Full text: El lord de la máscara verde

  
    
  
  
   
  
  
  
     
     
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LU ARE 
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en una empresa tan peligrosa como la 
que van a emprender? No es mi prima 
Olimpia, puesto que no se ha movido de 
Italia» —pensaba Chantero1. 
—¿Qué piensas? — preguntó Antonia, 
inquieta. 
—Pienso que es extraña la presencia 
de esa mujer aqui. 
—Te comprendo; leal y generoso como 
eres, te repugna herir a tu enemigo 2 
la vista de una mujer. ¡Cuán bueno eres! 
—Si; me has comprendido, mi buena 
Antonia. Y vas a ayudarme en mi proyec- 
to. ¿Sabes cuánto tiempo han de estar 
aquí? 
-—El mensajero que vino de París dijo 
a Mateo que Carot saldría mañana por 
la noche. 
El hombre se estremeció. 
— ¿Solo ?—preguntó. 
—Sí; va a Douvres. Mañana irá a 
comprar su pasaje. Sus dos compañeros. 
partirán pasado mañana. 
—Para esos me sobra tiempo—dijo, 
alegremente, Chan'eroi.—Ya los encontra- 
ré. La torpeza de ese infeliz Bellamor 
facilita mi tarea. ¿De modo que Carot 
parte solo? 
OL 
—¿En qué buque? 
—No lo sé. Mañana lo sabré. Pero 
tú también puedes enterarte, yendo al 
puerto, y preguntando. 
—No; mo quiero exponerme a que me 
vea. Carot debe ignorar mi presencia aquí 
y en el barco. Ya me verá, cuando lle- 
guemos a Inglaterra. 
—¿Por qué esperas tanto para ven- 
garte de tu enemigo? En Córcega, así que 
encontramos a aquel que buscamos, a 
aquel que nos hizo daño... 
—Agquí no estanos en Córcega—dijo 
Chanteroi, nervioso. — Tengo, además, 
otros motivos para no atacar a. 
en este momento. Mi intención es apode- 
farme de su persona y de los papeles 
Carot 
    
] 
que lleva, cuando lleguemos 
a Ingla'erra. 
No tienes necesidad de saber más. 
—¡Con qué dureza me hab as!—dijo 
Antonia, sorprendida.—¿Qué te hz he- 
cho yo? 
—Nada—contestó el hombre, con más 
dulzura.—Perdóname. Cuando hablo. de 
Carot, mi mortal enemigo, no sé lo que 
digo mi lo que hago. 
Un beso de la joven le respondió. 
—Vuelve ya a la casa—le dijo él. 
— ¿Ya? 
—Es conveniente. Temo que te sor- 
prendan. Mañana, a la tarde, volveré, 
Te esperaré allá abajo, detrás de aque- 
llas malezas. Ven a verme así qua pue- 
das, para que me digas el nombre del bu- 
que que ha de llevar a Carot a Inglaterra. 
—Bien. 
—Entonces, me separaré de ti. 
— ¿Otra vez? 
—Nada más que por tres días. El 
tiempo de llegar a Douvres a cumplir la 
misión de que estoy encargado y vengarme 
de mi enemigo. ¿Qué tienes? 
-—¿Y si no volvieses? ¿Si ese hombre 
te matase? Tengo miedo. ¡Oh, quédate! 
Si me amas, quédate. 
—Antonia — replicó Chanteroi, gra- 
vemente, — deho marchar. Hay de por 
aedio importantísimos in'ereses. No 'te- 
mas nada por mi. Aqui nada puedo, pero 
en Inglaterra, eoy poderoso. Allí es Ca-. 
rot quien no puede nada coutra mi. Es- 
  
tará a nú merced. Déjame hacer lo que 
conviene. Te prome'o que esta separación 
tan corta, será la última. Apenas regrese, 
1 0] £ 
hablaré con tus hermanos, y desenmas- 
cararé a esos hombres a quienes han 
dado hospitalidad. Reclamaré el cumpli- 
miento de su promesa, pidiéndoles tu ma- 
no. En breve serás mi esposa. 
—Haz lo que quieras — contestóle la 
joven.—Te amo. 
Chanteroi la besó y la condujo hacia 
la tasa, diciéndole: 
a ) 
  
  
 
	        
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