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dal y el del de ser útil saltaba
a la vista del espíritu más prevenido
en su contra.
Orso acogió, pues, a DN 3 con una
benévola sonrisa.
—¿Qué buen viento te trae por aquí
tan temprano ?—le preguntó.
-—No es el viento; es una cartá,
—¿Una carta?
—$i, signor.
—¿Para mí? .
Si,
—¿De parte de quién?
—¿Chi lo sa?
—¿ Quién te la entregó?
-—Dos jóvenes. Uno de ellos tenía
aspecto de estar muy ente ermo, a!
—i¡Dámela!
-Orso tomó la carta, y miró la direc-
ción.
—¡ Toma! exclamó. == La' carta
ha debido pasar por las manos de Fou-
ché. ¿Cómo se explica, pues, que esté
entre las tuyas?
—El signor Fouché lo sabe. Ha visto
que me ha sido entregada por dos jóvenes,
o porque soy. do quien le reemplaza cuan-
da tiene que recibir personajes impor-.
tantes, o cuando hay que resolver asun-
tos difíciles... Precisamente, hace un mo-
mento le he explicada varios asuntos em-
_brollados, de los cuales el buen Fouché
no entendía nada. Pero yo se los he he-
cho comprender.
-—, Orso había vuelto el sobre.
-— ¡;—Ved, Langevinay; se diría que el
sello ha sido hecho en dos veces, con
lacre cuyos colores difieren un poco...
Es raro.
- Se volvió hacia Pafolio.
- —¿Ha tenido otra persona esta carta
en sus manos?
_—La carta no ha salido de mi bola
sillo.
—¡Raro!
- Orso abrió la carta, araña
del
CORTAS OABEZ AS
No había reconocido la escritura, tem-
blorosa y rápida, de Etiennette.
Lanzó un grito de alegría,
—¡Etiennette! ¡Es de Etiennette!
—¿Cómo? — exclamaron Langevinay
y Pafolio.
Orso leyó la carta en dé voz; la cu-
nay.
—¡Pronto! — dijo, con voz febril.—
¡Mi ropa! No tengo un minuto que per-
grú. S
—Cálmate —
mate... Olvidas que estás enfermo.
Ma importa. Quiero. ir. Etiennette
está en peligro.
- —Yo la salvaré — dijo Langevinay ;—
cid conmigo... Voy al momento. |
—No, no — protestó Orso. — Es
a mí a quien corresponde hacerlo. ¡Mi
ropa! ¡Mis -armas!
Pafolio y Langevinay tuvieron que va= dE
lerse de la violencia para obligarle a
quedarse en la cama.
Se debatía desesperadamente entre sus so e
brazos.
Pero su debilidad era muy oda! para E |
poder luchar contra ellos.
Cayó sin fuerzas sobre los cojines, con
los ojos llenos de lágrimas.
puedo... ¡Oh, sábial ¡Etiennette!
64 tiempo de coger mis pistolas—
dijo Langevinay, — y corro a la calle. ES
de los Bernardinos.
—Pero, Pichegrú...
—Le mataré.
—¡No, na! — dijo Du — Tú, no PA
Cógelo vivo... Solamente Etiennette y yo
tenemos derecha a matarle. Te lo ruego,
Langevinay; no mates a ese traidor. En
mi vida te lo perdonaría.
—Sea; me apoderaré de él... Venid:
Palla.
Los dos hombres se disponían a salir.
brió de besos, y la tendió a Larank EEN
Está en manos del infame Piche- Ea
dijo Laja :
—No puedo — tartamudeaba. ps No e