00.2
LU ARE
18
en una empresa tan peligrosa como la
que van a emprender? No es mi prima
Olimpia, puesto que no se ha movido de
Italia» —pensaba Chantero1.
—¿Qué piensas? — preguntó Antonia,
inquieta.
—Pienso que es extraña la presencia
de esa mujer aqui.
—Te comprendo; leal y generoso como
eres, te repugna herir a tu enemigo 2
la vista de una mujer. ¡Cuán bueno eres!
—Si; me has comprendido, mi buena
Antonia. Y vas a ayudarme en mi proyec-
to. ¿Sabes cuánto tiempo han de estar
aquí?
-—El mensajero que vino de París dijo
a Mateo que Carot saldría mañana por
la noche.
El hombre se estremeció.
— ¿Solo ?—preguntó.
—Sí; va a Douvres. Mañana irá a
comprar su pasaje. Sus dos compañeros.
partirán pasado mañana.
—Para esos me sobra tiempo—dijo,
alegremente, Chan'eroi.—Ya los encontra-
ré. La torpeza de ese infeliz Bellamor
facilita mi tarea. ¿De modo que Carot
parte solo?
OL
—¿En qué buque?
—No lo sé. Mañana lo sabré. Pero
tú también puedes enterarte, yendo al
puerto, y preguntando.
—No; mo quiero exponerme a que me
vea. Carot debe ignorar mi presencia aquí
y en el barco. Ya me verá, cuando lle-
guemos a Inglaterra.
—¿Por qué esperas tanto para ven-
garte de tu enemigo? En Córcega, así que
encontramos a aquel que buscamos, a
aquel que nos hizo daño...
—Agquí no estanos en Córcega—dijo
Chanteroi, nervioso. — Tengo, además,
otros motivos para no atacar a.
en este momento. Mi intención es apode-
farme de su persona y de los papeles
Carot
]
que lleva, cuando lleguemos
a Ingla'erra.
No tienes necesidad de saber más.
—¡Con qué dureza me hab as!—dijo
Antonia, sorprendida.—¿Qué te hz he-
cho yo?
—Nada—contestó el hombre, con más
dulzura.—Perdóname. Cuando hablo. de
Carot, mi mortal enemigo, no sé lo que
digo mi lo que hago.
Un beso de la joven le respondió.
—Vuelve ya a la casa—le dijo él.
— ¿Ya?
—Es conveniente. Temo que te sor-
prendan. Mañana, a la tarde, volveré,
Te esperaré allá abajo, detrás de aque-
llas malezas. Ven a verme así qua pue-
das, para que me digas el nombre del bu-
que que ha de llevar a Carot a Inglaterra.
—Bien.
—Entonces, me separaré de ti.
— ¿Otra vez?
—Nada más que por tres días. El
tiempo de llegar a Douvres a cumplir la
misión de que estoy encargado y vengarme
de mi enemigo. ¿Qué tienes?
-—¿Y si no volvieses? ¿Si ese hombre
te matase? Tengo miedo. ¡Oh, quédate!
Si me amas, quédate.
—Antonia — replicó Chanteroi, gra-
vemente, — deho marchar. Hay de por
aedio importantísimos in'ereses. No 'te-
mas nada por mi. Aqui nada puedo, pero
en Inglaterra, eoy poderoso. Allí es Ca-.
rot quien no puede nada coutra mi. Es-
tará a nú merced. Déjame hacer lo que
conviene. Te prome'o que esta separación
tan corta, será la última. Apenas regrese,
1 0] £
hablaré con tus hermanos, y desenmas-
cararé a esos hombres a quienes han
dado hospitalidad. Reclamaré el cumpli-
miento de su promesa, pidiéndoles tu ma-
no. En breve serás mi esposa.
—Haz lo que quieras — contestóle la
joven.—Te amo.
Chanteroi la besó y la condujo hacia
la tasa, diciéndole:
a )