Full text: Una muerte misteriosa

142 C A RO e 
dal y el del de ser útil saltaba 
a la vista del espíritu más prevenido 
en su contra. 
Orso acogió, pues, a DN 3 con una 
benévola sonrisa. 
—¿Qué buen viento te trae por aquí 
tan temprano ?—le preguntó. 
-—No es el viento; es una cartá, 
—¿Una carta? 
—$i, signor. 
—¿Para mí? . 
Si, 
—¿De parte de quién? 
—¿Chi lo sa? 
—¿ Quién te la entregó? 
-—Dos jóvenes. Uno de ellos tenía 
aspecto de estar muy ente ermo, a! 
—i¡Dámela! 
-Orso tomó la carta, y miró la direc- 
ción. 
—¡ Toma! exclamó. == La' carta 
ha debido pasar por las manos de Fou- 
ché. ¿Cómo se explica, pues, que esté 
entre las tuyas? 
—El signor Fouché lo sabe. Ha visto 
que me ha sido entregada por dos jóvenes, 
o porque soy. do quien le reemplaza cuan- 
da tiene que recibir personajes impor-. 
tantes, o cuando hay que resolver asun- 
tos difíciles... Precisamente, hace un mo- 
mento le he explicada varios asuntos em- 
_brollados, de los cuales el buen Fouché 
no entendía nada. Pero yo se los he he- 
cho comprender. 
-—, Orso había vuelto el sobre. 
-— ¡;—Ved, Langevinay; se diría que el 
sello ha sido hecho en dos veces, con 
lacre cuyos colores difieren un poco... 
Es raro. 
- Se volvió hacia Pafolio. 
- —¿Ha tenido otra persona esta carta 
en sus manos? 
_—La carta no ha salido de mi bola 
sillo. 
—¡Raro! 
- Orso abrió la carta, araña 
del 
CORTAS OABEZ AS 
No había reconocido la escritura, tem- 
blorosa y rápida, de Etiennette. 
Lanzó un grito de alegría, 
—¡Etiennette! ¡Es de Etiennette! 
—¿Cómo? — exclamaron Langevinay 
y Pafolio. 
Orso leyó la carta en dé voz; la cu- 
nay. 
—¡Pronto! — dijo, con voz febril.— 
¡Mi ropa! No tengo un minuto que per- 
grú. S 
—Cálmate — 
mate... Olvidas que estás enfermo. 
Ma importa. Quiero. ir. Etiennette 
está en peligro. 
- —Yo la salvaré — dijo Langevinay ;— 
cid conmigo... Voy al momento. | 
—No, no — protestó Orso. — Es 
a mí a quien corresponde hacerlo. ¡Mi 
ropa! ¡Mis -armas! 
Pafolio y Langevinay tuvieron que va= dE 
lerse de la violencia para obligarle a 
quedarse en la cama. 
Se debatía desesperadamente entre sus so e 
brazos. 
Pero su debilidad era muy oda! para E | 
poder luchar contra ellos. 
Cayó sin fuerzas sobre los cojines, con 
los ojos llenos de lágrimas. 
puedo... ¡Oh, sábial ¡Etiennette! 
64 tiempo de coger mis pistolas— 
dijo Langevinay, — y corro a la calle. ES 
de los Bernardinos. 
—Pero, Pichegrú... 
—Le mataré. 
—¡No, na! — dijo Du — Tú, no PA 
Cógelo vivo... Solamente Etiennette y yo 
tenemos derecha a matarle. Te lo ruego, 
Langevinay; no mates a ese traidor. En 
mi vida te lo perdonaría. 
—Sea; me apoderaré de él... Venid: 
Palla. 
Los dos hombres se disponían a salir. 
  
brió de besos, y la tendió a Larank EEN 
Está en manos del infame Piche- Ea 
dijo Laja : 
—No puedo — tartamudeaba. ps No e
	        
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