ¿que-
réis mi fortuna?
—No — dijo, secamente; — no quiero
nada de vos; os odio.
—¿Susana, sabéis dónde está Rue?
—No.
—Está en los subterráneos del castillo,
ocupado en recoger todas las guineas, Co-
ronas y libras esterlinas ocultas. ¡Qué
sé yo! Es el tesoro del lord, que
hemos descubierto esta mañana por ca-.
sualidad. Si dudáis, echad una mirada
en mi cuarto, y veréis que tengo ya en
mi poder con qué asegurar la existencia
de los dos, aunque vivamos cien años.
Dudó un momento.
Se acercó al cuarto de Poole, que se
retirado al es para conven--
cerla.
Quedó deslumbrada. |
Sobre la cama del bandido, por el sue-
lo, sobre las cómodas, encima de las
butacas, centelleaban a miles las piezas
de oro y de plata, que Poole estaba con-
tando antes de meterlas en recios sacos
de gruesa tela con bandas de cuero.
—Pero—dijo Susana, —ese dinero no
es vuestro... Es del propietario del cas-
tillo, del lord inglés... E
—Era — rectificó Poole, fabllacolis
te.—Era del lord... Ahora es mío, como.
d que Rump mete en este momento en
es suyo.
Susana tenía muchos ls
Violenta, orgullosa, perezosa, celosa,