Full text: El lord de la máscara verde

EL LORD DE LA 
mi lado. Ven, amigo mío, a hablar con 
mis hermanos y a contarles la verdad de 
lo que ha sucedido. Te comprenderán, ce- 
sarán en su rencor contra ti, y nos casa- 
remos. 
—Eso es lo convenido —dijo Chanterol, 
friamente,—pero no puedo  presentanms 
ante ellos, por dos razones. 
— ¿Cuáles? 
La primera: que ignoro cómo me 
* acogerán. 
—Cuando tú les expliques... ; 
—Hay que prepararles antes de que 
nos veamos; tienen el genio violento, y 
yo también. Una frase mal entendida, 
podría acabar en una lucha sin cuartel. . 
—Yo te defender¿—exclamó la joven, 
arrojándose en sus brazos como si qui- 
siera escudarle con su cuerpo. 
—Perfectamente-—dijo Chanteroi, des- 
prendiéndose, suavemente, de ella, que le 
besaba frenéticamen!e, con el ardor de las 
hijas de su país, murmurando: 
- —¡Chanteroi, amor mío! Soy tu es- 
clava. A una señal tuya, me arrojaría al 
mar. La felicidad me trastorna. ¡Cuán- 
to te amo! 
—Oyeme, Antonia... 
—¿Cómo has sabido que yo vivia 
en Calais que habia por estos 
siilos una casa habiada por unos corsos 
llamados Sinibaldi, y pensé que era fácil 
que vivieras con tus. hermanos. Ya ves 
que no me había equivocado. 
—¿Ya no me abandonarás nunca ?—de- 
cía la joven, con anguslia.—|51 sup:eses 
lo desgraciada que hs sido...! 
Deshecha en llanto, volvió a abrazar 
a Chanteroi, el cual, de mal humor, le 
dijó: e 
- Oyeme, Antonia; es preciso que se- 
pas la verdadera razón por la que no 
puedo presentarme delante de tus her- 
“manos en 'este momento, 
—Habla. 
MASCARA VERDE 17 
—Mateo y Orso han dado hospitali- 
dad en su casa al hombre que. quiso ase- 
sinarme... 
Antonia dió un salto. 
— ¿Quién es ese miserable ?—gritó.— 
¡Su nombre! Quiero matarle. 
Chanteroi la tomó de la mano, con 
dulzura. 
—Cálmate—le dijo; —no es asi 
yo quiero vengarme de ese hombre. 
—¿Cómo se llama? 
—Carot. l 
—¿Carot? Es el más alto de los dos. 
Sin embargo, me había causado buena ¡m- 
presión. : 
—Muy bien—gruñó Chanteroi; —' te 
causa buena impresión el hombre que qui- 
so matarme. 
-—Es cierto. 
mi alma. 
—¿Está con él otro hom re? 
——Si, un tal Henneville. 
—(¿Henneville? Es imposible. ¿Estás 
segura ? 
—He oído pronunciar varias vedes ese 
nombre a Mateo. 
—Le creía muerto o herido (1) — 
murmuró. —Le vi caer, sin lanzar un gri-. 
to, cuando los Compañeros de la Noche 
atacaron a Caro! y a sus amigos. Tal vez 
la espada rewbalara a: lo largo delas 
costillas. Su herida, en ese caso, no fué 
más que un arañazo. Lo que me sorprende 
es que les acompañe una mujer. 
— Apenas la he visto—dijo An'ontaj=— 
os tres han comido en una habitación del 
primer piso, servidos por mi hermano, 
mientras Mateo hacía de centinela en el 
vestíbulo. Reuniendo mis recuerdos, me 
parece que se trata de una mujer morena, 
alta, hermosa, de aspecio resuel'o. 
ña 
«ESOS 
como 
Ahora le odio con toda 
1 4 ' 
datos no me hacen adelantar 
] ; y PR EAS 1) . 
nada. ¿Qué diablos puede hacer una mujer 
(y Viase El granadero 414, y los demás volúmenes 
de esta Colección. 
El lord de la máscara verde, --2 
 
	        
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