Full text: El lord de la máscara verde

     
    
  
  
o a DER OTo Ce 
  
casarse, y que prefiere esperar un año 
más. 
- Sulliván, que temía una ne 
tó, encantado, su resolución. 
Los sarcasmos de Susana, sus capri- 
chos, su mal humor, nada consigue tur- 
bar al enamorado Sulliván, y cuando Su- 
sana, nerviosa, acaba por golpearle con 
sus minúsculos puños, diciéndole que ja- 
más se casará con semejante imbécil, ríe 
él hasta llorar, creyendo que se trata de 
una broma, y le ofrece sus brazos, sus 
hombros, o su pecho, para que ella le siga 
aporreando. 
No es amor lo que por ella siente; es 
adoración. 
Si Susana le pidiese que se matase, no 
vacilaria en obedecerla. 
Aquella noche, mientras bebía el aguar- 
diente que, generoso siempre, le había ser- 
vido su patrón, sentado al lado de la jo- 
ven, escuchaba atentamente la conversa- 
_elión que con Meg sostenía. 
—Tan cierto — decía Susana, -— como 
que Sulliván es un idiota, con el que 
no me casaré nunca, te juro, tía Meg, 
que le he visto. 
—¿Cómo habrías podido verlo tú, que 
eres una chiquilla, mientras que yo, que 
soy ire vieja, una persona sensata, como 
todo el mundo puede atestiguar, y que 
corro siempre por eo y bosques, no 
le he encontrado jamás? Has de pensar 
que el espíritu, porque no hay duda de 
que se trata de un espíritu, si debiera 
aparecerse a alguien, sería a una persona 
madura por su edad y por su buen senti- 
do, una persona de la que nadie pudiera 
dudar cuando dijera: <Yo lo he visto». 
—¿De quién habláis? — preguntó 
O'Mady. eS 
—Del «lord de la máscara verde»— 
contestó Susana. 
Su tío hizo el signo de la cruz, en lo 
que todos le imitaron, incluso el reverendo 
O Donnor, 
gativa, acep- 
FR TA 
  
EA DAA 
  
——Mujer—dijo O'Mady,—vale más no 
hablar de «aquél» que no está vivo mi 
auerto, 
—£1 está muerto-—dijo el sacerdote, — 
paz a su alma; si vive, después de tan- 
tos años que han Sado desde que 
cometió el crimen, que Dios tenga piedad 
de él y le permita morir e 
tras una buena confesión. 
—El lord no puede haber ¡muerto— 
dijo, inocentemente, Su'liván y —pues!o que 
Susana le ha visto. 
O'Mady se encogió de hombros. 
—Tú has soñado, Susana, 
—No, tío; eS mismo -le vi. 
yo, ya de noche, de 
ris, a a la que había entregado la cerradura 
que acababas de arreglar, y como el ca- 
Volvía 
casa de Peggy No- 
      
mino es largo y devil: había tomado 
por el sendero que pasa cerca del bos- 
quecillo del lago. De repente, surgió una 
sombra de entre los árboles y se dirigió 
hacia el castillo. ¡ Ah, tío, qué miedo tuve! 
—Nada más que de oírte, me estre- 
mezco—dijo Meg, 
lo has contado veinte veces. 
    
—¿Era un: hombre, la sombra ?—pre-. 
guntó el reverendo. 
—Si; era un hombre, envuelto en un 
gran manto negro, que le llegaba hasta 
los pies, Llevaba en la cabeza un enorme: 
sombrero de plumas, como los que se usa- 
ban antiguamente, y en la cara, un <antl- 
faz verde». Le he visto muy bien. Pre- da 
cisamente en aquel instante no caía la 
nieve y un rayo de luna le ha iluminado 
haciendo resaltar aún más el brillo de 
sus OJOS, que respl landecían, como carbo- 
nes encendidos, detr E del antifaz. 
—¡Es el diablo 
persignándose a veces. 
A. 
— murmuró Meg, 
Presér- 
vanos, Señor, de un encuentro semejante! de 
NX 
sin embargo, me - 
—Poco importa hallar al demonio—- 
replicó O'"Dommor,—si nos hemos acer- 
gado al tribunal de la penitencia, y no se. 
  
  
 
	        
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