UNA
MUERTE
Tres caracteres
Al día siguiente de la visita de Orso
- a Pichegrú, en el gran salón verde y oro,
contiguo al despacho del primer cónsul,
tres hombres se encontraban reunidos.
Uno de ellos, vestido de negro, es-
taba situado en el ángulo de la chimenea,
- entreteniéndose en abrir. y cerrar, “alter-
- Nativamente, su cajita. de rapé, con alre
- inquieto; era Fouché,
Espiaba, de reojo,
que, con las manos a la espalda, se pa-
seaba, sin interrupción, a través del vasto
salón, dirigiendo la palabra tan pronto
a Fouché, como al hombre que estaba,
de pie, delante de la chimenea, con los
brazos cruzados y aire pensativo.
- —Mi querido Carot — dijo Bona-
les —debéis tener en cuenta mi aviso.
Na podemos retardar esa ejecución. ¿Qué
esperamos? ¿Pruebas de la inocencia de
Pichegrú? No las hay. No «puede ha-
rlas. Ha merecido la muerte veinte
eces. Hago abstracción, en este mo-
mento de lo que ha hecho contra mí.
Los laureles que Pichegrú supo conquistar
en el ejército del Rhin, le absuelven de
los. complots urdidos contra un general,
más dichoso que él, a quien la fortuna
ha sonreído siempre. Pero su alianza
con Pitt, con Enghien, con Moreau, es 1
un crimen imborrable, cuya vergienza
mancillará eternamente su memoria. ¡Un
general francés quiso entregar Francia
MISTERIOSA
al primer cónsul,
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al extranjero! El nombre de Pichegrá
se citará, en lo futuro, al lado del de
Judas. Nuestros hijos, más tarde, pronun-
ciarán ese nombre con horror, y no com-
prenderán por qué la justicia tardó tanto
en castigar a ese miserable. |
— Tenéis razón — dijo, humildemente,
Fouché, — pero existen ciertas considera-
ciones políticas que deben. incitarnos a
esperar un momento más oportuno.
—¿Cuáles? Tomo a Carot por tes-
tigo; que juzgue.
ouché sonrió a Carot con aire hipó
crita. :
—El id Cl de eS
¿hace pozo que está en París ?—preguntó.
—Llegué anteayer — contestó Carot,
secamente. — Salvo mi mujer, todos los
de casa ignoran mi regreso; salvo ella,
nadie me ha visto...
—Y yo — die Bonaparte, sonriendo.
— Justamente — añadió Carot. — Pero
ayer vine de incógnito, durante el día,
y para asuntos del servicio, a rendir cuen-
tas de mi misión, en secreto. Por lo tan-
to, oficialmente, no estoy en París sino
desde' esta mañana. Pero, ¿por qué esa
pregunta, Fouché?
—Porque — contestó con io 5
ché, — en ese caso, Os es imposible 3 ad
gar la diferencia que nosotros apreciamos.
—¿Por qué? e
—Porque haciendo mucho. tiempo que
no estáis en París, ignoráis lo que yo sé;
es decir, la sorda agitación que reina en-
tre ciertos elementos por la sentencia
de Pichegrú. Con razón o sin ella, imuchos
han olvidado los crímenes del hombre
político, no acordándose más que de las
victorias del general. La ejecución de Pi.
chegrú, en este momento, sería una equi-
vocación. Por lo tanto. creo que el pri-
mer cónsul...
: —Acabad, Fouché — dijo Bonapar-
te; — yo os autorizo.
—Creo — continuó Fouché, da